- Viajeros.-
Era pasada la media noche cuando dos
personas montando a caballo llegaron a la conocida ciudad de La Hoja y a pesar
de que cada caballo tenía su propio jinete, estos iban ocultos solo mostrando
sus ojos pero sin dejar ver su aspecto, quedando su identidad o sexo en un
misterio, aunque debido a su estatura y lo largo de los hombros donde reposaba
la capa con capucha que llevaban puesta, se podía suponer de que se trataban de
hombres.
En cualquier aldea pequeña o el
encontrárselo por el camino a pleno día, podía ocasionar que esas dos personas
resultaran demasiadas llamativas pero esa noche próxima al invierno, pasaban
bien desapercibidos para cualquier persona que lo hubiese visto dirigirse a la
ciudad.
Después de haber pasado el enorme arco
de piedra que daba inicio a la calle principal de la ciudad del Reino del Fuego
se detuvieron, provocando que los caballos relincharan fatigados debido al
largo y agorador viaje que habían tenido que realizar para poder llegar a tan
conocida ciudad.
Uno de los caballos golpeó el suelo dos
veces con su pata izquierda delantera mientras que su dueño lo desmontaba y
miraba con sus ojos azules todos los callejones que eran iluminada con la tenue
luz lunar para ver si cerca de allí había algún desconocido que pudiera
molestarlos mientras que con una mano sujetaba las riendas, con la otra
acarició el largo hocico de pelaje rojizo de su jamelgo sin dejar su minuciosa
inspección.
– Parece que ha crecido mucho más de lo
que pensaba en todo este tiempo en que nos hemos ausentado. – Comentó con
despreocupación una vez que se cercioró de que no había nadie en las cercanías
que pudiese escucharlo sin dejar de acariciar la frente del animal.
– Ya han pasado suficiente años desde
que nos marchamos y era un hecho que esta ciudad, capital de este Reino haya
crecido, no por nada es la ciudad elegida por el rey. – Contestó descendiendo
de su montura con elegancia y agilidad para luego, tomar en una mano las
riendas de su hermoso caballo de pelaje marrón.
– No discuto tus palabras pero es
cierto que dieciocho años, es mucho tiempo transcurrido. – Afirmó para mirar a
su compañero. – ¿Cómo te sientes al regresar a esta ciudad después de tanto
años?.
Los ojos negros miraron a los azules de
su compañero ante la pregunta tan repentina para después suspirar y mirar la
luna llena que gobernaba esa noche, antes de comenzar a andar.
– Eres mi amigo y la única persona que
ha estado a mi lado todo estos años, la única persona que me conoce y conoce mi
presente y mi pasado. Considero que con eso ya debería de saberlo. – Le
aseguró. – Esta ciudad, La Hoja, era el lugar al que más deseaba venir pero,
también, el lugar que más he detestado en estos últimos dieciocho años. – Se
detuvo para encarar a su compañero. – ¿Qué me cuentas de ti?, ¿tú también eres alguien
que se fue de La Hoja?.
– Tampoco puedo decir que el regresar
aquí sea lo más añorado o que me sienta conmovido por el hecho de estar en esta
ciudad pero sabes que tú y yo somos muy diferentes, mi estimado amigo. Yo no
perdí nada en comparación contigo. – Sonrió con amargura recordando su pasado. –
Ambos fuimos acogidos por el infortunio en esta ciudad pero el mayor castigo
fue puesto sobre tu espalda como una pesada piedra.
El silencio se hizo presente entre los
dos hombres solo escuchando los cascos de los equinos que sonaban al contacto
con el suelo adoquinado a cada paso que daban, siendo acompañado con el aullido
de algún perro que lloraba a la luna o un gato que maullaba cercano en busca de
la compañía de uno de sus congéneres felinos mientras que casi como un rumor
del viento se esparcía los gritos de alguna persona que desempeñaba un oficio
desconsiderado para el juicio de Dios y las virtudes de los hombres.
