domingo, 28 de mayo de 2017

Repercusiones -12-


- Viajeros.-

Era pasada la media noche cuando dos personas montando a caballo llegaron a la conocida ciudad de La Hoja y a pesar de que cada caballo tenía su propio jinete, estos iban ocultos solo mostrando sus ojos pero sin dejar ver su aspecto, quedando su identidad o sexo en un misterio, aunque debido a su estatura y lo largo de los hombros donde reposaba la capa con capucha que llevaban puesta, se podía suponer de que se trataban de hombres.

En cualquier aldea pequeña o el encontrárselo por el camino a pleno día, podía ocasionar que esas dos personas resultaran demasiadas llamativas pero esa noche próxima al invierno, pasaban bien desapercibidos para cualquier persona que lo hubiese visto dirigirse a la ciudad.

Después de haber pasado el enorme arco de piedra que daba inicio a la calle principal de la ciudad del Reino del Fuego se detuvieron, provocando que los caballos relincharan fatigados debido al largo y agorador viaje que habían tenido que realizar para poder llegar a tan conocida ciudad.

Uno de los caballos golpeó el suelo dos veces con su pata izquierda delantera mientras que su dueño lo desmontaba y miraba con sus ojos azules todos los callejones que eran iluminada con la tenue luz lunar para ver si cerca de allí había algún desconocido que pudiera molestarlos mientras que con una mano sujetaba las riendas, con la otra acarició el largo hocico de pelaje rojizo de su jamelgo sin dejar su minuciosa inspección.

– Parece que ha crecido mucho más de lo que pensaba en todo este tiempo en que nos hemos ausentado. – Comentó con despreocupación una vez que se cercioró de que no había nadie en las cercanías que pudiese escucharlo sin dejar de acariciar la frente del animal.

– Ya han pasado suficiente años desde que nos marchamos y era un hecho que esta ciudad, capital de este Reino haya crecido, no por nada es la ciudad elegida por el rey. – Contestó descendiendo de su montura con elegancia y agilidad para luego, tomar en una mano las riendas de su hermoso caballo de pelaje marrón.

– No discuto tus palabras pero es cierto que dieciocho años, es mucho tiempo transcurrido. – Afirmó para mirar a su compañero. – ¿Cómo te sientes al regresar a esta ciudad después de tanto años?.

Los ojos negros miraron a los azules de su compañero ante la pregunta tan repentina para después suspirar y mirar la luna llena que gobernaba esa noche, antes de comenzar a andar.

– Eres mi amigo y la única persona que ha estado a mi lado todo estos años, la única persona que me conoce y conoce mi presente y mi pasado. Considero que con eso ya debería de saberlo. – Le aseguró. – Esta ciudad, La Hoja, era el lugar al que más deseaba venir pero, también, el lugar que más he detestado en estos últimos dieciocho años. – Se detuvo para encarar a su compañero. – ¿Qué me cuentas de ti?, ¿tú también eres alguien que se fue de La Hoja?.

– Tampoco puedo decir que el regresar aquí sea lo más añorado o que me sienta conmovido por el hecho de estar en esta ciudad pero sabes que tú y yo somos muy diferentes, mi estimado amigo. Yo no perdí nada en comparación contigo. – Sonrió con amargura recordando su pasado. – Ambos fuimos acogidos por el infortunio en esta ciudad pero el mayor castigo fue puesto sobre tu espalda como una pesada piedra.

El silencio se hizo presente entre los dos hombres solo escuchando los cascos de los equinos que sonaban al contacto con el suelo adoquinado a cada paso que daban, siendo acompañado con el aullido de algún perro que lloraba a la luna o un gato que maullaba cercano en busca de la compañía de uno de sus congéneres felinos mientras que casi como un rumor del viento se esparcía los gritos de alguna persona que desempeñaba un oficio desconsiderado para el juicio de Dios y las virtudes de los hombres.

Todos aquellos sonidos característicos que tan solo portaban las ciudades grandes como lo era La Hoja.

– Deberíamos buscar un lugar en que hospedarnos mientras haces tus investigaciones. Además, es muy tarde, el viaje ha sido agotador y tanto nuestras monturas como nuestro cuerpo necesitan reposar. – Sugirió el hombre de ojos azules.

– Cierto pero debemos tener cuidado de que nos reconozcan o no podré cumplir aquello que me ha traído hasta aquí. – Recordó con seriedad. – No deseo irme sin saber lo que realmente a ocurrido a causa de cometer una imprudencia o caer en los brazos de una ingenuidad, la cual debería haber sido olvidada.

