domingo, 28 de mayo de 2017

Repercusiones -14-


- Atracción.-

Gaara estaba muy aburrido porque en esos días la herrería de Sasori estaba cerrada debido a que la fragua se encontraba cerca de la calle principal de La Hoja y como ya se había comenzado el embellecer la calle principal de la ciudad con cintas y estandartes que simbolizaban el escudo de la realeza para que el rey y su familia hiciera el tradicional desfile junto a sus caballeros vestidos de armaduras relucientes dando a demostrar su poder y simbolizar la seguridad que podía trasmitir su ejército ante una posible batalla con alguno de los reinos vecinos. Por ello, las tiendas y puestos que estaban en la misma calle principal o a sus alrededores debían cerrar ese día.

Ese tiempo Sasori lo aprovechaba para salir de la ciudad y dirigirse a las canteras y las minas ubicadas al oeste de la ciudad con su carro porque allí, podía encontrar buen hierro a un precio muy bajo. Normalmente, Gaara lo acompañaba pero en esta ocasión había cedido su puesto al pequeño hijo de su maestro y aunque Hiroshi fuese un doncel incapaz de poder hacerse cargo de la herrería de su padre debido a que su destino era abandonar el hogar cuando se casase. Sasori no tenía la oportunidad de estar mucho tiempo con su pequeño, puesto que su esposo, Deidara, era el encargado de educar al niño y debido al comportamiento tan controlador de Deidara, Sasori prácticamente no conocía a su propio hijo. Por ese motivo, Gaara había desistido de ir hasta las canteras y las minas con Sasori para que disfrutara ese viaje con Hiroshi pero claro, Gaara intervino para que el hijo de su primo fuera despegado del proteccionismo de Deidara, puesto que después de varios meses consiguió convencer al esposo de su maestro de dejar ir al niño al viaje, siendo ese el motivo del por qué él estaba en su hogar siendo presa del aburrimiento.

Gaara volvió a bostezar porque si ,al menos, su buen amigo Naruto se encontrara en la ciudad podría divertirse un poco pero desde que le contó que Sasuke había encontrado a su hermano, Naruto se había marchado de la ciudad para ir junto a su madre y no es que no entendiese a su amigo debido a que él pudo ver con sus propios ojos el deplorable estado en que se encontraba Kushina, y, también, había ayudado indirectamente a Naruto a poder sacar a su madre de La Hoja consiguiéndole un carro con una mula pero eso, no ayudaba a que no lo añorara y deseara que volviese, pues desde hacía un año que no sabía de su amigo y, además, desde que ese ladronzuelo se había marchado ya no se divertía tanto cuando estaba junto a las damas y donceles o al hacer alguna jugarreta para su propio disfrute.

Gaara abandonó su alcoba para dirigirse a la cocina de la taberna. El muchacho bajó trotando las escaleras haciendo crujir los viejos escalones de madera de cedro y vio como siempre a su padre haciendo la comida antes de abrir la taberna y en la mesa estaban sentadas Temari, su madre y aquel juglar llamado Shikamaru acompañado de su inseparable laúd que siempre cargaba a todos lados como si se tratase de una parte de su anatomía.

Tan solo hacía un mes atrás que su padre había aceptado la oferta de aquel artista ambulante que a cambio de una habitación y un plato de comida todas las noches tocaría su laúd y cantaría las canciones animadas que sabría o recitaría armónicos poemas en rima excelente y Gaara debía admitir que Shikamaru era un músico realmente bueno y su voz perezosa y monótona con la que hablaba normalmente cambiaba completamente cuando estaba actuado pero eso, ya era algo que se debía espera, pues sabía que su padre no solo tenía buen ojo para los negocios sino también buen juicio para los músicos ambulantes a los que acogía en su casa.