Todos aquellos sonidos característicos
que tan solo portaban las ciudades grandes como lo era La Hoja.
– Deberíamos buscar un lugar en que
hospedarnos mientras haces tus investigaciones. Además, es muy tarde, el viaje
ha sido agotador y tanto
nuestras monturas como nuestro cuerpo necesitan reposar. – Sugirió el hombre de
ojos azules.
– Cierto pero debemos tener cuidado de
que nos reconozcan o no podré cumplir aquello que me ha traído hasta aquí. –
Recordó con seriedad. – No deseo irme sin saber lo que realmente a ocurrido a
causa de cometer una imprudencia o caer en los brazos de una ingenuidad, la cual
debería haber sido olvidada.
– Lo tengo bien presente desde el día
en que partimos. – Le recordó con indignación. – No has dejado de recordármelo
desde el momento en que a tus oídos llegó el rumor que ha provocado nuestro
regreso y después de que trascurriera un año para constatar la veracidad del
asunto, decidieras volver mientras que cada día que pasaba insistías en pasar inadvertido.
Te soy completamente honesto cuando te aseguro que al igual que tú, no quiero
tener problemas y preferiría estar en la ciudad del Girasol rodeado de mujeres
y donceles mientras disfruto de un buen vino en mitad de una partida de cartas.
– Se podía percibir la sinceridad en la voz del individuo. – Pero, también,
debes de recordar, que gracias a mí conseguimos estos buenos caballos para
llegar hasta aquí, sino hubiese sido por mi ayuda, habrías tardado mucho más
tiempo en llegar. ¿Quién sabe?. Probablemente, habría pasado uno o dos años más
antes de poderte siquiera acercar a esta ciudad.
– Lo sé y es otro de los favores que
debo devolverte algún día, ya sabes que soy un hombre que le gusta estar en
paz.
– Por supuesto, como buen hombre que
cuida su apellido a pesar de que tú nombre ha sido difamado. Parece que nunca
vas a cambiar tus costumbres.
– Si hiciese, dejaría de ser quien soy.
– Respondió con simpleza. – Será mejor que nos apresuremos porque solo podré
dormir unas pocas horas ya que tengo intensiones de ir y ver con mis propios ojos
lo que haya quedado.
El hombre de ojos azules asintió con la
cabeza y buscaron una posada que no estuviera tan cerca a la salida de la
ciudad con el fin de no levantar sospechas entre las gentes del lugar.
Los pasos de los dos desconocidos
llegaron hasta la taberna aunque aún estaba iluminada, el propietario había cerrado
la puerta para que nadie más entrara al establecimiento, solo dejando salir a
las pocas personas que aún se encontraban en el interior consumiendo los
víveres y el buen vino que guardaba en su bodega.
Los viajeros caminaron de largo hasta
la siguiente puerta donde un letrero de madera rezaba como "Posada
Shukaku".
– Es un extraño nombre para una posada,
¿no crees?.
– Eso es lo menos importante. –
Respondió clavando sus ojos oscuros en su compañero.
Ambos hombres ataron a sus caballos
frente al abrevadero que estaba ante la puerta para acto seguido, entrar a la
posada.
Al abrir la puerta una campanilla de
hierro tintineó y rápidamente una mujer madura se asomó tras la gran barra de
madera que separaba aquella habitación.
– ¡Buena noche, caballeros!. – Saludó
cortésmente aquella mujer de pelo rubio.
– Queremos una habitación. – Habló
escuetamente el desconocido de ojos negro mientras retiraba su capucha y la
tela que cubría gran parte de su rostro para mostrar una espesa y gran barba
castaña que comenzaba a despuntar canas.
El pelo liso del misterioso hombre le
llegaba hasta los hombros y al igual que su barba, el marrón de su cabello se
veía salpicado de canas.
– Disculpe pero... ¿desea una
habitación para ambos o preferirían una habitación para cada uno?. – Preguntó
la mujer amablemente.
