-Cuatro vidas.-
Mikoto se dirigía hacia la entrada de
palacio donde esperaba su carruaje que la llevaría a la ciudad para hacer unas
diligencias que requerían su presencia.
Detrás de la marquesa, caminaba Anko,
su actual doncella de confianza después de que su anterior doncella de compañía
apareciese asesinada en medio del camino que iba hasta palacio con el único
motivo del robo. Además, Mikoto por orden de su esposo tenía la obligación de
siempre ir acompañada por su doncella, aún y cuando, se encontraba dentro de
palacio y en compañía de sus hijos.
Una vez ambas mujeres llegaron ante el
carro con un solo corcel, observaron al cochero y al lacayo que las
acompañarían.
El lacayo de un salto, bajó al suelo
adoquinado, hizo una cortés y sencilla floritura a la marquesa antes de abrirle
la puerta del vehículo.
Mikoto se disponía a subir al carruaje
cuando captó el sonido de los cascos de un caballo que se acercaba al paso*.
Ante la marquesa apareció Kakashi, su
hijastro, montando a la perfección su propio caballo, un autentico pura sangre
de pelaje dorado y en cada pata estaban, los conocidos, calcetines de color
blancos del animal.
Kakashi miró a su madrastra antes de
atizar ligeramente con la fusta en la grupa de su jamelgo, el cual se levantó
sobre sus dos patas traseras mientras relinchaba y cuando cayó nuevamente al
suelo, el animal salió al galope unos cinco metros donde su jinete le obligó a
ir al trote.
Mikoto suspiró ante la actitud de su
hijastro y su extraña salida del palacio del marquesado de Sharingan.
– ¿Ya se terminaron los días de
descanso de Kakashi?. – Preguntó al recordar el macuto que descansaba a
espaldas de Kakashi y bien atado a la silla.
– Sí, señora. – Respondió con premura
Anko que en todos esos años en compañía de la marquesa terminó por moderar su
comportamiento impulsivo y parlanchín.
La marquesa se disponía a subir por fin
al carruaje cuando escuchó como unas voces la llamaban a su espalda y cuando
giró su rostro se encontró con sus hijos, sus gemelos.
– ¿Madre, vais a la ciudad?. – Preguntó
Itachi aún y cuando sabía que la pregunta era insulsa pero aún así, obtuvo su
respuesta cuando Mikoto asintió con la cabeza.
– ¿Podría acompañarla, madre?. – Pidió
Sasuke en un intento de poder salir de su encierro en palacio y del cual, nunca
había abandonado a causa de que así lo establecían las reglas sociales con
respecto a la nobleza.
– No, cariño. Ya sabéis que tenéis
obligaciones pero puedo traeros algo que os apetezca, como un sobrero nuevo.
– ¡Oh! yo quiero una capa de color azul,
madre. – Pidió Itachi con fervor viendo como su madre le sonreía y asentía en
de acuerdo a su pedido.
– ¿Y tú, Sasuke?, ¿no deseas nada de la
ciudad?.– Preguntó en un vano intento de animar a su hijo pero este simplemente
negó con su cabeza. – De todas formas te traeré algún obsequio, Sasuke. –
Afirmó antes de besarle una de las mejillas a cada uno de sus hijos para acto
seguido subir al carruaje proseguida de Anko y el vehículo prendiera camino a
la ciudad con las figuras de los gemelos en la puerta observando como el carro
se alejaba.
Mikoto tardó tres horas y media en
llegar a la ciudad para dirigirse en primer lugar al taller del mejor orfebre
de La Hoja, situado en la plaza mayor de la ciudad.
El tintineo de la vieja campanilla de
hierro que estaba en la puerta anunció la llegada de una persona en el modesto
taller donde trabajaba el oro y la plata.
Yamato levantó la cabeza con pereza
para ver al recién llegado y sorprenderse en el acto, por lo que tan rápido
como su adolorida espalda le permitió, hizo una veloz floritura a la persona
que había entrado a su taller.
– ¡Buen día, señora marquesa!.
– ¡Buen día!. – Respondió Mikoto con
tono aburrido mientras sus ojos oscuros se paseaban críticamente por todas las
joyas expuestas en una estantería de madera de roble detrás de la barra de
madera que hacía de separador para que los ladrones no tuvieran facilidad de
alcanzarlas. –Ya debes saber a que he venido.