– Lo tengo bien presente desde el día en que partimos. – Le recordó con indignación. – No has dejado de recordármelo desde el momento en que a tus oídos llegó el rumor que ha provocado nuestro regreso y después de que trascurriera un año para constatar la veracidad del asunto, decidieras volver mientras que cada día que pasaba insistías en pasar inadvertido. Te soy completamente honesto cuando te aseguro que al igual que tú, no quiero tener problemas y preferiría estar en la ciudad del Girasol rodeado de mujeres y donceles mientras disfruto de un buen vino en mitad de una partida de cartas. – Se podía percibir la sinceridad en la voz del individuo. – Pero, también, debes de recordar, que gracias a mí conseguimos estos buenos caballos para llegar hasta aquí, sino hubiese sido por mi ayuda, habrías tardado mucho más tiempo en llegar. ¿Quién sabe?. Probablemente, habría pasado uno o dos años más antes de poderte siquiera acercar a esta ciudad.

– Lo sé y es otro de los favores que debo devolverte algún día, ya sabes que soy un hombre que le gusta estar en paz.

– Por supuesto, como buen hombre que cuida su apellido a pesar de que tú nombre ha sido difamado. Parece que nunca vas a cambiar tus costumbres.

– Si hiciese, dejaría de ser quien soy. – Respondió con simpleza. – Será mejor que nos apresuremos porque solo podré dormir unas pocas horas ya que tengo intensiones de ir y ver con mis propios ojos lo que haya quedado.

El hombre de ojos azules asintió con la cabeza y buscaron una posada que no estuviera tan cerca a la salida de la ciudad con el fin de no levantar sospechas entre las gentes del lugar.

Los pasos de los dos desconocidos llegaron hasta la taberna aunque aún estaba iluminada, el propietario había cerrado la puerta para que nadie más entrara al establecimiento, solo dejando salir a las pocas personas que aún se encontraban en el interior consumiendo los víveres y el buen vino que guardaba en su bodega.

Los viajeros caminaron de largo hasta la siguiente puerta donde un letrero de madera rezaba como "Posada Shukaku".

– Es un extraño nombre para una posada, ¿no crees?.

– Eso es lo menos importante. – Respondió clavando sus ojos oscuros en su compañero.

Ambos hombres ataron a sus caballos frente al abrevadero que estaba ante la puerta para acto seguido, entrar a la posada.

Al abrir la puerta una campanilla de hierro tintineó y rápidamente una mujer madura se asomó tras la gran barra de madera que separaba aquella habitación.

– ¡Buena noche, caballeros!. – Saludó cortésmente aquella mujer de pelo rubio.

– Queremos una habitación. – Habló escuetamente el desconocido de ojos negro mientras retiraba su capucha y la tela que cubría gran parte de su rostro para mostrar una espesa y gran barba castaña que comenzaba a despuntar canas.

El pelo liso del misterioso hombre le llegaba hasta los hombros y al igual que su barba, el marrón de su cabello se veía salpicado de canas.

– Disculpe pero... ¿desea una habitación para ambos o preferirían una habitación para cada uno?. – Preguntó la mujer amablemente.

– Una para cada uno, si es tan amable. – Respondió el otro hombre que al igual que su amigo descubrió su rostro para mostrar un cabello ondulados de color rojo y tan largo que le llegaba hasta la cintura. – También tenemos caballos, nos gustaría saber si vuestra posada cuenta con algún establo donde nuestras monturas puedan descansar.

– Por supuesto, por supuesto. – Decía mientras asentía con la cabeza, al mismo tiempo que sobre el mostrador ponía un tintero con una pluma y abría un libro de tapa dura de color ocre. – El establo se encuentra al lado. – La mujer señaló con una de sus manos a su derecha la pared por donde se veía una escalera y un pasillo. – Ahí, podéis dejar vuestros caballos pero si estáis muy cansados uno de mis hijos o mi propio esposo se ocuparan de llevarlos. – Indicó antes de continuar. – Una noche cuesta diez genins por habitación y el uso del establo son cinco genins por noche. – Le informó tomando la pluma del tintero. – Solo tenéis que decidme vuestros nombres antes de ofreceros las llaves de las habitaciones.

Sin más, el pelirrojo se acercó al mostrador con la mejor sonrisa que tenía.