El señor Sabaku no era la primera vez que albergaba a un músico en la posada a cambio de que actuara en la taberna, pues si como músico era bueno y su voz carecía de ritmo y pasión al cantar o viceversa, no aceptaba el trato porque un buen músico con buena voz capaz de hacer vibrar las palabras que decía era capaz de llenar la taberna en menos de una hora y Shikamaru resultaba ser uno de esos artistas extraordinarios que aún no había encontrado un mecenas que lo contratase o, simplemente, aún no había aparecido el mecenas adecuado para Shikamaru. Siendo así, que su estadía en la taberna también era beneficiosa para el juglar.

Gaara buscó a Sasuke con la mirada y lo encontró saliendo de la despensa con una pequeña cesta llena de huevos que acercó a su padre antes de sentarse a la mesa para desayunar junto a los demás para tener la suficiente energía a la hora de hacer sus labores en la posada y la taberna.

Gaara terminó de bajar la escalera y se dirigió hasta la mesa para escuchar como su hermana intentaba entablar una conversación con el soñoliento Shikamaru que simplemente asentía con la cabeza mientras bebía con desanimo de su tasa.

Aburrido por la escena, Gaara cogió dos magdalena de almendras que tanto le gustaba hacer a su madre y se dirigió hasta la resección de la posada donde estaba su hermano Kankuro durmiendo sobre el mostrador, ya que sabía que no dormía bien últimamente debido a que había estallado la guerra entre el Reino del Viento y el Reino de la Roca, mucho se los habitantes partían de sus países en busca de refugio y tranquilidad. Por ello, había habido más trabajo en los negocios familiares, impidiéndole a su padre y hermano el poder descansar lo suficiente.

Gaara se compadeció de su hermano cuando escuchó como emitió un ronquido mientras balbuceaba " – ¿...le traigo más vino...? – ", sin lugar a dudas, su hermano no descansaba ni en los sueños.

El pelirrojo se acercó a Kankuro y apoyó su mano libre en uno de los hombros de su hermano mayor y mientras lo movía, pronunciaba su nombre hasta que consiguió despertarlo.

– Me dormí... – Afirmó somnoliento Kankuro mientras frotó su cara con fuerza para desperezarse.

– Deberías de ir al cuarto a dormir. Te ves muy cansado al igual que padre. – Pronunció Gaara.

– Sabes que no podemos hacerlo, hay mucho trabajo que no se debe desperdiciar porque, bien sabes, que no solemos tener la posada y la taberna llena. Además, de que también hay que agradecer que Shikamaru entretenga en la taberna a la gente con sus canticos o perderíamos muchos genins. – Afirmó Kankuro rascándose la cabeza. – Aunque padre sí que parece muy agotado. – Bostezó. – A su edad no debería de trabajar, él ya no es un mozo.

– ¿Y tú no?. Mírate al espejo, parece que en estos días te has echado más años que los que realmente tienes y casi nunca sales de aquí. Así nunca vas a conocer doncel o mujer que quiera casarse contigo.

– Ya... ya... – Dijo bostezando nuevamente. – Las cosas no son tan simple porque tampoco veo que tú te hayas casado aún, Gaara. – Contraatacó porque sabía que su hermanito era un desvergonzado que le encantaba coquetear con cuanta mujer o doncel conociese como un niño que jugaba con fuego y no sabe que puede quemarse.

– Soy joven e irresistible para los ojos de los donceles y las mujeres, no me acuses de disfrutar lo que la vida me pone en frente. Soy un hombre que aún puede permitirse la soltería pero tú, ya deberías de estar casado y con hijos. – Aseguró señalándole con la magdalena a su hermano. – Y toma, debes comer algo aunque sea poca cosa. – Dijo ofreciéndole la magdalena de almendras con que le había apuntado.

– Solo eres un golfo, Gaara, pero un día esos juegos se te terminarán. – Rio Kankuro. – Ya me gustaría a mí darle el capricho de los nietos a nuestros padres. – Murmuró soñador y, al mismo tiempo, apaciguando las posibles replicas de su hermanito antes de darle un mordisco a la magdalena.