El artesano asintió con la cabeza y se
giró hasta donde estaba su aprendiz que extrañamente se trataba de un doncel.
El orfebre le hizo un ademán con la mano al mismo tiempo que movía sus labios
sin hablar y que el joven comprendió.
El doncel dejó la escoba con la que
estaba barriendo el suelo repleto de las pequeñas virutas de oro y plata que
más tarde reutilizarían al fundirla.
El doncel se perdió tras el hueco donde
se distinguía el horno y la pequeña fragua pero no tardó más que unos segundos
en volver con dos cajitas y un objeto plano envuelto con una tela blanca que le
dio a su maestro.
– Gracias, Sai. – Murmuró el orfebre a
su aprendiz que sonrió antes de volver a preocuparse de terminar sus tareas.
Yamato se giró hacia la marquesa con
los objetos en las manos y los puso sobre la barra de madera. Luego, abrió las
cajitas forradas de tela roja y mostró las joyas laboriosamente trabajadas que
escondía en su interior. Después, retiro la tela blanca del objeto plano
revelando un retrato donde solo aparecía la marquesa con sus gemelos pintados
de medio cuerpo hacia arriba.
Mikoto se acercó a la barra para tomar
uno de los medallones expuestos frente a ella y los examinó con rigurosa
atención para corroborar de que estuviese tal y como lo había mandado hacer.
– Como puede apreciar, señora marquesa,
tan exquisitas piezas están perfectas y tal y como así lo mandó. – Añadió el
artesano mirando con deleite como la
hermosa mujer analizaba las joyas con absoluta meticulosidad.
– Es lo menos que esperaba del mejor
orfebre de La Hoja. – Dijo Mikoto con una sonrisa después de haber examinado
las joyas para agitar una de sus manos con suavidad y la doncella le entregara
a Yamato una bolsita de piel marrón con la cantidad de dinero acordada y que
previamente había preparado para entregarle al orfebre.
La marquesa guardó dentro de su pequeño
bolso de mano las cajitas, viendo como su doncella se acercaba a la barra al
entender su orden.
Anko se apresuró a dejar la bolsita de
dinero correspondiente y recogió el pequeño retrato que volvió a envolver con
la tela blanca para que el fresco no se estropeara o arañara con algún inoportuno
roce.
Yamato comenzó a contar el dinero
dándose cuenta que la marquesa le había pagado dos monedas de más por lo que
levantó la cabeza para encontrarse con aquellos ojos negros como la tinta.
– Considere que se trata parte de mi
generosidad por haber cumplido mi pedido dentro del plazo acordado. – Indicó
Mikoto levantando el mentón como un gesto de superioridad.
– Sí, señora marquesa. – El artesano
agachó la cabeza con sumisión antes de hacer una floritura con algo de torpeza
debido a tan generoso pago. – ¡Que tenga un buen día, señora marquesa!.
Mikoto simplemente asintió ligeramente
con la cabeza antes de retirarse del taller seguida de su doncella para
continuar con sus compras.
– Sai. – Llamó el maestro orfebre a su
aprendiz, quien se acercó a su maestro rápidamente. – Hoy me siento de buen
humor, así que hoy te pagaré tu comida y recibirás tus cuatro genins* con un
chunin*.
– Gracias, maestro. – Agradeció Sai
pues el pago que recibía como aprendiz de orfebre no era mucho pero al menos,
se trataba de un trabajo digno con el cual podía sustentarse después de haber
quedado huérfano y sin familiares que lo pudiera acoger en su morada.
Lo que ganaba habitualmente Sai, le
bastaba para pagar los impuestos establecidos por el rey, comprar algo de
comida, ahorra un genin y, en está ocasión, podría dignarse a comprar algo de
ropa, pues las suyas le quedaban muy pequeña y estaban repletas de remiendos y
parches, sin mencionar que lo que llevaba por camisa no dejaba de ser una bolsa
de trigo recortada para poder sacar los brazos y la cabeza, teniendo un pedazo
de cuerda añeja que utilizaba de cinturón para tal vestimenta.