– Jin y Kurama. – Pronunció con voz seductora haciendo sonrojar a la pobre mujer. – ¿Es necesario qué también apunte nuestros apellidos?. – Se vio obligado a hacer aquella pregunta, pues no deseaba dar más datos y sabía que una buena forma de desconcertar a la posadera era utilizando algunos de sus trucos de seducción.

– N-no, vuestros nombres no son habituales por estos lares, así que no es necesario el pediros vuestros apellidos. – Habló rápidamente con el rostro colorado y sin apartar sus ojos de aquella intensa mirada azul que parecía estar absorbiéndola.

– Bien. – Dijo para retirarse un poco del mostrador mientras giñaba coquetamente uno de sus ojos a la mujer que al instante se puso tensa y sintiendo como los pelillos de la nuca se le erizaron.

Después de anotar los nombres con dificultad en aquel grueso libro, la mujer con las piernas temblorosas, abrió un delgado armario que contenía todas las llaves pertenecientes a cada habitación de la posada y extrajo dos de las llaves de hierro que puso sobre el mostrador con torpeza.

– Estas llaves son de las dos habitaciones de la segunda planta, las dos primeras puertas a la derecha del pasillo.

– Espero que no le importe que paguemos por adelantado. – Dijo el hombre de barba mientras depositaba una bolsita frente a los ojos de aquella mujer que rápidamente negó con la cabeza. – Aquí está lo correspondiente a dos semanas. – Reveló antes de coger las llaves y mirar a su compañero. – ¡Kurama!. – Llamó al pelirrojo para acto seguido, subir las escaleras con dirección a sus respectivas habitaciones.

La mujer suspiró con gran alivio al sentirse liberada de aquellos ojos azules que la escrutaban, antes de sobresaltarse al escuchar una voz conocida a su espalda.

– Madre, será mejor que vayas a descansar, yo me quedaré aquí.

– ¡Kankuro!. – Exclamó con las manos sobre el pecho debido al susto que le proporcionó su hijo mayor, en un intento de calmar su alborotado corazón. – Kankuro han llegado dos huéspedes y tienen sus caballos fuera, llévalos al establo mientras yo cuento el dinero para ver si corresponde a las dos semanas que han dicho que pagarían por adelantado.

– Claro, madre. – Contestó Kankuro antes de salir de la posada para acatar la orden de su madre.

Los rayos del sol despertaron a Kurama, haciendo que se removiese en la cama en la que dormía plácidamente hasta que el astro rey consiguió su propósito, el despertarlo.

El hombre pelirrojo se levantó con pereza y caminó hasta el mueble donde tomó la jarra de agua que vertió dentro de aquel pequeño recipiente que estaba al lado de la jarra para lavarse la cara y cuando levantó la cabeza se miró por un buen rato al espejo, como si estuviese reconociendo su propio reflejo para finalmente, sonreír con petulancia.

Después de vestirse salió al pasillo con la clara intensión de ir a la taberna que estaba al lado y poder comer algo decente sin molestarse en llamar a la puerta del cuarto que ocupaba su amigo, pues sabía que no se encontraba allí.

Sin embargo, lo que aquel hombre se encontró en el pasillo fue un doncel arrodillado fregando el suelo y sin ninguna vergüenza, miró el trasero que junto a sus piernas delgadas tenía forma de corazón pero cuando el joven se percató de la mirada, Kurama ya estaba caminando hacia la escalera pasando por un lado del doncel.

Cuando llegó a la recepción de la posada se encontró con un hombre joven que, rápidamente, supuso que debía de tratarse del hijo de la posadera.

– ¡Buen día!. – Se apresuró en saludar Kankuro.

– ¡Buen día, muchacho! Voy a salir y regresaré a la noche me gustaría que el baño sea preparado a mi regreso. – Anunciaba mientras pensaba que era mejor dar un rodeo por la ciudad y hacer sus propias averiguaciones, en vez de centrarse en ir a comer a la taberna tan temprano.

– Por supuesto, señor. – Se apresuró a decir Kankuro.

Detrás de estas palabras Kurama se giró y caminó con firmeza hasta la puerta pero antes de poder salir del edificio tropezó con alguien que se disponía a entrar a toda prisa pero debido a la colisión todos los paquetes y verduras que había comprado la persona con quien chocó, se habían esparcido por el suelo frente a la entrada a la posada.

Kurama soltó una blasfemia de su boca pero cuando miró a la persona con la que había tropezado, se percató de que era un doncel, que debido a sus ropas rápidamente supuso que se trataba de un criado de algún noble o burgués y antes de que pudiese decir nada, observó como aquel joven se levantó del suelo y sin sacudir la suciedad de sus ropas hizo un reverencia.