– Pues cásate, cualquier mujer o doncel estaría encantado de contraer nupcias con un hombre como tú, Kankuro. – Le recordó Gaara ignorando la advertencia. – Eres el primogénito de la esta familia y serás quién herede los dos negocios de nuestro padre, quién permanezca en esta casa junto a padre y madre mientras que yo me quedaré con la herrería del primo Sasori porque Deidara no puede tener más hijos, ya sabes que después del nacimiento de Hiroshi la partera dijo que su bolsa quedó estéril, así que yo me iré de aquí en unos años al igual que Temari, que si nadie se apresura a pedir su mano, padre le buscará marido. – Gaara sonrió con tristeza ante el hecho de que pronto debería de dejar de comportarse como un rompecorazones para casarse y abandonar el hogar familiar. – Eres el mayor y no deberías desaprovechar tu tiempo de virilidad para buscar a la persona adecuada.

– Hay veces que considero que tu ere el mayor de los tres, Gaara. – Comentó, reflexionando las palabras de su hermano antes de terminarse la magdalena que Gaara le había traído.

– Sí... yo también lo pienso a veces. – Afirmó divertido antes de adentrarse a los establos para salir a la calle trasera del edificio y la cual, estaba desierta.

Miró a todos lado pero aún era muy temprano para que las tiendas y los puestos estuviesen abiertos. Así que dio la vuelta al edificio porque seguramente su madre y su hermana ya se marcharían hacia el castillo del rey en donde trabajaban y estaría bien acompañarlas hasta la Plaza Del Granjero.

Gaara fue a su encuentro con la escusa de protegerlas hasta su destino y de paso entretenerse con alguno de los artistas ambulantes que se encontrarían mostrando sus liricas, cantares, acrobacias u otras habilidades en espera de una moneda pero con lo que se encontró, al girar la esquina que lo adentraba al pequeño callejón, lo desconcertó.

Allí, en frente suyo un joven estaba mirando a hurtadillas hacia las entradas principales de la taberna y la posada.

El rostro de Gaara se endureció porque si aquel muchacho estaba allí para asaltar a su madre y su hermana se iba arrepentir de haber elegido a las mujeres de su familia como sus posibles presas.

Gaara se acercó tan sigiloso como pudo y cuando estuvo detrás del desconocido, lo cogió con fuerza de un brazo haciéndolo girar cara a él para ver el rostro de aquel miserable pero nuevamente se sorprendió, casi, quedando mudo ante lo que sus ojos captaban porque se trataba de un doncel y no de un muchacho como creía.

Nunca había visto a aquel doncel y eso que él era de los pocos habitantes de la ciudad que podía presumir de conocer a la mayoría de personas que vivían en La Hoja pero a aquel doncel jamás lo había visto y sus ojos tan negros, lo habían atrapado al instante, sumergiéndolo en un universo desconocido y desconcertante en el que solo estaba él frente a los iris negros de aquel desconocido.

Sin embargo, el aprendiz de herrero cambió su rostro de asombro y ensoñación por uno de sufrimiento cuando sintió como algo había impactado con fuerza en su entrepierna provocándole que cayese al suelo retorciéndose de dolor mientras el doncel escapaba y se perdía en las laberínticas calles de La Hoja.

Cuando el dolor parecía menguar, se levantó tomando aire a bocanadas porque debido a aquel golpe sus pulmones se vaciaron en un santiamén y se vio obligado a permanecer mucho tiempo apoyado en la pared que formaba parte de la posada de su padre, en espera de poder atreverse a dar un paso sin sentir que su entrepierna pareciese matarlo de dolor.

Una vez Gaara se recuperó, salió de aquel pequeño callejón en el que se encontraba y para empeorar la situación, se enfadó mucho al comprobar que caminaba como si tuviese una almohada entre las piernas pero eso no le impidió buscarlo como un furibundo león sediento de venganza por haber sido humillado de la forma más rastrera que existía por aquel doncel de ojos profundos.