Sin embargo, Sai no podía quejarse
porque su maestro se portaba muy bien con él y si su sueldo era muy poco, pues
no podía culpar a su maestro porque era consciente que cuando el llegase a ser
maestro orfebre, como Yamato, tampoco le daría el dinero para comprar buenas
ropas como las utilizadas por los señores burgueses pero al menos, tendría
varias mudas, pagaría sus gastos e impuestos sin mucha contrariedad. Además, de
que tendría que pagar con su propio sueldo el material para trabajar como
también las herramientas necesarias para manejar la plata o el oro, el impuesto
por el taller y la madera para tener la fragua y el horno encendidos, sin
recordar que en el caso de que tuviese un aprendiz, también le debía de pagar
el material para que aprendiese el oficio pero era mejor eso que ejercer otros
trabajos más vergonzosos para poder mantenerse con vida.
Si algo sabía Sai de la vida, es que no
era para nada fácil y mucho menos cuando estas solo en el mundo como lo estaba
él.
El mediodía llegó pronto y como le
prometió Yamato a su aprendiz, le pagó su sueldo y salieron a la plaza donde un
puñado de personas se encontraba mirando hacia el escenario donde ahorcaban a
los criminales.
Curiosos por lo que ocurría, maestro y
alumno, se acercaron para ver como un guardia aparecía en la cima de la
plataforma.
El guardia miró a todas las personas
que se encontraban allí con arrogancia antes de sacar de su bolsillo un papel
que desenrollo y comenzó a leer en voz alta, siendo en ese momento, que la
multitud de personas calló para escuchar el pregón.
– Mañana al mediodía se procederá a
llevar a los criminales a la horca después de haber recibido un juicio justo. –
Se escucharon algunos susurró ante la palabras de "juicio justo". – Y
por haber sido reconocidos como culpables serán condenados por sus malvados
actos las siguientes personas... – El guardia comenzó a decir nombres y
apellidos de los condenados y por cada nombre dicho se escuchaba un grito, un
mormullo, una maldición y un llanto proveniente del grupo de personas.
Cuando por fin el guardia terminó su
anunció se dirigió a uno de los postes de madera y enganchó el papel en un
clavó que había allí, acto seguido se marchó del lugar dejando a la muchedumbre
parloteando sobre la alegría que les causaba a unos cuantos por deshacerse de
esas personas deshonorables y el dolor de otras personas por haber condenado
algún inocente a la muerte.
Sin embargo, nadie se percató de un
muchacho que subió a la plataforma para coger el papel entre sus manos. Nadie
se percató de los diez segundos en que releyó el papel antes de salir corriendo
del lugar tan rápido como un asustadizo ratón que está siendo perseguido por un
gato y como se perdió entre los estrechos callejones seguido de una chica y un
doncel.
El muchacho llevaba en una de sus manos
el papel que había leído el guardia. El chico tenía fuertemente apretado aquel
papel mientras corría con sus descalzos y encallados pies por las adoquinadas y
sucias calles, con hedor a orines, de La Hoja hasta llegar a un edificio en
ruinas donde se internó.
El joven se adentró a en un hueco que
había en el suelo de aquellas ruinas, posiblemente en el pasado debía de
tratarse del almacén del edificio, seguido de las dos personas que iban tras de
él.
El chico bajó unas pequeñas escaleras,
pues tan solo tenía diez escalones, y llegó a la sala donde la poca luz que
había allí provenía del hueco de la escalera que había descendido.
La habitación no era muy grande con un
ambiente cargado y frío. El cuarto poseía un fuerte olor a humedad que se
apreciaba por las viejas paredes de piedra por donde se podía observar como
crecía musgo y en las esquinas de ese cuarto algunos hongos habían aparecido.
– Naruto...– Susurró con preocupación
la joven viendo como el chico se sentaba sobre unos trapos que hacían la
función de cama.
El doncel con lentitud se dirigió hasta
donde se encontraba los restos de una hoguera, cerca había algo de leña y paja
seca, tomó un poco de madera y las colocó sobre los carbonizados restos. Luego,
puso algo de paja sobre la madera. El doncel cogió unas piedras del suelo, tan
grandes como su puño y comenzó a golpearlas generando chispas que saltaban
hacia la paja seca y la madera hasta que un hilillo de humo apareció. Con
rapidez, acercó su rostro y sopló suavemente hasta conseguir que apareciese el
fuego.
– ¿Qué haremos ahora?. – Preguntó algo
abatido el doncel.
– No pensé que fueran a hacerle eso tan
pronto. – Comentó la chica que se había sentado junto al muchacho y le
acariciaba los sucios y enredados cabellos.
– Yo tampoco, Sasame. – Confesó el
doncel acercándose a sus compañeros para tomar asiento al lado de la chica. –
Pero si al menos hubiésemos tenido los dos kage para liberarla... – Pero fue
interrumpido abruptamente.