– Disculpe este lamentable suceso.

Sin embargo, el viajero no respondió sino que se agachó para recoger un extraño y hermoso colgante muy bien elaborado, sin duda se trataba de una joya creada por un maestro artesano, ya que cuando lo tuvo sobre su mano enguantada pudo deducir de que aquella joya estaba hecha con oro puro y no de un metal más mediocre que imitase al preciado oro. Velozmente, una mano ajena arrebató tan valioso alhaja y fue entonces que al levantar la vista descubrió que había sido el doncel quien se había atrevido a coger el colgante de entre sus manos.

El acto tan atrevido, le provocó una infinidad de pensamientos en la mente de Kurama pero solo dos de esos pensamientos era los que más lógicos parecían y era el que ese joven había hurtado esa joya a la señora de la casa en la que servía o sencillamente, se trataba de una alhaja ofrecida por su amo a cambio de lo buen amante que había sido en las noches. Siendo cual fuese el motivo de que aquel doncel tuviese esa valiosa joya, solo incitaba el interés de Kurama en él.

– Perdone mis modales, jovencito y que quede claro que acepto sus disculpas aunque se trata de una casualidad irreprochable deparada por el destino. – Habló mientras tomaba una de las manos de aquel doncel para besarle los nudillos con un roce de sus gruesos labios y provocando un sonrojo en el doncel. – Permítame ayudarle a recoger vuestras compras, no desearía crear un problema en vuestra persona a causa de este accidente sin importancia. – Pronunció haciendo una elegante floritura que terminó al dejar abierta su capa y mostrar sus hermosas vestimentas.

Sin saber que decir, el sonrojado doncel solo fue capaz de asentir mientras que él, también, se agachaba para recoger las compras que había realizado esa mañana.

– G-Gracias. – Susurró abochornado su agradecimiento una vez habían terminado de recoger todo lo que se había caído del cesto.

– Un caballero tiene la obligación de ayudar a un doncel o dama en apuros pero a cambio podríais revelarme vuestro nombre. – Sugirió con una seductora sonrisa.

– M-me llamo... I-Itachi. – Estaba tan nervioso y avergonzado que apenas era capaz de pronunciar su nombre cuando su corazón parecía salirse de su pecho debido a la fuerza y velocidad con la que bombeaba.

– Muy lindo nombre para un joven tan encantador. – Piropeó antes de volver a tomar su mano derecha y besar los nudillos como un toque de mariposa. – Kurama es como se me conoce y espero tener la fortuna de volveros a ver. – Terminó la presentación con una floritura y guiñando uno de sus ojos con picardía antes de retomar su camino.

Itachi con mirada aturdida observó como Kurama se perdía en medio de la multitud de la calle y continuó mirando aquel punto hasta que cerca de él pasó el pregonero haciendo sonar su campana para anunciar que hoy se llevaría a cabo la ejecución de cinco hombres acusados de asesinato y robo en la plaza mayor de la ciudad. Fue entonces, cuando Itachi pareció despertar de su letargo.

Cada vez que Itachi escuchaba al pregonero anunciando el juicio de los criminales sentía como todos sus pelos se ponían de punta y por eso, que se apresuró a entrar a la posada de la familia Sabaku con la clara intención de saludar a su hermano pero se encontró de frente con el primogénito de la familia y que sin hacerse esperar salió de detrás del mostrador para saludarlo.

Desde hacía un año atrás en que había ocurrido todo lo que les había impulsado a vivir en la ciudad de La Hoja y después de haberse separado por un tiempo volviesen a encontrarse, Sasuke había insistido en llevarlo hacia esa posada donde lo había presentado a los Sabaku, familia que lo había acogido a petición de un mozo del cual, él no recordaba el nombre que su hermano le había dicho, aunque Sasuke intentó convencer a Sai para que conociera a la familia Sabaku, este había entrado en un ataque de pánico y no había querido ir a conocerlos.

También, gracias a la familia Sabaku fue posible el que Itachi encontrara trabajo en la casa de la señora Tsunade. Una mujer perteneciente a la burguesía gracias a sus fabricas de telas de las que, actualmente, se encargaba de dirigir su único hijo en la ciudad de Tours.

