domingo, 28 de mayo de 2017

Repercusiones -8-


-Generosidad.-

Sai había salido esa mañana de su humilde morada con dirección a la orfebrería, como habitualmente hacía, pero como todas las mañanas, pasó por delante de la posada de la familia Sabaku, la cual rodeó para ir hacia donde estaba la taberna y vio a Kankuro barriendo la entrada.

El primogénito de la familia Sabaku entró al local una vez había terminado su labor, sin advertir la presencia de Sai, quien estaba oculto en la esquina como un niño pequeño que está jugando a las escondidillas* con sus amigos pero con la diferencia de que él estaba esperando con nerviosismo la aparición de alguien, una actitud que se le había convertido en costumbre desde hacía años atrás, él no dejaba de sentirse ansioso cada día.

A Sai le sudaban las manos que estrujaban su chaleco de color gris de hilo del bueno, el cual pudo comprase gracias a su última paga en la orfebrería, sus oídos solo podían escuchar el latido de su propio corazón que tamborileaba cada vez más fuerte y rápido y sus piernas se habían clavado en el suelo sin dejar de temblar mientras que en el interior de su panza la sensación de movimiento como si lo poco que había ingerido fueran culebrillas que no paraban de serpentear en su estómago, provocándole pequeños escalofriaos que subían por su columna vertebral a la velocidad de un rayo.

De pronto, la puerta de la taberna se abrió y por ella, salió el benjamín de la familia Sabaku seguido de su hermana y su madre pero él tomó un camino diferente al de las mujeres.

Sai no perdió de vista a Gaara hasta que este desapareció al doblar una esquina y entonces, se dio cuenta que desde que apareció la figura de Gaara al exterior estuvo hasta ese mismo instante aguantando la respiración. Algo que siempre le ocurría al ver al muchacho de cabello rojo.

Sai se dejó caer al suelo para acabar sentado sobre la adoquinada superficie con sus manos cubriendo su rostro, sintiendo como su corazón quería salirse de su pecho y el calor que emanaba su mejillas sonrosadas era percibido por sus frías manos sudorosas.

Pasó unos minutos antes de recuperar su aliento y, nuevamente, levantarse para ponerse en camino hacia la orfebrería donde su maestro le seguiría enseñando como debía de trabajar el oro o la plata para crear hermosas joyas.

El día transcurrió tranquilo en la orfebrería, había ayudado a hacer algunos grabados, había limpiado las virutas de los valiosos metales, se había quemado con el vapor que desprendió una candente pieza de plata y había observado como Yamato atendía a los acaudalados clientes que entraban al pequeño establecimiento para hacer o recoger su encargo.

El cielo estaba pintado de colores naranjas, rosas y algún matiz lila cuando el taller cerró y Sai podía volver a su casa después de un duro día de trabajo pero como acostumbraba, se acercó a la taberna de la familia Sabaku, a pesar de que era muy extraño que a esas horas pudiese ver a Gaara pero con el simple hecho de pensar en la posibilidad de verlo aunque fuese un instante su rostro se coloreaba de carmín y los nervios lo atacaban, volviendo a sentir aquella sensación de alboroto en su barriga.

Cuando Sai llegó frente a la taberna, miró a lo largo de la calle pero no vio al hijo más pequeño de la familia Sabaku, allí solo habían caballos atados frente al abrevadero que esperaban a sus dueños, hombres y mujeres que entraban o salían de la taberna, sin mencionar a los mendigos sentados en el suelo con su espalda apoyada en la pared del edificio del frente con la mano extendida en espera de una moneda antes de que apareciese algún guarda y los echara de allí a golpes de su espada enfundada sin siquiera dirigirles una palabra.

Sai espero uno minutos antes de dirigirse a su casa, antes de que la noche terminara apareciendo y en todo el camino de regreso, sin poder evitarlo, fue dando pequeños suspiros de desilusión por no ver a la persona deseada.