Sin embargo, por mucho que Gaara buscó ese día al misterioso doncel no lo encontró pero se había prometido que encontraría al malvado doncel que había provocado que su entrepierna ahora pareciese una sandía y por ello, se vio obligado a ir hasta el boticario para comprar un remedio que solucionase aquel problema. También, tuvo que aguantar las miradas y murmullos que las personas a su alrededor tenían acerca de su entrepierna y su caminar, Gaara jamás se había sentido tan frustrado y avergonzado.

El aprendiz de herrero se había tomado la molestia de entrar a su morada con el suficiente cuidado de que sus familiares no lo viesen y en el caso de cruzarse con alguno de ellos, intentaba ocultar su adolorida entrepierna junto a su manera actual de andar, siendo así que ni sus padres, ni sus hermanos y mucho menos Sasuke o Shikamaru se percatasen de su zona afectada por el dolor. Por ello, cuando el muchacho llegó a su meta y guarida (su alcoba) se sintió triunfador y libre de poder soltar todas aquellas palabras ofensivas y blasfemas que había retenido en su interior.

Al siguiente día, Gaara se había levantado de mejor humor, pues ya la hinchazón había desaparecido y no sentía el dolor. El pelirrojo comprobó que esa zona de su cuerpo había vuelto a estar en buen estado pero eso, no le hizo olvidar lo ocurrido ni su propósito de buscar a aquel doncel irrespetuoso y violento. Mucho menos, cuando tuvo que aguantar las burlas de su único confidente, su conciencia.

Como el día anterior había buscado al doncel porque sería impensable el creer que después de que Gaara lo descubriese, este volviera al lugar de los hechos.

Había pasado los días y el domingo se había hecho presente, un día en que Gaara debía posponer para más tarde el salir en busca del doncel porque como todos los domingos debía  ir junto a su madre, sus hermanos y Sasuke a la pequeña iglesia cerca de su casa.

Ese día, no podía hacer otra cosa antes de salir hacía el templo que sentir envidia hacia Shikamaru que se encontraría haciendo lo que le apetecía por las calles de la ciudad sin tener la necesidad de cumplir con las obligaciones sociales porque su única obligación era el estar desde el atardecer hasta media noche tocando y cantando para entretener a los clientes que iban a la taberna.

Gaara se vistió con sus mejores ropas y bajó hasta la cocina de la taberna farfullando su mala suerte. Como todos los domingos la taberna se cerraba por la mañana para que ellos pudieran acercarse a la iglesia pero se volvía a abrir cuando volviesen todos del templo mientras que en ese tiempo era su padre el que se quedaba para encargarse de la posada.

En la cocina estaban todos y antes de salir, su madre le dio una colleja mientras lo reprendía al escuchar como por su boca salía una "incoherencia".

Antes de entrar al edificio sagrado se encontraron con Deidara, como todos los domingos, y todos entraron al templo.

Habían llegado temprano pero como era de esperarse, la iglesia ya tenía gente orando en espera del sacerdote, pero a Karura eso no pareció importarle y buscó rápidamente un buen asiento que pudiesen ocupar.

El sacerdote comenzó su oratoria y Gaara bostezó con disimulo su desgana mientras comenzaba a mirar a su alrededor para ver a la gente que ya conocía hasta que en medio de la multitud se dio cuenta de una persona que estaba oculta detrás de una de las columnas de mármol blanco y la cual parecía que no se había percatado hasta aquel momento y es que aquella persona se trataba del doncel violento que pudo distinguir cuando mostró su rostro con aquello ojos hipnóticos y parecía estar buscando a alguien.

El doncel salió de su escondite mientras seguía buscando con su mirada entre las persona y por primera vez, Gaara, se percató de que aquel doncel no vestía con harapos como había pensado sino que tenía una camisa de raso verde y un pantalón de algodón, indicándole de que su suposición cuando lo vio por primera vez era errada pero creando la pregunta de “¿por qué estaba mirando oculto hacia la entrada principal de la posada y la taberna si no se trataba de un delincuente?”. Esta pregunta tenía intención de descubrirla ese mismo día porque Gaara no desaprovecharía la oportunidad que se le había presentado frente a sus narices.