– Una para cada uno, si es tan amable. –
Respondió el otro hombre que al igual que su amigo descubrió su rostro para
mostrar un cabello ondulados de color rojo y tan largo que le llegaba hasta la
cintura. – También tenemos caballos, nos gustaría saber si vuestra posada
cuenta con algún establo donde nuestras monturas puedan descansar.
– Por supuesto, por supuesto. – Decía
mientras asentía con la cabeza, al mismo tiempo que sobre el mostrador ponía un
tintero con una pluma y abría un libro de tapa dura de color ocre. – El establo
se encuentra al lado. – La mujer señaló con una de sus manos a su derecha la
pared por donde se veía una escalera y un pasillo. – Ahí, podéis dejar vuestros
caballos pero si estáis muy cansados uno de mis hijos o mi propio esposo se
ocuparan de llevarlos. – Indicó antes de continuar. – Una noche cuesta diez
genins por habitación y el uso del establo son cinco genins por noche. – Le
informó tomando la pluma del tintero. – Solo tenéis que decidme vuestros
nombres antes de ofreceros las llaves de las habitaciones.
Sin más, el pelirrojo se acercó al
mostrador con la mejor sonrisa que tenía.
– Jin y Kurama. – Pronunció con voz
seductora haciendo sonrojar a la pobre mujer. – ¿Es necesario qué también apunte
nuestros apellidos?. – Se vio obligado a hacer aquella pregunta, pues no
deseaba dar más datos y sabía que una buena forma de desconcertar a la posadera
era utilizando algunos de sus trucos de seducción.
– N-no, vuestros nombres no son
habituales por estos lares, así que no es necesario el pediros vuestros
apellidos. – Habló rápidamente con el rostro colorado y sin apartar sus ojos de
aquella intensa mirada azul que parecía estar absorbiéndola.
– Bien. – Dijo para retirarse un poco
del mostrador mientras giñaba coquetamente uno de sus ojos a la mujer que al
instante se puso tensa y sintiendo como los pelillos de la nuca se le erizaron.
Después de anotar los nombres con
dificultad en aquel grueso libro, la mujer con las piernas temblorosas, abrió
un delgado armario que contenía todas las llaves pertenecientes a cada
habitación de la posada y extrajo dos de las llaves de hierro que puso sobre el
mostrador con torpeza.
– Estas llaves son de las dos
habitaciones de la segunda planta, las dos primeras puertas a la derecha del
pasillo.
– Espero que no le importe que paguemos
por adelantado. – Dijo el hombre de barba mientras depositaba una bolsita
frente a los ojos de aquella mujer que rápidamente negó con la cabeza. – Aquí
está lo correspondiente a dos semanas. – Reveló antes de coger las llaves y
mirar a su compañero. – ¡Kurama!. – Llamó al pelirrojo para acto seguido, subir
las escaleras con dirección a sus respectivas habitaciones.
La mujer suspiró con gran alivio al
sentirse liberada de aquellos ojos azules que la escrutaban, antes de
sobresaltarse al escuchar una voz conocida a su espalda.
– Madre, será mejor que vayas a
descansar, yo me quedaré aquí.
– ¡Kankuro!. – Exclamó con las manos
sobre el pecho debido al susto que le proporcionó su hijo mayor, en un intento
de calmar su alborotado corazón. – Kankuro han llegado dos huéspedes y tienen
sus caballos fuera, llévalos al establo mientras yo cuento el dinero para ver
si corresponde a las dos semanas que han dicho que pagarían por adelantado.
– Claro, madre. – Contestó Kankuro
antes de salir de la posada para acatar la orden de su madre.
Los rayos del sol despertaron a Kurama,
haciendo que se removiese en la cama en la que dormía plácidamente hasta que el
astro rey consiguió su propósito, el despertarlo.
