- Atracción.-
Gaara estaba muy aburrido porque en
esos días la herrería de Sasori estaba cerrada debido a que la fragua se encontraba cerca
de la calle principal de La Hoja y como ya se había comenzado el embellecer la
calle principal de la ciudad con cintas y estandartes que simbolizaban el
escudo de la realeza para que el rey y su familia hiciera el tradicional
desfile junto a sus caballeros vestidos de armaduras relucientes dando a
demostrar su poder y simbolizar la seguridad que podía trasmitir su ejército
ante una posible batalla con alguno de los reinos vecinos. Por ello, las
tiendas y puestos que estaban en la misma calle principal o a sus alrededores
debían cerrar ese día.
Ese tiempo Sasori lo aprovechaba para
salir de la ciudad y dirigirse a las canteras y las minas ubicadas al oeste de
la ciudad con su carro porque allí, podía encontrar buen hierro a un precio muy
bajo. Normalmente, Gaara lo acompañaba pero en esta ocasión había cedido su
puesto al pequeño hijo de su maestro y aunque Hiroshi fuese un doncel incapaz
de poder hacerse cargo de la herrería de su padre debido a que su destino era
abandonar el hogar cuando se casase. Sasori no tenía la oportunidad de estar
mucho tiempo con su pequeño, puesto que su esposo, Deidara, era el encargado de
educar al niño y debido al comportamiento tan controlador de Deidara, Sasori
prácticamente no conocía a su propio hijo. Por ese motivo, Gaara había
desistido de ir hasta las canteras y las minas con Sasori para que disfrutara
ese viaje con Hiroshi pero claro, Gaara intervino para que el hijo de su primo
fuera despegado del proteccionismo de Deidara, puesto que después de varios
meses consiguió convencer al esposo de su maestro de dejar ir al niño al viaje,
siendo ese el motivo del por qué él estaba en su hogar siendo presa del
aburrimiento.
Gaara volvió a bostezar porque si ,al
menos, su buen amigo Naruto se encontrara en la ciudad podría divertirse un
poco pero desde que le contó que Sasuke había encontrado a su hermano, Naruto
se había marchado de la ciudad para ir junto a su madre y no es que no entendiese
a su amigo debido a que él pudo ver con sus propios ojos el deplorable estado
en que se encontraba Kushina, y, también, había ayudado indirectamente a Naruto
a poder sacar a su madre de La Hoja consiguiéndole un carro con una mula pero
eso, no ayudaba a que no lo añorara y deseara que volviese, pues desde hacía un
año que no sabía de su amigo y, además, desde que ese ladronzuelo se había
marchado ya no se divertía tanto cuando estaba junto a las damas y donceles o
al hacer alguna jugarreta para su propio disfrute.
Gaara abandonó su alcoba para dirigirse
a la cocina de la taberna. El muchacho bajó trotando las escaleras haciendo
crujir los viejos escalones de madera de cedro y vio como siempre a su padre
haciendo la comida antes de abrir la taberna y en la mesa estaban sentadas
Temari, su madre y aquel juglar llamado Shikamaru acompañado de su inseparable
laúd que siempre cargaba a todos lados como si se tratase de una parte de su
anatomía.
Tan solo hacía un mes atrás que su
padre había aceptado la oferta de aquel artista ambulante que a cambio de una
habitación y un plato de comida todas las noches tocaría su laúd y cantaría las
canciones animadas que sabría o recitaría armónicos poemas en rima excelente y
Gaara debía admitir que Shikamaru era un músico realmente bueno y su voz perezosa
y monótona con la que hablaba normalmente cambiaba completamente cuando estaba
actuado pero eso, ya era algo que se debía espera, pues sabía que su padre no
solo tenía buen ojo para los negocios sino también buen juicio para los músicos
ambulantes a los que acogía en su casa.
El señor Sabaku no era la primera vez
que albergaba a un músico en la posada a cambio de que actuara en la taberna,
pues si como músico era bueno y su voz carecía de ritmo y pasión al cantar o
viceversa, no aceptaba el trato porque un buen músico con buena voz capaz de
hacer vibrar las palabras que decía era capaz de llenar la taberna en menos de
una hora y Shikamaru resultaba ser uno de esos artistas extraordinarios que aún
no había encontrado un mecenas que lo contratase o, simplemente, aún no había
aparecido el mecenas adecuado para Shikamaru. Siendo así, que su estadía en la
taberna también era beneficiosa para el juglar.