El aprendiz de herrero sonrió porque al parecer el mismo Dios también quería ayudarlo en su búsqueda y esta vez, no se le escaparía ese doncel como la vez anterior. Así que el pelirrojo con disimulo se acercó más a su madre para poderle susurrar.

– Madre, no volveré a la casa con usted después de que termine el salmo.

Gaara vio como su madre afirmó con su cabeza antes de contestarle.

– No malogres tus ropas, son nuevas y las más caras y bonitas que tienes.

Después de esa diminuta charla Gaara esperó impaciente a que el clérigo terminara mientras que no apartaba su mirada hacia el doncel que parecía haber desistido de seguir buscando con la mirada entre las personas a quién quiera que fuese.

Cuando por fin el sacerdote terminó dando su bendición todo los fieles se retiraron pero Gaara acompañó a su familia hasta la salida de la iglesia y ahí, se quedó esperando al desconocido doncel porque lo había visto dirigirse hacia el confesionario, de seguro tenía mucho de que disculparse con Dios después de que a él casi lo matase al lado de su casa.

El aprendiz de herrero sonrió, después de una hora vio aparecer al doncel y aunque tuvo el impulso de abalanzarse sobre él y llevárselo hasta un lugar en el que no solo lo interrogaría sino que lo forzaría que se disculpase por haberle humillado de aquella manera tan rastrera porque, Gaara, intuía que el joven no iba a disculparse tan fácilmente.

Siguió al doncel por las calles a escondidas pero pronto se percató de que no había ningún hombre a su lado que salvaguardase su virtud y eso era muy extraño pero aún así, el pelirrojo esperó el momento indicado para presentarse frente al doncel, momento que aconteció dos horas más tarde de ver como aquel joven se paseaba por la calle principal de la ciudad mirando los adornos colocados para el desfile real e intercambiaba algunas palabras con algunos vecinos.

Gaara sintió como una llamarada de calor subía por su garganta porque el doncel lo había visto aunque intento ser lo menos perceptible para su campo de visión pero al parecer, no lo había conseguido porque como un acto de burla, lo estaba llevando hacia su casa.

El muchacho completamente enfurecido se acercó como un relámpago a la espalda del doncel y con toda la fuerza de su enorme cuerpo dejó al desconocido inmovilizado contra una de las paredes de aquella callejuela.

– ¿Te divierte jugar con los hombres o es que solo te ríes de mí?. – Susurró Gaara en la oreja del doncel con tono amenazante pero su capturado no respondió y no sabía si era porque estaba absorto por ese movimiento inesperado que realizó o porque estaba disfrutando lo que le había provocado. – Quiero saber quién eres y qué es lo que quieres de mí o de mi familia. – Exigió presionando las muñecas del doncel ya que se las tenía bien sujetas para que no volviese a sorprenderlo como la primera vez. – ¡Habla!.

– M-me llamo Sai... – Murmuró con voz acongojada.

– No te he oído.

– ¡SAI!. – Gritó el doncel para acto seguido dejar salir su llanto.

Gaara no se compadeció porque, posiblemente, era una treta para escapar o, simplemente, para mofarse de él con su llanto desconsolado.

– Yo... yo no he hecho... nada malo. – Balbuceo.

– ¿No? ¿y entonces qué hacías hace cuatro días atrás mirando oculto hacia donde estaba mi madre y hermana? y el que me atacaras cuando te descubrí, ¿tampoco es hacer nada malo?. – Ironizó con una malvada sonrisa. – Estoy seguro que si ahora te suelto volverás a escaparte como un perro después de golpearme o, al menos, intentarlo.