Sin embargo, la mujer vivía sola en su casa de La Hoja después de la muerte de su esposo, acontecimiento que había hecho que el carácter alegre y vivaz que habían sido propios en Tsunade cambiara por uno más duro, sin hacer mención que había encontrado como compañero diario, el alcohol como lo era el licor de almendra o su preciado sake. Un licor bastante caro que era exportado desde la lejana isla de Los Cerros.

Debido al mal temperamento que Tsunade había generado, la mayoría de la servidumbre de casa de la anciana mujer se había marchado solo quedando Shizune, su doncella de compañía más joven, Ebizo el viejo conductor del carruaje, además de ser el hermano de la cocinera, y la vieja Chiyo, la adorada abuela de Sasori, que ejercía su labor de cocinera. Siendo sencillo el ingreso de Itachi a la casa de Tsunade como sirviente y aunque se le había ofrecido un cuarto en la casa, Itachi prefirió continuar conviviendo en la morada de Sai.

– ¡Buen día, Itachi! Has venido muy temprano por aquí. – Saludo jovialmente Kankuro mientras ayudaba a Itachi con la pesada cesta a dejarla sobre la barra de madera que separaba la resección de la posada.

– ¡Buen día! He aprovechado el pasar por aquí y ver cómo le va a Sasuke, ya que me mandaron a comprar algunos suministros. – Informó con una sonrisa. – Para mi suerte, espero no haber malogrado ninguno de los huevos que estaba en el cesto, justo cuando me disponía a entrar me he tropezado con un hombre que dice llamarse Kurama, uno hombre pelirrojo y que pareces ser que está alojado aquí.

– ¡Oh! ¡Vaya!. – Exclamó Kankuro llevándose una mano a la barbilla y notando la aspereza del vello facial de su rostro que comenzaba a crecerle. – Ese hombre se hospeda aquí como bien supones pero parece que ha venido a la ciudad en busca de diversión, matrimonio o darse a conocer si tan veloz como un potrillo te ha dicho su nombre. – Habló con preocupación Kankuro, pues a pesar de la experiencia que tenía de atender a los clientes de la taberna o la posada, aquel cliente lo desconcertaba. – En cualquier caso, no te confíes, puede ser que sus intenciones no sean honradas. – Le aconsejó Kankuro recordando la actitud de su madre detrás de que ese tal Kurama y su compañero Jin llegaran a la posada a pedir una habitación.

– Lo tendré en cuenta pero no parece alguien peligroso. – Opinó Itachi.

– No está de más ser precavido y tener cuidado con los extraños, Itachi.

– Está bien, ¿dónde está Sasuke? me gustaría saludarlo porque puede que no pueda venir a por la tarde. – Cambió de tema Itachi un poco molesto por las palabras de Kankuro.

– Está limpiando aunque no puedo asegurarte en que planta de la posada se encuentra en este momento. – Confesó Kankuro.

– No importa, subiré a ver si lo encuentro. – Dijo Itachi antes de subir las escaleras.

Itachi no tardó mucho en encontrar a su hermano gemelo que frotaba el piso con el cepillo de espalda a la escalera, dándole la oportunidad a Itachi de divertirse un poco al asustarlo y provocase que derramase toda el agua con jabón del cubo.

– ¿¡Pero qué te pasa!?. – Gritó Sasuke completamente empapado mirando a su hermano riéndose a carcajadas a su costa. – Ahora estoy empapado y mi otra muda está secándose al sol. – Afirmó retorciendo la camisa que llevaba puesta y de la cual chorreó el agua que la tela había absorbido. – ¡No tiene ninguna gracia, Itachi!. – Volvió a gritar enfurecido.

– Perdona, Sasuke pero no pude evitar el hacerlo porque estabas tan concentrando fregando el suelo que era inconcebible el siquiera pensarlo. – Se excusó Itachi limpiándose las lágrimas de la cara que había salido de tanto reír.

– ¿Y a qué has venido tan temprano por aquí? porque permíteme que dude que se tratase solo para moléstame con tus jugarretas. – Preguntó Sasuke de mala gana mientras continuaba sacando el agua de sus ropas como buenamente podía.

– No te pongas así, Sasuke, que solo he pasado a ver cómo estabas ya que no podré venir esta noche.

– No es como si no lo hubieras hecho antes. – Recordó Sasuke ante de suspirar al comprender que debía de quitarse esas ropas debido a lo empapada que estaban. – ¿Cómo está Sai? Hace mucho que no lo veo y no comprendo él por qué no quiere venir aquí y conocer a todos.