Gaara buscó a Sasuke con la mirada y lo
encontró saliendo de la despensa con una pequeña cesta llena de huevos que
acercó a su padre antes de sentarse a la mesa para desayunar junto a los demás
para tener la suficiente energía a la hora de hacer sus labores en la posada y
la taberna.
Gaara terminó de bajar la escalera y se
dirigió hasta la mesa para escuchar como su hermana intentaba entablar una
conversación con el soñoliento Shikamaru que simplemente asentía con la cabeza
mientras bebía con desanimo de su tasa.
Aburrido por la escena, Gaara cogió dos
magdalena de almendras que tanto le gustaba hacer a su madre y se dirigió hasta
la resección de la posada donde estaba su hermano Kankuro durmiendo sobre el
mostrador, ya que sabía que no dormía bien últimamente debido a que había estallado
la guerra entre el Reino del Viento y el Reino de la Roca, mucho se los
habitantes partían de sus países en busca de refugio y tranquilidad. Por ello,
había habido más trabajo en los negocios familiares, impidiéndole a su padre y
hermano el poder descansar lo suficiente.
Gaara se compadeció de su hermano
cuando escuchó como emitió un ronquido mientras balbuceaba " – ¿...le
traigo más vino...? – ", sin lugar a dudas, su hermano no descansaba ni en
los sueños.
El pelirrojo se acercó a Kankuro y
apoyó su mano libre en uno de los hombros de su hermano mayor y mientras lo
movía, pronunciaba su nombre hasta que consiguió despertarlo.
– Me dormí... – Afirmó somnoliento
Kankuro mientras frotó su cara con fuerza para desperezarse.
– Deberías de ir al cuarto a dormir. Te
ves muy cansado al igual que padre. – Pronunció Gaara.
– Sabes que no podemos hacerlo, hay
mucho trabajo que no se debe desperdiciar porque, bien sabes, que no solemos
tener la posada y la taberna llena. Además, de que también hay que agradecer
que Shikamaru entretenga en la taberna a la gente con sus canticos o
perderíamos muchos genins. – Afirmó Kankuro rascándose la cabeza. – Aunque
padre sí que parece muy agotado. – Bostezó. – A su edad no debería de trabajar,
él ya no es un mozo.
– ¿Y tú no?. Mírate al espejo, parece
que en estos días te has echado más años que los que realmente tienes y casi
nunca sales de aquí. Así nunca vas a conocer doncel o mujer que quiera casarse
contigo.
– Ya... ya... – Dijo bostezando
nuevamente. – Las cosas no son tan simple porque tampoco veo que tú te hayas
casado aún, Gaara. – Contraatacó porque sabía que su hermanito era un
desvergonzado que le encantaba coquetear con cuanta mujer o doncel conociese
como un niño que jugaba con fuego y no sabe que puede quemarse.
– Soy joven e irresistible para los
ojos de los donceles y las mujeres, no me acuses de disfrutar lo que la vida me
pone en frente. Soy un hombre que aún puede permitirse la soltería pero tú, ya
deberías de estar casado y con hijos. – Aseguró señalándole con la magdalena a
su hermano. – Y toma, debes comer algo aunque sea poca cosa. – Dijo
ofreciéndole la magdalena de almendras con que le había apuntado.
– Solo eres un golfo, Gaara, pero un
día esos juegos se te terminarán. – Rio Kankuro. – Ya me gustaría a mí darle el
capricho de los nietos a nuestros padres. – Murmuró soñador y, al mismo tiempo,
apaciguando las posibles replicas de su hermanito antes de darle un mordisco a
la magdalena.
– Pues cásate, cualquier mujer o doncel
estaría encantado de contraer nupcias con un hombre como tú, Kankuro. – Le
recordó Gaara ignorando la advertencia. – Eres el primogénito de la esta
familia y serás quién herede los dos negocios de nuestro padre, quién
permanezca en esta casa junto a padre y madre mientras que yo me quedaré con la
herrería del primo Sasori porque Deidara no puede tener más hijos, ya sabes que
después del nacimiento de Hiroshi la partera dijo que su bolsa quedó estéril,
así que yo me iré de aquí en unos años al igual que Temari, que si nadie se
apresura a pedir su mano, padre le buscará marido. – Gaara sonrió con tristeza
ante el hecho de que pronto debería de dejar de comportarse como un
rompecorazones para casarse y abandonar el hogar familiar. – Eres el mayor y no
deberías desaprovechar tu tiempo de virilidad para buscar a la persona
adecuada.
– Hay veces que considero que tu ere el
mayor de los tres, Gaara. – Comentó, reflexionando las palabras de su hermano
antes de terminarse la magdalena que Gaara le había traído.