El hombre pelirrojo se levantó con
pereza y caminó hasta el mueble donde tomó la jarra de agua que vertió dentro
de aquel pequeño recipiente que estaba al lado de la jarra para lavarse la cara
y cuando levantó la cabeza se miró por un buen rato al espejo, como si
estuviese reconociendo su propio reflejo para finalmente, sonreír con
petulancia.
Después de vestirse salió al pasillo
con la clara intensión de ir a la taberna que estaba al lado y poder comer algo
decente sin molestarse en llamar a la puerta del cuarto que ocupaba su amigo,
pues sabía que no se encontraba allí.
Sin embargo, lo que aquel hombre se
encontró en el pasillo fue un doncel arrodillado fregando el suelo y sin
ninguna vergüenza, miró el trasero que junto a sus piernas delgadas tenía forma
de corazón pero cuando el joven se percató de la mirada, Kurama ya estaba
caminando hacia la escalera pasando por un lado del doncel.
Cuando llegó a la recepción de la
posada se encontró con un hombre joven que, rápidamente, supuso que debía de
tratarse del hijo de la posadera.
– ¡Buen día!. – Se apresuró en saludar
Kankuro.
– ¡Buen día, muchacho! Voy a salir y
regresaré a la noche me gustaría que el baño sea preparado a mi regreso. –
Anunciaba mientras pensaba que era mejor dar un rodeo por la ciudad y hacer sus
propias averiguaciones, en vez de centrarse en ir a comer a la taberna tan
temprano.
– Por supuesto, señor. – Se apresuró a
decir Kankuro.
Detrás de estas palabras Kurama se giró
y caminó con firmeza hasta la puerta pero antes de poder salir del edificio tropezó
con alguien que se disponía a entrar a toda prisa pero debido a la colisión
todos los paquetes y verduras que había comprado la persona con quien chocó, se
habían esparcido por el suelo frente a la entrada a la posada.
Kurama soltó una blasfemia de su boca
pero cuando miró a la persona con la que había tropezado, se percató de que era
un doncel, que debido a sus ropas rápidamente supuso que se trataba de un
criado de algún noble o burgués y antes de que pudiese decir nada, observó como
aquel joven se levantó del suelo y sin sacudir la suciedad de sus ropas hizo un
reverencia.
– Disculpe este lamentable suceso.
Sin embargo, el viajero no respondió
sino que se agachó para recoger un extraño y hermoso colgante muy bien elaborado,
sin duda se trataba de una joya creada por un maestro artesano, ya que cuando
lo tuvo sobre su mano enguantada pudo deducir de que aquella joya estaba hecha
con oro puro y no de un metal más mediocre que imitase al preciado oro. Velozmente,
una mano ajena arrebató tan valioso alhaja y fue entonces que al levantar la vista
descubrió que había sido el doncel quien se había atrevido a coger el colgante
de entre sus manos.
El acto tan atrevido, le provocó una
infinidad de pensamientos en la mente de Kurama pero solo dos de esos pensamientos
era los que más lógicos parecían
y era el que ese joven había hurtado esa joya a la señora de la casa en la que
servía o sencillamente, se trataba de una alhaja ofrecida por su amo a cambio
de lo buen amante que había sido en las noches. Siendo cual fuese el motivo de
que aquel doncel tuviese esa valiosa joya, solo incitaba el interés de Kurama
en él.
– Perdone mis modales, jovencito y que
quede claro que acepto sus disculpas aunque se trata de una casualidad
irreprochable deparada por el destino. – Habló mientras tomaba una de las manos
de aquel doncel para besarle los nudillos con un roce de sus gruesos labios y
provocando un sonrojo en el doncel. – Permítame ayudarle a recoger vuestras
compras, no desearía crear un problema en vuestra persona a causa de este
accidente sin importancia. – Pronunció haciendo una elegante floritura que
terminó al dejar abierta su capa y mostrar sus hermosas vestimentas.
Sin saber que decir, el sonrojado
doncel solo fue capaz de asentir mientras que él, también, se agachaba para
recoger las compras que había realizado esa mañana.