– No habléis de esa forma. – Ordenó
Naruto que hasta ese entonces había permanecido callado. – Sé que se sacrificó
por nosotros, ella decidió ocupar ese lugar a pesar de que sabía lo que le iba
pasar. Esa era su decisión aún y cuando sabía que no íbamos a poder liberarla.
– ¡Naruto!. – Exclamó Sasame abriendo
mucho los ojos.
– ¿Cómo puedes hablar así de
Kushina?¿es qué no te importa lo que le suceda?¿no te importa que mañana...?. –
Pero la última pregunta en la que estaba reprochándole a Naruto, el doncel no
pudo pronunciarla.
– ¡Cállate, demonios!. – Gritó
levantándose para quedar sentado y mirar con fiereza al doncel. – Es mi madre,
¿cómo crees que me siento? pero si algo me ha enseñado es que por mucho que
afrontes el destino no es posible cambiarlo tan fácilmente.
– ¡Al menos deberíamos intentar hacer algo
para intentar sacarla con vida y no seguir escondiéndonos como cobardes!. –
Gritó el doncel exasperado por el desanimo que mostraba Naruto.
– ¿¡Y qué crees que he intentado
hacer!?. – Estalló Naruto poniéndose de pie. – Hemos intentado conseguir las
monedas suficientes para pagar la libertad de mi madre pero tan sólo hemos
logrado cincuenta genins y un jounin. – Le recordó con frustración en la voz. –
No hay forma de entrar al calabozo de la guardia, a menos de que te hayan
encerrado, y tampoco hay forma de salir una vez dentro porque nunca nadie lo ha
hecho sin haberse pagado su libertad para no ser acusado por el acto en el que
terminó dentro. – Puntualizó Naruto apretando sus puños. – ¿Dime si existe
alguna otra posibilidad de liberar a mi madre, Haku?. – Le preguntó al doncel
que simplemente pudo agachar la cabeza porque era consciente de que lo que
había dicho su amigo era cierto.
– Por favor, no os peléis. – Pidió
Sasame.
– Me voy. – Anunció Naruto comenzando a
caminar hasta el hueco de la escalera por donde había entrado.
Naruto caminó por las calles y
callejones de La Hoja sin percatarse aún que en una de sus manos sujetaba con
fuerza el papel que el guardia había leído en la plaza y él se había llevado.
Naruto caminó sin rumbo simplemente
dejó que sus pies lo llevaran por donde fuese, sin prestar atención a los
lugares por los que pasaba, hasta que una voz muy conocida para él lo hizo
volver a la realidad y olvidar sus cavilaciones.
– ¡Naruto!. – Llamó la voz detrás de
Naruto procedente de un chico pelirrojo.
Naruto se detuvo y giró un poco su
rostro para mirar a la persona que lo llamaba.
– Por fin te detienes, Naruto. – Habló
el joven. – Hace rato que te estoy llamando y siguiendo, ¿te ocurre algo?.
– Lo siento, Gaara. – Se disculpó
sintiendo como en ese momento su estómago rugió de hambre. Pues ya era la tarde
y Naruto no había probado bocado desde la noche anterior.
Gaara sonrió por las protestas de la
panza de su amigo.
– Anda ven conmigo, estoy seguro que a
mi padre no le importará darte algo de comida antes de tirarla a los cerdos y
sacaré una botella de vino de la despensa. No notará que le falta una botella. –
Comentó con gracia Gaara y una sonrisa en los labios ante la idea de
arrebatarle una botella de vino a su padre frente a sus narices. – Siempre hace
mucha comida porque no sabe la cantidad de personas que alojará en la posada y
cuantas irán a comer a la taberna por no hablar de la bodega que está bien
abastecida.
– Tu padre se acabará molestando si
continúa alimentándome, tan solo por ser tu amigo. – Afirmó Naruto para
escuchar como Gaara rió a grandes carcajadas. – Después de todo, nunca le he
caído en gracia a tus padres y es comprensible.
– ¡Tonterías!. Estoy seguro que no se
molestará tanto si cuando termines te ofrezcas a lavarle los platos sucios.
Entonces, serás un mozo agradecido y él un hombre contento por tener a alguien
que le limpie los platos. – Respondió para mirar a Naruto que tan solo profirió
una pequeña sonrisa algo muy inusual en su amigo. – Además, me intriga lo que
te preocupa tanto para que tengas esa cara y no importa si no quieres contarme
pero al menos, espero hacerte olvidar un poco lo que sea que está en tu cabeza.