Tan solo tenía que doblar una de las esquinas de esa calle por la que iba andando con parsimonia, pensando en el hombre que le arrebataba el aliento cuando escuchó como alguien lo llamaba a gritos y al levantar su cabeza para ver de quien se trataba, se sorprendió al reconocerlo.

Esa persona no solo lo llamaba a gritos sino que se dirigía a su encuentro, sin importarle de que estaba en mitad de una concurrida calle.

Sai se quedó estático como si de un objeto se tratase, pues aún recordaba vagamente quién era el joven pero ya llevaba tiempo sin verlo y pensó que jamás volvería a encontrárselo o al menos, no tan pronto.

– ¡Sai! ¡Ere tú, Sai!. – Gritó por última vez terminando de llegar cerca de Sai. – ¿Me recuerdas?. Soy Itachi. – Habló  rápido mientras se señalaba a sí mismo para ver como el otro joven asentía con la cabeza.

Sai no dejaba de mirarlo con asombro debido al aspecto que presentaba el doncel, era cierto que cuando lo conoció no estaba en condiciones mejores pero ahora, su aspecto era demasiado desaliñado, tanto, que parecía un mendigo más de la ciudad.

– Te creía ya junto a tu hermano mayor pero... ¿qué te ha sucedido?. – Pronunció sin darse cuenta de que cada una de sus palabras emanaban confianza y carecía del respeto apropiado que debía otorgársele a alguien perteneciente a la nobleza o a los señores y burgueses.

– No tengo tiempo para hablar de eso, necesito de tu ayuda. – Dijo con angustia en su voz.

Ante la desesperación que había apreciado percibir en Itachi, Sai miró a su alrededor por donde aún transitaba gente y algunas de esa personas los estaban observando con curiosidad mientras que otras susurraban comentando por la osada actitud de ambos donceles. Incluso, un mojen que paseaba por el lugar se persigno antes de soltar una súplica al cielo pidiendo a Dios que hiciese algo con los ladrones, los mendigos y los pecadores que vagaban por la ciudad que carecían de modales.

– Ven conmigo, ahí me contarás mejor. – Habló atropelladamente mientras tiraba un poco del brazo de Itachi para incitarlo a caminar hacia su hogar.

Cuando llegaron a la casa de Sai, este entró como si estuviese huyendo de la misma ciudad, aunque realmente eso hacía, huía de las miradas de los transeúntes y los prejuicios sociales de toda esa gente que los juzgaban por su apariencia y las ropas que vestían sin haberlos conocido o sin prestarles su ayuda pero Itachi no le dio importancia a tales miradas de desaprobación, pues eso era una nimiedad en comparación a lo que realmente le preocupaba y no dejaba de cavilar.

Itachi también entró a la vivienda y como recordaba, se encontró con la pequeña mesa de madera y la cocina detrás de esta. A un lado ascendía una pequeña y estrecha escalera de piedra que indicaba que había un piso más en esa angosta casa.

– Siéntase, por favor. – Pidió en voz baja Sai y tomando el debido respeto que anteriormente había olvidado poseer. – Prepararé una infusión. – Informó cogiendo su vieja tetera de hierro para llenarla de agua y ponerla a calentar sobre el fuego que encendió en unos pequeños troncos de pino.

Itachi tomó asiento torpemente, pudiendo apreciar la incomodidad que le carcomía los sesos.

– ¡Deja de tratarme de esa manera!. – Gritó exasperado antes de suspirar. – Perdona, tú no mereces que te grite pero es que me encuentro devastado por la preocupación.

– Lo siento. – Susurró Sai antes de sentarse frente a Itachi en espera de que el agua hirviera y también, para esperar a que su invitado le contara aquello que quería comunicarle en la calle.

– Necesito de tu ayuda, Sai. – Itachi se removió en su asiento con nerviosismo ante la mirada de su anfitrión. – Por favor, ayúdame. Ayúdame a encontrar a Sasuke.

– ¿Qué... qué le ha sucedido?. – Preguntó cohibido por el rápido movimiento de su compañero que se había levantado golpeando la mesa con las palmas de sus manos.