– G-Gracias. – Susurró abochornado su
agradecimiento una vez habían terminado de recoger todo lo que se había caído
del cesto.
– Un caballero tiene la obligación de
ayudar a un doncel o dama en apuros pero a cambio podríais revelarme vuestro
nombre. – Sugirió con una seductora sonrisa.
– M-me llamo... I-Itachi. – Estaba tan
nervioso y avergonzado que apenas era capaz de pronunciar su nombre cuando su
corazón parecía salirse de su pecho debido a la fuerza y velocidad con la que
bombeaba.
– Muy lindo nombre para un joven tan
encantador. – Piropeó antes de volver a tomar su mano derecha y besar los
nudillos como un toque de mariposa. – Kurama es como se me conoce y espero
tener la fortuna de volveros a ver. – Terminó la presentación con una floritura
y guiñando uno de sus ojos con picardía antes de retomar su camino.
Itachi con mirada aturdida observó como Kurama se perdía
en medio de la multitud de la calle y continuó mirando aquel punto hasta que cerca
de él pasó el pregonero haciendo sonar su campana para anunciar que hoy se
llevaría a cabo la ejecución de cinco hombres acusados de asesinato y robo en
la plaza mayor de la ciudad. Fue entonces, cuando Itachi pareció despertar de
su letargo.
Cada vez que Itachi escuchaba al
pregonero anunciando el juicio de los criminales sentía como todos sus pelos se
ponían de punta y por eso, que se apresuró a entrar a la posada de la familia
Sabaku con la clara intención de saludar a su hermano pero se encontró de frente
con el primogénito de la familia y que sin hacerse esperar salió de detrás del
mostrador para saludarlo.
Desde hacía un año atrás en que había
ocurrido todo lo que les había impulsado a vivir en la ciudad de La Hoja y después
de haberse separado por un tiempo volviesen a encontrarse, Sasuke había
insistido en llevarlo hacia esa posada donde lo había presentado a los Sabaku,
familia que lo había acogido a petición de un mozo del cual, él no recordaba el
nombre que su hermano le había dicho, aunque Sasuke intentó convencer a Sai
para que conociera a la familia Sabaku, este había entrado en un ataque de
pánico y no había querido ir a conocerlos.
También, gracias a la familia Sabaku
fue posible el que Itachi encontrara trabajo en la casa de la señora Tsunade.
Una mujer perteneciente a la burguesía gracias a sus fabricas de telas de las
que, actualmente, se encargaba de dirigir su único hijo en la ciudad de Tours.
Sin embargo, la mujer vivía sola en su
casa de La Hoja después de la muerte de su esposo, acontecimiento que había
hecho que el carácter alegre y vivaz que habían sido propios en Tsunade
cambiara por uno más duro, sin hacer mención que había encontrado como
compañero diario, el alcohol como lo era el licor de almendra o su preciado
sake. Un licor bastante caro que era exportado desde la lejana isla de Los
Cerros.
Debido al mal temperamento que Tsunade
había generado, la mayoría de la servidumbre de casa de la anciana mujer se
había marchado solo quedando Shizune, su doncella de compañía más joven, Ebizo
el viejo conductor del carruaje, además de ser el hermano de la cocinera, y la
vieja Chiyo, la adorada abuela de Sasori, que ejercía su labor de cocinera.
Siendo sencillo el ingreso de Itachi a la casa de Tsunade como sirviente y
aunque se le había ofrecido un cuarto en la casa, Itachi prefirió continuar
conviviendo en la morada de Sai.
– ¡Buen día, Itachi! Has venido muy
temprano por aquí. – Saludo jovialmente Kankuro mientras ayudaba a Itachi con
la pesada cesta a dejarla sobre la barra de madera que separaba la resección de
la posada.
– ¡Buen día! He aprovechado el pasar
por aquí y ver cómo le va a Sasuke, ya que me mandaron a comprar algunos
suministros. – Informó con una sonrisa. – Para mi suerte, espero no haber
malogrado ninguno de los huevos que estaba en el cesto, justo cuando me
disponía a entrar me he tropezado con un hombre que dice llamarse Kurama, uno
hombre pelirrojo y que pareces ser que está alojado aquí.