– Está bien aunque solo nos vemos por la mañana antes de salir a nuestros respectivos trabajos y en la noche, al regresar.

– Comprendo.

– Sí. – Respondió para quedar un instante en silencio que rápidamente rompió Itachi. – Será mejor que me vaya o la señora Chiyo me regañará por retrasarme en llevarle todo lo que había apuntado en la lista.

– Te lo tendrías merecido, Itachi. – Comentó divertido Sasuke. – ¡Adiós!

– ¡Adiós!. – Se despidió Itachi para salir corriendo en busca de su cesta y tras despedirse de Kankuro salir a toda prisa hacia la casa de Tsunade.

Después de ver desaparecer a su hermano, Sasuke recogió el cubo y el cepillo para tomar el viejo trapo, que se había salvado de acabar empapado, con el que comenzó a secar el agua del suelo.

Sasuke tardó un buen rato en limpiar el charco que se había formado a causa de derramar el cubo por culpa del susto que le provocó Itachi.

Cuando bajó, se encontró a Kankuro que lo miró sorprendido.

– ¿Qué te ha ocurrido Sasuke?. – Se atrevió a preguntar al verlo todo mojado. – ¿Por qué estas empapado?.

Sasuke miró molesto a Kankuro.

– Itachi. – Respondió a regañadientes.

– ¿Itachi?. – Repitió sin saber a que pronunciaba el nombre de su hermano.

– Sí, Itachi. – Sasuke suspiró antes de continuar. – Se le ocurrió que sería divertido acercarse sigilosamente y gritarme a mi espalda.

– ¡Un momento!. – Exclamó Kankuro comprendiendo la situación, pues él mismo había cometido la misma trastada a su hermana. – ¿Estás diciendo qué Itachi te ha gastado una broma?.

– Es que según él, era inevitable. – Gruñó Sasuke para escuchar a Kankuro riéndose cuando por fin asimiló lo sucedido de lo que le había ocurrido.

Sasuke volvió a subir con otro cubo con agua limpia y un trapo seco para pasarle donde antes estaba el charco, evitando de esta manera el que alguien resbalara a causa del exceso de jabón.

En el momento en que terminó, Sasuke le informó al señor Sabaku del incidente causado por su hermano y de que iba a tomar un baño pero al parecer la broma de Itachi también pareció divertirle al patriarca.

Posteriormente, de subir los suficientes cubos de agua caliente, Sasuke cerró el cuarto de baño que compartía con Temari para desnudarse y ver como en un costado había quedado aquella pequeña cicatriz causada por aquellos desconocidos que comenzaron a golpearlo sin razón alguna mientras estuvo solo y perdido por la ciudad hasta que Naruto lo encontró.

Sasuke acarició con delicadeza la pequeña cicatriz y no pudo evitar suspirar al recordar a Naruto. Su última conversación con él ya había pasado un año y él no sabía nada de ese mozo.

Sasuke se metió dentro de la bañera de agua caliente y relajó su cuerpo recordando los pocos días que vivió junto a Naruto, de lo bueno que había sido con él y lo intenso que habían sido aquellos días pero sobretodo, de que quería disculparse con Naruto porque sentía que había sido muy impertinente con él.

El doncel volvió a suspirar recordando sus intentos de preguntarle a Gaara sobre Naruto, de saber algo acerca de lo que estaba haciendo o si ya sabía que se encontraba junto a su hermano o si estaba bien. Sasuke solo esperaba que así fuera porque cada vez que hablaba con Gaara e intentaba formular alguna pregunta para saber de aquel muchacho sentía como su corazón se disparaba raudo y veloz dentro de su pecho, sus mejillas se encendían, su estomago se volvía un nido de de mariposas y su garganta se secaba y cerraba impidiéndole decir algo.

Sasuke se mojó la cara y permaneció por un instante con los ojos cerrado solo viendo la oscuridad, una oscuridad que fue rota por la imagen de Naruto que su mente había recreado en medio de aquella negrura y en ese momento, Sasuke abrió sus ojos para observar sus manos, apreciando que sus dedos estaban arrugados como pasas, indicándole que ya era hora de salir de la bañera.

Tomó la toalla blanca y secó su nacarado cuerpo para ponerse las únicas prendas que poseía limpias y secas en ese instante. Luego, peinó su pelo negro y cuando terminó se miró por un instante en el pequeño espejo para suspirar de nuevo.

– Me pregunto si estás bien, Naruto... – Murmuró Sasuke al aire antes de salir del baño vestido con un camisón de color azul claro.



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