– N-No... yo no voy... a hacerlo. Yo... yo no quería atacarte... aquella vez pero... me asustó... Usted me asustó...

– ¿Y reaccionas como un animal salvaje?. Eso no me lo puedo creer doncelito y ahora dime. ¿qué estás intento hacer?.

– ¡Nada...! ¡Nada! – Gritó Sai pero parecía que nadie escuchaba sus gritos porque a pesar de que sabía quién era aquel mozo y todo lo que sentía por ese hombre, no creyó que lo estuviese siguiendo y ahora él estaba aterrado, sintiendo la cólera de Gaara.

Después de lo que había ocurrido hacia cuatro días atrás, en que Sai había ido a ver al aprendiz de herrero, ya que en esos días el taller de Yamato no abriría, se vio descubierto por Gaara tras aquella esquina y el susto solo hizo que reaccionara violentamente y saliera corriendo tan rápido como podía hasta que llegó a su casa y durante esos cuatro días, no abandonó su morada debido a lo acontecido. Por eso, ese domingo había ido a confesar su falta, ya que siempre se sentía mejor el escuchar los salmos y el confesar sus errores en la iglesia pero Sai no pensó que le fuese a ocurrir eso, justo y cuando, Yamato no había ido a la iglesia.

– ¿¡Nada!?. ¿Y qué hacías, entonces?.

– Yo... yo... – Sai tragó saliva con fuerza. – ¡Yo esperaba verte!. – Gritó tan fuerte, que por un momento, Sai pensó que se desmayaría al sentir como en ese grito sacaba todo el aire de su interior.

– ¿Verme?. – Repitió a la nada Gaara porque de todas las posibilidades que existían y pudo haber dicho aquel doncel, el pelirrojo no esperó oír aquellas palabras. – ¿Y para qué querías... – Pero fue interrumpido abruptamente cuando sintió como su presa se liberaba ante su descuido provocado por el desconcierto.

Sai pudo notar como su respuesta había desconcertado a su opresor y había aflojado su agarre de sus muñecas. También, supuso que Gaara no iba a creerle si le decía de sus sentimientos y aunque su llanto no había menguado se soltó rápidamente y se giró para quedar cara a cara frente a su opresor porque era evidente que no iba a tener ninguna oportunidad de huida.

Gaara había atrapado rápidamente la cintura de Sai cuando sintió como se liberaba y se daba la vuelta para ver aquel rostro, percatándose de que realmente aquel doncel estaba llorando, eso lo hizo sentirse como un monstruo.

– L-Lo siento.... – Balbuceó sin apartar sus ojos verdes de Sai que derramaba abundantes lágrimas y aunque no quisiera admitirlo, Gaara volvió a sumergirse en los ojos del contrario como en un mar oscuro y profundo.

Sin ser consciente y movido por una fuerza inexplicable, Gaara continuó hundiéndose en los ojos de Sai y sin querer detener a sus instintos, su rostro colisionó con suavidad del contrario, palpando con sus labios los contrarios.

Por una vez, y después de escuchar aquellas palabras del pelirrojo que lo miraba hipnotizado, Sai se abalanzó hacia los labios de Gaara en un acto impulsivo, imprudente y descarado porque esperaba que con ayuda de haberse osado a hacer eso supiese la verdad. Además, aunque fuese apartado o rechazado quería hacer uno de sus más grandes deseos realidad.

Ambos labios se movieron a un ritmo diferente, unos con timidez y torpeza, los otros como si volaran en caricias hasta que el casto contacto dio paso a la pasión y aquel beso tierno se convirtió en uno más brioso.

Las bocas se abrieron para dar paso a una mayor profundidad y las lágrimas se mezclaron con el sabor de sus salivas como una combinación de especias en una exótica sopa.

Para cuando el beso termino, fue seguido de otro aún más apasionada pero en esta ocasión había sido Gaara quien lo inició, embriagado por aquella boca sin ser consciente de como sus manos apretaban el trasero de Sai, pegándolo más a su cuerpo como si intentase fundirlo en su carne.