– ¡Oh! ¡Vaya!. – Exclamó Kankuro llevándose
una mano a la barbilla y notando la aspereza del vello facial de su rostro que
comenzaba a crecerle. – Ese hombre se hospeda aquí como bien supones pero
parece que ha venido a la ciudad en busca de diversión, matrimonio o darse a
conocer si tan veloz como un potrillo te ha dicho su nombre. – Habló con
preocupación Kankuro, pues a pesar de la experiencia que tenía de atender a los
clientes de la taberna o la posada, aquel cliente lo desconcertaba. – En
cualquier caso, no te confíes, puede ser que sus intenciones no sean honradas. –
Le aconsejó Kankuro recordando la actitud de su madre detrás de que ese tal
Kurama y su compañero Jin llegaran a la posada a pedir una habitación.
– Lo tendré en cuenta pero no parece
alguien peligroso. – Opinó Itachi.
– No está de más ser precavido y tener
cuidado con los extraños, Itachi.
– Está bien, ¿dónde está Sasuke? me
gustaría saludarlo porque puede que no pueda venir a por la tarde. – Cambió de
tema Itachi un poco molesto por las palabras de Kankuro.
– Está limpiando aunque no puedo
asegurarte en que planta de la posada se encuentra en este momento. – Confesó
Kankuro.
– No importa, subiré a ver si lo
encuentro. – Dijo Itachi antes de subir las escaleras.
Itachi no tardó mucho en encontrar a su
hermano gemelo que frotaba el piso con el cepillo de espalda a la escalera, dándole
la oportunidad a Itachi de divertirse un poco al asustarlo y provocase que
derramase toda el agua con jabón del cubo.
– ¿¡Pero qué te pasa!?. – Gritó Sasuke
completamente empapado mirando a su hermano riéndose a carcajadas a su costa. –
Ahora estoy empapado y mi otra muda está secándose al sol. – Afirmó retorciendo
la camisa que llevaba puesta y de la cual chorreó el agua que la tela había absorbido.
– ¡No tiene ninguna gracia, Itachi!. – Volvió a gritar enfurecido.
– Perdona, Sasuke pero no pude evitar
el hacerlo porque estabas tan concentrando fregando el suelo que era inconcebible
el siquiera pensarlo. – Se excusó Itachi limpiándose las lágrimas de la cara
que había salido de tanto reír.
– ¿Y a qué has venido tan temprano por
aquí? porque permíteme que dude que se tratase solo para moléstame con tus
jugarretas. – Preguntó Sasuke de mala gana mientras continuaba sacando el agua
de sus ropas como buenamente podía.
– No te pongas así, Sasuke, que solo he
pasado a ver cómo estabas ya que no podré venir esta noche.
– No es como si no lo hubieras hecho
antes. – Recordó Sasuke ante de suspirar al comprender que debía de quitarse
esas ropas debido a lo empapada que estaban. – ¿Cómo está Sai? Hace mucho que
no lo veo y no comprendo él por qué no quiere venir aquí y conocer a todos.
– Está bien aunque solo nos vemos por
la mañana antes de salir a nuestros respectivos trabajos y en la noche, al
regresar.
– Comprendo.
– Sí. – Respondió para quedar un
instante en silencio que rápidamente rompió Itachi. – Será mejor que me vaya o
la señora Chiyo me regañará por retrasarme en llevarle todo lo que había
apuntado en la lista.
– Te lo tendrías merecido, Itachi. –
Comentó divertido Sasuke. – ¡Adiós!
– ¡Adiós!. – Se despidió Itachi para
salir corriendo en busca de su cesta y tras despedirse de Kankuro salir a toda
prisa hacia la casa de Tsunade.