Naruto se detuvo y apretó con fuerza su
mandíbula y cerró sus parpados antes de levantar la mano con el papel frente al
rostro de Gaara.
El pelirrojo no dudó en coger el papel
y comenzar a leerlo, percatándose de que se trataba y el por qué su amigo se encontraba
deprimido. Por ello, cuando Gaara terminó de leer, se acercó a su amigo y apoyó
una de sus manos en uno de los hombros
de Naruto.
– No, no sabía. Lo siento.
– No te preocupes, era algo que
sabíamos que iba a pasar solo que nunca te acostumbras cuando ocurre. – Dijo
como si estuviese hablando del tiempo.
Gaara retiró su mano con parsimonia del
hombro de su compañero para mirarlo unos segundos que parecieron eternos antes
de hablar.
– ¿Sabes?, hoy en la herrería he podido
fabricar mi primer trabajo, una hoja para una hoz, y no ha quedado tan mal como
esperaba. – Cambió completamente el tema mientras comenzaba a caminar hacia la
posada de su padre seguido por Naruto. – Estoy muy contento de que Sasori por
fin me permita hacer mis propios trabajos aunque aún, sigo necesitando su ayuda
para darle una buena forma con el mazo. – Suspiró. – Es que aunque no lo
parezca es bastante difícil tener bien firme el hierro candente sobre el yunque
y después comenzar a golpearlo con el mazo para que vaya tomando la forma
adecuada. – Explicó Gaara con el entrecejo arrugado mientras que con una de las
manos la movía simulando los martillazos.
– Me alegro por ti, sé lo mucho has
esperado para tener el permiso de tu primo. – Naruto agradeció completamente el
cambio del tema, pues realmente deseaba olvidarse de lo que iba a ocurrir al
día siguiente.
Los dos mozos estaban llegando a la
taberna que tenía la posada cuando un carruaje pasó junto a ellos y con sus
grandes ruedas pisaba un charco de agua sucia y pestilente que los salpicó,
incluso mojando sus cabezas con la hedionda agua.
El carruaje no era otro que el de la
marquesa de Sharingan que pudo escuchar los insultos y las maldiciones de los
chicos.
– ¡Santo Dios!. – Profirió Anko al
escuchar las blasfemas palabras. – Estos muchachos ya no reconocen a sus
señores.
Mikoto tan solo suspiró porque hacía
mucho tiempo que su título, reputación y nivel le importaba muy poco y decir
que sentía cierta envidia hacia esa gente menos favorecida porque esas personas,
parecían todos tan libres y felices como ella no lograría ser en su vida llena
de comodidades pero, por suerte, tenía a sus queridos gemelos, quienes le
alegraba sus días.
El resto del viaje a palacio fue
tranquilo y Mikoto pareció un poco sorprendida cuando se dio cuenta que ya
habían llegado.
Cuando la marquesa se bajo del carruaje
apareció frente a ella uno de los empleados.
– Llevad todos los paquetes a mi
alcoba, menos estos de aquí. – Señaló dos paquetes envueltos con papel verde. –
Eso llevadlos a los aposentos de mis hijos. – Ordenó la marquesa sin esperar
una confirmación por parte del empleado, se alejó.
– Anko, ve y pídele a alguien que me
prepare el baño. – Le ordenó a su doncella antes de comenzar a subir las
escaleras. – No me discutas, conozco las ordenes del señor pero voy a su
encuentro en este momento.– Se anticipó a hablar para no escuchar por milésima
vez a su doncella y no aguantar un regaño de su marido.
Mikoto terminó de subir las escaleras
pero no se dirigió al despacho donde sabía que se encontraba Sakumo sino que
fue directa hasta el cuarto donde estaban sus hijos.
Al llegar, tocó con suavidad la puerta
tres veces antes de abrirla y sonrió al ver a Itachi leyendo un libro y a
Sasuke observando el exterior.
– ¡Madre!. – Habló Itachi antes de
dejar el libro y acercarse junto a su hermano hasta la marquesa que los recibió
con un beso en las mejillas y un abrazo.
– ¿Os habéis comportado como es
debido?. – Preguntó la marquesa deshaciendo el abrazo para mirar a sus dos
donceles.