– Él desapareció. – Afirmó Itachi volviendo a tomar asiento y antes de que pudiese continuar, la ligera tapa de la tetera daba saltitos provocado por el vapor que buscaba una segunda salida más que la boca por la que se vertía el agua que contenía en su interior la vieja tetera.

Sai se levantó para coger la tetera y servir el agua caliente en dos vasos de madera, después añadió una hoja verde de hortelana* y volvió a verter agua pero en esta ocasión, fría para que la bebida quedara tibia y pudiese beberse.

Itachi tomó el vaso que Sai le brindó y se disponía tomar un trago de aquella bebida de agradable aroma cuando Sai lo detuvo.

– Ponle miel antes de tomarla, sabe mejor dulce. – Aconsejó poniendo frente a Itachi un tarro pequeño de arcilla cocida y tapada con una tela roja que Sai retiró para mostrar la dulce miel. – Toma. – Dijo ofreciéndole una cuchara de madera para que Itachi pudiese coger la miel del interior del tarro.

Itachi hundió la cuchara en el tarro y al sacarla vio como la cuchara contenía el espeso y acaramelado líquido que rápidamente introdujo en su vaso para remover la cuchara dentro de la infusión y la miel se fuese disolviendo mientras que Sai hacia lo mismo que él pero en su vaso.

Ambos chicos tomaron un pequeño sorbo del dulce líquido.

– Así que tú hermano desapareció. – Repitió Sai mirando la brillante agua.

– Fue mi culpa. – Murmuró Itachi lo suficientemente alto para que su compañero lo escuchase. – Dejé que se alejara y cuando fui en su busca no lo encontré. – Apretó el vaso en sus manos sintiendo como la furia hacia sí mismo se apoderaba de su cuerpo haciéndole temblar e incitándole a querer llorar pero Itachi luchaba contra ello. – Visité cada uno de los lugares que acostumbramos a ir en busca de comida o refugio pero no lo encontré. Incluso, me he adentrado en callejones que parecían peligrosas y calles donde me han lanzado fruta y verduras podridas debido a mi aspecto pero no he encontrado a mi hermano. – Itachi golpeó la mesa con una de sus manos. – Y todo es mi culpa. – Volvió a repetir con frustración. – Llevo días buscándolo sin descanso por todos los rincones de la ciudad que me ha sido posible y no lo he encontrado. Estoy desesperado Sai, por eso te pido ayuda porque no conozco a nadie en esta ciudad y ha sido una suerte encontrarte. – Itachi no pudo contener unas traicioneras lágrimas que rodaron por sus mejillas. – Te lo suplico y compadécete de mí. Ayúdame a encontrar a Sasuke.

– ¿Pero qué ocurrió? ¿Pensé que vosotros ya estaríais con vuestro hermano mayor?. – Preguntó demasiado asombrado y confundido por todo lo dicho.

– No, no pudimos escribirle la carta a Kakashi, así que no debe de saber que Sasuke y yo sobrevivimos a ese infortunio. – Itachi Se limpió las lágrimas que seguían brotando de sus ojos. – Aunque llegamos al lugar que nos indicaste no poseíamos dinero para poder comprar lo necesario para escribirle la carta a Kakashi y el dueño de la tienda nos echó, amenazando con llamar a los guardas. Nos tuvimos que marchar y todo este tiempo he estado junto a mi hermano, viviendo en la calle y comiendo de la basura. – Explicó Itachi con desasosiego. – Pero hace unos días atrás Sasuke y yo discutimos hasta nos golpeamos por culpa de una moneda que encontramos. Él se marchó y cuando fui en su busca no lo encontré como te he contado.

–Yo lo lamento. – Sai miró su vaso vacio. – Pensé que os había ayudado cuando os indique esa tienda y también siento todo lo que ha ocurrido después.

Se creó un silencio incomodo y desolador dentro de la habitación.

– ¿Me ayudarás a encontrar a Sasuke?.