Sai, que continuaba abrazado al cuello del otro joven tampoco se percataba de la fuerza que ejercía en el cuello de Gaara, ya que ahí, había enredado sus brazos para retener al pelirrojo mientras, por una vez en su vida, callaba a su sentido común y dejaba libre a sus impulsos y deseos más profundos.

Tras ese segundo beso, Gaara recupero la consciencia y se separó de Sai con un empujón hasta chocar con la pared a su espalda, mirando con desconcierto al doncel que se había dejado caer en el suelo sobre sus rodillas, pues Gaara aun no entendía que le había ocurrido para terminar besándose con aquel doncel.

– Yo te amo. – La confesión de Sai pareció otorgar un silencio en medio de aquel callejón mientras que él seguía derramando lágrimas.

Aquellas palabras se clavaron como flechas en el corazón de Gaara y dagas en su cabeza, dejando su razonamiento en el olvido, incapaz de poder decir nada.

Sai esperó durante unos minutos pero al comprender de que el pelirrojo no iba a hablar, se levantó del suelo frotándose la cara para limpiar sus lágrimas y sintiéndose ridículo por lo había hecho y dicho, se  marchó corriendo hacia su hogar con las manos en el pecho porque era en ese lugar de su cuerpo donde se había instalado un fuerte dolor.

Había pasado tres horas y Gaara aún seguía en aquel callejón, de la misma forma en la que había quedado cuando Sai se había marchado, con sus ojos miraban a la nada.

Sin embargo, en esas tres horas nadie había pasado por aquel callejón hasta ese momento, que apareció un grupo de niños gritando y corriendo.

Gaara sacudió la cabeza atolondradamente y comenzó a caminar preguntándose qué había sucedido con él, nunca se había comportado de aquella manera, ni siquiera con sus conquistas o pequeños amoríos que en realidad resultaba siendo atracción física y no amor pero el pelirrojo sabía que si no llegaba a recuperar un poco la consciencia habría acabado mancillando a aquel doncel en plena luz del día, en aquel sucio callejón cerca de su casa.

El mozo siguió caminando por las calles de la ciudad hasta el anochecer, sin dejar de cavilar y por fin, llegó a su casa. Sin decir nada más que las palabras necesarias, Gaara se fue a su habitación.

Pasaron dos días más pero Gaara continuaba con aquel carácter taciturno a lo que nadie parecía haberse dado cuenta y llegó el desfile de la realeza pero él ni siquiera se molestó en ir a presenciarlo aunque el desfile había sido, su primo aun no había regresado a La Hoja. Por ello, aún se encontraba en su casa, o mejor dicho, Gaara ahora se encontraba más fuera de su casa, pues sentía la necesidad de andar y por ello, se le podía ver vagando por las calles, intentando encontrar una respuesta a lo ocurrido y la desesperación que había comenzado a albergar aunque no había vuelto a ver a Sai, tampoco lo había intentado volver a buscar por la simple razón de que no sabía que decirle.

Esa noche, Gaara estaba paseando por una de las calles cerca a una de las salida de La Hoja y como últimamente le ocurría, no dejaba de darle vuelta a lo sucedido el domingo, cuando escuchó como un corcel se acercaba al oír el golpeteó de los cascos del equino sobre los adoquines. Así que Gaara se apartó del centro de la calle hasta ponerse a un lado para que el jamelgo pudiese pasar pero el caballo de pelaje tan rojizo como el fuego se detuvo a su lado y el jinete descendió de un salto para acercarse a él con las riendas de su caballo en una de sus manos.

– ¿Gaara?. – Preguntó el jinete dudoso.

El pelirrojo levantó su mirada del suelo para ver la cara del jinete y por primera vez en esos días, su rostro enmarcó unas muestras de expresividad, la cual era el asombro y la felicidad.

– Naruto. ¡Naruto!. – Terminó elevando la voz para abrazar a su amigo.


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