– Por supuesto, madre. – Respondieron
al unisonó los gemelos haciendo sonreír a la mujer.
– Me alegra mucho el conocer tan buenas
noticias.
– Madre. – Llamó Itachi con algo de
impaciencia. – ¿Me habéis traído lo que os pedí?.
– Por supuesto, fui al mejor sastre
para que hiciese vuestras capas y aunque la espera de su confección me retraso,
no podía permitirme volver sin ellas. – Afirmó Mikoto. – Pero también os he traído
otro regalo.
– ¿Otro regalo?. – Preguntó Sasuke con
desconcierto.
– ¿De qué se trata, madre?. – Preguntó
Itachi con curiosidad haciendo sonreír aún más a su madre.
Mikoto abrió su bolso de mano y de su
interior sacó dos cajitas que le entregó a sus hijos.
– Madre, es idéntico a vuestro
medallón. – Habló Sasuke.
– Para mí, este medallón es un objeto
muy importante porque me lo regaló vuestro padre el día que pidió mi mano al
abuelo Madara. Por ello, quiero que vosotros tengáis uno igual, en el que están
las iníciales de vuestros padres grabadas en su interior. Además, de que mandé
grabar el retrato de vosotros dos conmigo. – Contó Mikoto antes de acercarse a
sus hijos y besarles una de las mejillas. – Ya es muy tarde, pronto traerán
vuestras capas pero después de obtenerlas, dirigíos a vuestras camas para
dormir y tengáis hermosos sueños, hijos.
Cuando Mikoto se fue de la habitación
ambos gemelos sacaron su respectivo medallón de la cajita y deslizaron la
cadena de la joya desde su cabeza hasta quedar sujeta a su cuello.
Ambos donceles, abrieron el medallón
para ver el pequeño retrato grabado en el oro pero su corto momento de
admiración hacia su propia joya fue abruptamente interrumpido debido a los tres
golpecitos en la puerta de su alcoba.
– Adelante. – Hablaron al mismo tiempo
Itachi y Sasuke.
Por la puerta apareció un empleado con
dos paquetes que dejó sobre una mesita que se encontraba en la habitación y tan
rápido como entró se marchó haciéndole a los gemelos una sutil reverencia antes
de abandonar la estancia.
Itachi corrió para abrir el paquete del
que sacó su hermosa capa azul oscuro, mientras que Sasuke espero a que su
hermano terminase de desenvolver su regalo para poder abrir el suyo, encontrándose
con una capa idéntica a la de su gemelo. Después de que Itachi se probara y
observara la capa puesta, hicieron lo que su madre les dijo, se dirigieron a
sus respectivas camas a visitar el mundo de Morfeo en busca de agradables
sueños.
Aclaración de los términos:
* Al paso, a galope, al trote: Son los
nombres que recibe el andar de un caballo. Cuando un caballo va al paso es que
va muy lento, si va al trote va lento pero no tanto y si va al galope es que va
corriendo.
* Genin, chunin, jounin, ambu y Kage:
Como sabéis en el manga de Naruto se trata de la clasificación de nivel ninja
pero aquí, lo he puesto como los nombres de las monedas (dinero), ya que como
sabréis en esa época (s. XVIII y s. XIX) en los países se pagaban solo con
monedas y aún no circulaban los billetes
así que esto es la moneda que circulará en este Fanfic porque como sabréis en
el pasado (tanto en países de oriente como en occidente) había una gran
variedad de ellas y todas con formas y nombres diferentes pero todas reunían
una cualidad en común, pues las monedas eran de oro, plata cobre, etc. Así que
os percatareis que la moneda de menos valor es la de genin y al igual que en la
clasificación ninja iría tomando más valor y, también, serían un poco más
grandes hasta llegar a la moneda de Kage, que sería la de máximo valor. Para
conocer su material y saber cuántas monedas (de menor valor) harían falta para
poder obtener una moneda de mayor valor a ella, sería de la siguiente forma:
- Los genins son monedas de cobre y se necesitarían quince para que tuviesen el mismo valor que una única moneda chunin.
- Los chunins son monedas de hierro y haría falta diez para tener el mismo valor que una única moneda jounin.
- Los jounins son monedas de bronce y hacen falta ocho para tener el mismo valor que una única moneda ambu.
- Los ambus son monedas de platas y hace falta tener cuatro para tener el mismo valor que una única moneda kage
- Finalmente, los kage son monedas de oro y máximo valor.
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