Después de ver desaparecer a su
hermano, Sasuke recogió el cubo y el cepillo para tomar el viejo trapo, que se
había salvado de acabar empapado, con el que comenzó a secar el agua del suelo.
Sasuke tardó un buen rato en limpiar el
charco que se había formado a causa de derramar el cubo por culpa del susto que
le provocó Itachi.
Cuando bajó, se encontró a Kankuro que
lo miró sorprendido.
– ¿Qué te ha ocurrido Sasuke?. – Se atrevió
a preguntar al verlo todo mojado. – ¿Por qué estas empapado?.
Sasuke miró molesto a Kankuro.
– Itachi. – Respondió a regañadientes.
– ¿Itachi?. – Repitió sin saber a que
pronunciaba el nombre de su hermano.
– Sí, Itachi. – Sasuke suspiró antes de
continuar. – Se le ocurrió que sería divertido acercarse sigilosamente y
gritarme a mi espalda.
– ¡Un momento!. – Exclamó Kankuro
comprendiendo la situación, pues él mismo había cometido la misma trastada a su
hermana. – ¿Estás diciendo qué Itachi te ha gastado una broma?.
– Es que según él, era inevitable. –
Gruñó Sasuke para escuchar a Kankuro riéndose cuando por fin asimiló lo
sucedido de lo que le había ocurrido.
Sasuke volvió a subir con otro cubo con
agua limpia y un trapo seco para pasarle donde antes estaba el charco, evitando
de esta manera el que alguien resbalara a causa del exceso de jabón.
En el momento
en que terminó, Sasuke le
informó al señor Sabaku del incidente causado por su hermano y de que iba a
tomar un baño pero al parecer la broma de Itachi también pareció divertirle al
patriarca.
Posteriormente, de subir los suficientes cubos de agua
caliente, Sasuke cerró el cuarto de baño que compartía con Temari para
desnudarse y ver como en un costado había quedado aquella pequeña cicatriz
causada por aquellos desconocidos que comenzaron a golpearlo sin razón alguna
mientras estuvo solo y perdido por la ciudad hasta que Naruto lo encontró.
Sasuke acarició con delicadeza la
pequeña cicatriz y no pudo evitar suspirar al recordar a Naruto. Su última
conversación con él ya había pasado un año y él no sabía nada de ese mozo.
Sasuke se metió dentro de la bañera de
agua caliente y relajó su cuerpo recordando los pocos días que vivió junto a
Naruto, de lo bueno que había sido con él y lo intenso que habían sido aquellos
días pero sobretodo, de que quería disculparse con Naruto porque sentía que
había sido muy impertinente con él.
El doncel volvió a suspirar recordando
sus intentos de preguntarle a Gaara sobre Naruto, de saber algo acerca de lo
que estaba haciendo o si ya sabía que se encontraba junto a su hermano o si
estaba bien. Sasuke solo esperaba que así fuera porque cada vez que hablaba con
Gaara e intentaba formular alguna pregunta para saber de aquel muchacho sentía
como su corazón se disparaba raudo y veloz dentro de su pecho, sus mejillas se
encendían, su estomago se volvía un nido de de mariposas y su garganta se
secaba y cerraba impidiéndole decir algo.
Sasuke se mojó la cara y permaneció por
un instante con los ojos cerrado solo viendo la oscuridad, una oscuridad que
fue rota por la imagen de Naruto que su mente había recreado en medio de
aquella negrura y en ese momento, Sasuke abrió sus ojos para observar sus
manos, apreciando que sus dedos estaban arrugados como pasas, indicándole que
ya era hora de salir de la bañera.
Tomó la toalla blanca y secó su
nacarado cuerpo para ponerse las únicas prendas que poseía limpias y secas en
ese instante. Luego, peinó su pelo negro y cuando terminó se miró por un
instante en el pequeño espejo para suspirar de nuevo.
– Me pregunto si estás bien, Naruto... –
Murmuró Sasuke al aire antes de salir del baño vestido con un camisón de color
azul claro.
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