– No puedo prometerte tal cosa pero tampoco puedo ignorarlo, ya que de cierta manera me siento responsable de lo que os ha pasado en todo este tiempo a ti y a tu hermano. – Afirmó Sai. – La ciudad es enorme y buscar a una persona en La Hoja es como buscar una aguja en un pajar pero de eso, ya te habrás dado cuenta. – Sai se levantó de su asiento antes de apoyar una de sus manos sobre uno de los hombros de Itachi. – Haré lo que pueda por ayudarte para encontrar a tu hermano o saber donde se encuentra y cómo está porque sé lo duro que es estar solo. – Añadió antes de pensar para sí mismo. – "Solo espero que tu hermano no haya caído en manos de algún desalmado o esté en los calabozos de la guardia."

Itachi que miraba a Sai escuchando cada una de sus palabras no pudo evitar el que sus sentimientos se exteriorizasen mostrando una sonrisa en sus labios de agradecimiento mientras sollozaba derramando un centenar de lágrimas de la felicidad que le provocaba el tener la ayuda de alguien.

Sai se dedicó a preparar algo de comer, dejando que su invitado se desahogara con tranquilidad.

Cuando Itachi se había sosegado, tenía frente a él un plato de madera con un pequeño trozo de carne de buey acompañado de calabaza, berenjena y boniato cocido que olía deliciosamente y por lo que su estómago rugió reclamando tan deliciosos alimentos.

– Puedes quedarte aquí, vivo solo y me haría bien tener compañía. Al menos, hasta que te reúnas con tu hermano Sasuke. – Habló Sai un poco nervioso porque era la primera vez que ofrecía a alguien quedarse en su casa y no estaba muy acostumbrado a tratar con personas que no fuesen su maestro o los clientes del taller.

– Gracias pero no quiero abusar de tu buena convicción cuando ni siquiera tengo dinero para ayudarte.

– No, no es ningún abuso. Tómalo como la forma más adecuada de poderte informar de si he conocido algo acerca de tu hermano.

– Está bien. – Dijo después de haberlo meditado por unos minutos.

Después de terminar de comer Sai le propuso a Itachi un baño, el cual su invitado aceptó encantado pensando en una bañera de espuma pero para sorpresa de Itachi, la forma de bañarse de Sai era muy distinta a lo que estaba acostumbrado.

Sai había calentado agua en una olla hasta que esta hirvió para luego, verterla dentro de un enorme cubo de metal que se llenó hasta la mitad. Acto seguido, comenzó a llenarlo de agua fría hasta que quedó a una buena temperatura. Después, Sai cogió un cubo pequeño que dejó cerca del recipiente lleno de agua y un pequeño taburete donde colocó una piedra de jabón*, una pequeña tela y otra tela más grande.

Itachi miraba confundido todo aquello, desconcertado de lo que pretendía hacer su compañero y se sorprendió, aún más, cuando el doncel se quitó la ropa dejando a la vista su delgado cuerpo en el que se percibían bajo la nacarada piel todos los huesos del esqueleto.

– ¿Por qué te desvistes ante mí?. – Preguntó un exaltado y confundido Itachi. – No es moral el que exhibas tu cuerpo a tus invitados. – Habló atropelladamente dándole la espalda a su anfitrión.

– ¿A qué te refieres?. – Inquirió mientras se miraba a sí mismo con confusión ante las palabras de su compañero. – Solo voy a asearme y no voy a mojar mis ropas cuando aún están limpias.

– Pero esto no es correcto y es un agravio ante la ética.

– No te entiendo. – Respondió Sai al no comprender las palabras de Itachi. – Si deseas lavarte, esta es la única manera aunque puede que los nobles os aseáis de forma diferente, las personas de mi clase lo hacemos así. – Explico con calma mientras se ponía en cuclillas frente al enorme cubo de agua tibia. – Si no quieres, no tienes porque hacerlo pero yo voy a lavarme antes de que el agua se enfrié.

– No, no es eso. Yo si quiero asearme pero... – No terminó de hablar porque fue interrumpido por el sonido de agua derramándose sobre el cuerpo de Sai.

Itachi miró de reojo y observó como Sai hundía el peño recipiente en el agua para llevárselo a su cabeza y dejar que se derramase sobre su cuerpo.

"Sé que no es correcto el desvestirme pero él también es un doncel y deseo limpiar mi cuerpo. Además, esto sería como cuando las doncellas de palacio me ayudaban en el baño y también deseo sentir el agua limpiando mi piel." – Pensó Itachi antes de comenzar a desvestir sus harapos para acercarse a Sai con timidez.

Sai sonrió y ambos se bañaron utilizando el trozo de tela pequeña para frotarse la espalda. Una vez terminaron de lavar, sus cuerpos se secaron con el trozo de telas más grandes.

Itachi no pudo evitar oler su piel limpia e hizo una mueca de desagrado cuando miró las inmundas prendas que tendría que ponerse y que apestaban.

– No te pongas esa ropa. – Prácticamente ordenó Sai. – Ven conmigo. – Indicó Sai antes de tomar una vela que encendió y subió la estrecha escalera donde había una cama grande.

Sai se acercó hasta un gran baúl de madera que había bajo una ventana que estaba cubierta con una roída cortina. Lo abrió y del interior del baúl sacó dos prendas de ropa interior una de color blanco y la otra de color amarillo. También, sacó dos camisones sencillos y le ofreció unas prendas a Itachi mientras que las otras se las puso él.

Itachi se alegró el no tener que utilizar los andrajos que vestía y se contentó cuando se vistió con aquellas prendas tan simples.

– No tengo más lugares en los que dormir que esta cama, espero y no te sea una molestia pero podemos compartirla. – Dijo Sai señalando la cama.

Itachi asintió con la cabeza, pues si ya había descubierto su cuerpo ante un desconocido e incluso, estaba vistiendo ropas prestada ¿qué importancia tenía el dormir en una cama junto a Sai?.

Itachi se sentó en la cama y aunque no era tan cómoda como lo era su cama de palacio, era mucho más confortable que los lugares en los que había estado durmiendo junto a su hermano, los cuales eran fríos, húmedos y tenían que compartir con ratas, ratones, gatos y perros vagabundos.

Sai sopló hacia la llama de la vela y esta se apagó dejando a los dos donceles acostados en aquella vieja cama que tenía almohadas rellenas de plumas de patos y una manta de lana que los abrigaba del frío nocturno.

Cuando Itachi despertó, Sai no se encontraba en la casa pero encima de la mesa se encontraba un pequeño plato con cuatro galletas de jengibre y un vaso con leche que a esas horas había perdido el calor. Itachi lo comió pensando en que más tarde se disculparía con Sai por haberse comido las galletas y bebido la leche sin haberle pedido permiso.

Sin embargo, cuando el joven doncel fue en busca de sus horrendas y pestilentes vestimentas no estaban donde las había dejado y comenzó a buscar sus prendas porque no tenía más ropa que esa. Itachi registró toda la casa y no encontró sus ropas por ello, se quedó sentado en la mesa en espera de la llegada de Sai para saber que había hecho con sus vestiduras y todo el tiempo que permaneció allí se lamentaba de cada hora, minuto y segundo que estaba malgastando sin poder salir y buscar a Sasuke.

Cuando Sai regresó a la morada ya estaba anocheciendo y en sus manos llevaba un paquete.

Itachi se levantó de su asiento con intenciones de gritar todo lo que sentía. Además, quería golpearlo pero antes de que pudiese hacer algo que sus instintos le exigían, la voz de Sai inundó la pequeña habitación.

– Lamento no haberte despertado esta mañana pero parecías demasiado agotado ayer. – Sai puso el paquete sobre la pequeña mesa y deshizo el nudo que mantenía cerrado el paquete. – Te he comprado estas prendas no son nuevas pero cuando vi las ropas que vestías tan indecorosas para alguien importante, me tomé las molestias de tirarlas para comprarte estas nuevas que os sentarían mejor. – Sai cogió cada una de las prendas frente y las fue mostrando a su huésped.

Un corsé, ropa interior de color amarilla, una sencilla camisa blanca de hilo, unos pantalones* de color rojo encendido, unas medias* blancas y unos zapatos de piel marrón*.

Itachi abría y cerraba la boca sin poder decir nada debido a la generosidad de Sai, pues se había dado cuenta, desde el instante que le conoció, de que Sai no era alguien acaudalado como lo era su familia.

– No puedo aceptar esto. – Murmuró con estupefacción.

Ante las palabras de Itachi, Sai agachó la cabeza con tristeza por haberse gastado sus ahorros en alguien que podía comprarse mejores ropas pero del cual, sintió compasión y culpabilidad que lo incitó a comprar esas prendas tan caras que ni siquiera hubiese pensado comprar para él.

– No quiero que te sientas devastado o pienses que rechazo los presentes que me has traído porque no son de mi agrado pero es evidente de que te has gastado una fortuna en estas bonitas ropas y tú no eres una persona acaudalada. No quiero generarte más molestias de las que ya te estoy ocasionando y tampoco, deseo aprovecharme de tu generosidad. – Argumentó Itachi. – No poseo dinero para pagarte.

– Yo te he comprado estas ropas porque yo he querido y no porque quiera darte u obtener algo a cambio. – Aseguró Sai. – Además, querrás estar presentable para estar ante el rey.

– ¿El rey?. – Preguntó desconcertado.

– Así es, debes ir ante el rey y contarle todo lo que me has contado a mí para que te ayude. Cuando su majestad entienda que eres parte de la nobleza, no solo hará que puedas contactar con tu hermano mayor sino que también, utilizará su poder de monarca para ayudarte a encontrar a Sasuke. Es mucho más sencillo encontrar a alguien en todo el Reino del Fuego si se trata de un miembro de la nobleza y el rey haya dado la orden de buscar.

– No se me había ocurrido el ir ante su majestad para que me ayudase el día que perdí a toda mi familia y mi casa pero ahora, me has recordado lo bueno del rey que nos gobierna, me lamento de no haberme presentado en la corte de inmediato. Al menos, no hubiese peleado con Sasuke y ambos estaríamos juntos con Kakashi. – Habló Itachi con una mano en el mentón. – Gracias, Sai y ten en cuenta que todos estos gastos que te he ocasionado te los compensaré de inmediato, no creas que cuando este junto a mi hermano mayor voy a olvidar tu loable comportamiento para alguien como yo.

– No es necesario Itachi. – Susurró enrojecido por la promesa de su compañero. – Será mejor que descases bien esta noche para que mañana por la mañana vayas al castillo de su majestad en carro. – Indicó.

Itachi asintió y tomó las ropas que Sai le había comprado para dejarlas en el piso superior, sobre una vieja mecedora.

Esa noche Sai preparó sopa que degustaron antes de ir a la cama.


Aclaración de  los términos:

* Jugando a las escondidillas: Se trata del típico juego de esconderse mientras una persona cuenta y cuando termina se debe buscar a sus compañeros que se han ocultado.

* Hortelana: Es una hierba que se utiliza para hacer infusiones.

* Piedra de jabón: Es el jabón sólido que se vende por porciones en las tiendas y que en la actualidad es el menos corriente de encontrar en un baño o aseo aunque el jabón líquido o en crema es el que normalmente se utiliza este es la evolución del jabón sólido. El jabón sólido fue la primera forma en que se hacía y comercializaba, tanto para el aseo personal como para limpiar las prendas.

* Pantalones: Hay que recordar que en esta época los pantalones llegaban hasta la rodilla.

* Medias: También podríamos llamarlos calcetines los cueles llegaban por encima de la rodilla.


* Zapato: En esta época hay que recordar que los zapatos poseían tacón aunque fuese de hombres ya que esta era la moda del momento. (El zapatero del rey Luis XIV le hizo unos zapatos de tacón para disimular la baja estatura del rey y causando al mismo tiempo moda).

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