– Sí... yo también lo pienso a veces. –
Afirmó divertido antes de adentrarse a los establos para salir a la calle
trasera del edificio y la cual, estaba desierta.
Miró a todos lado pero aún era muy
temprano para que las tiendas y los puestos estuviesen abiertos. Así que dio la
vuelta al edificio porque seguramente su madre y su hermana ya se marcharían
hacia el castillo del rey en donde trabajaban y estaría bien acompañarlas hasta
la Plaza Del Granjero.
Gaara fue a su encuentro con la escusa
de protegerlas hasta su destino y de paso entretenerse con alguno de los
artistas ambulantes que se encontrarían mostrando sus liricas, cantares,
acrobacias u otras habilidades en espera de una moneda pero con lo que se
encontró, al girar la esquina que lo adentraba al pequeño callejón, lo
desconcertó.
Allí, en frente suyo un joven estaba
mirando a hurtadillas hacia las entradas principales de la taberna y la posada.
El rostro de Gaara se endureció porque
si aquel muchacho estaba allí para asaltar a su madre y su hermana se iba
arrepentir de haber elegido a las mujeres de su familia como sus posibles
presas.
Gaara se acercó tan sigiloso como pudo
y cuando estuvo detrás del desconocido, lo cogió con fuerza de un brazo
haciéndolo girar cara a él para ver el rostro de aquel miserable pero nuevamente
se sorprendió, casi, quedando mudo ante lo que sus ojos captaban porque se
trataba de un doncel y no de un muchacho como creía.
Nunca había visto a aquel doncel y eso
que él era de los pocos habitantes de la ciudad que podía presumir de conocer a
la mayoría de personas que vivían en La Hoja pero a aquel doncel jamás lo había
visto y sus ojos tan negros, lo habían atrapado al instante, sumergiéndolo en
un universo desconocido y desconcertante en el que solo estaba él frente a los
iris negros de aquel desconocido.
Sin embargo, el aprendiz de herrero
cambió su rostro de asombro y ensoñación por uno de sufrimiento cuando sintió
como algo había impactado con fuerza en su entrepierna provocándole que cayese
al suelo retorciéndose de dolor mientras el doncel escapaba y se perdía en las
laberínticas calles de La Hoja.
Cuando el dolor parecía menguar, se
levantó tomando aire a bocanadas porque debido a aquel golpe sus pulmones se
vaciaron en un santiamén y se vio obligado a permanecer mucho tiempo apoyado en
la pared que formaba parte de la posada de su padre, en espera de poder
atreverse a dar un paso sin sentir que su entrepierna pareciese matarlo de
dolor.
Una vez Gaara se recuperó, salió de
aquel pequeño callejón en el que se encontraba y para empeorar la situación, se
enfadó mucho al comprobar que caminaba como si tuviese una almohada entre las
piernas pero eso no le impidió buscarlo como un furibundo león sediento de
venganza por haber sido humillado de la forma más rastrera que existía por aquel
doncel de ojos profundos.
Sin embargo, por mucho que Gaara buscó
ese día al misterioso doncel no lo encontró pero se había prometido que
encontraría al malvado doncel que había provocado que su entrepierna ahora
pareciese una sandía y por ello, se vio obligado a ir hasta el boticario para
comprar un remedio que solucionase aquel problema. También, tuvo que aguantar
las miradas y murmullos que las personas a su alrededor tenían acerca de su
entrepierna y su caminar, Gaara jamás se había sentido tan frustrado y
avergonzado.
El aprendiz de herrero se había tomado
la molestia de entrar a su morada con el suficiente cuidado de que sus
familiares no lo viesen y en el caso de cruzarse con alguno de ellos, intentaba
ocultar su adolorida entrepierna junto a su manera actual de andar, siendo así
que ni sus padres, ni sus hermanos y mucho menos Sasuke o Shikamaru se
percatasen de su zona afectada por el dolor. Por ello, cuando el muchacho llegó
a su meta y guarida (su alcoba) se sintió triunfador y libre de poder soltar
todas aquellas palabras ofensivas y blasfemas que había retenido en su interior.
Al siguiente día, Gaara se había
levantado de mejor humor, pues ya la hinchazón había desaparecido y no sentía
el dolor. El pelirrojo comprobó que esa zona de su cuerpo había vuelto a estar
en buen estado pero eso, no le hizo olvidar lo ocurrido ni su propósito de
buscar a aquel doncel irrespetuoso y violento. Mucho menos, cuando tuvo que
aguantar las burlas de su único confidente, su conciencia.
Como el día anterior había buscado al
doncel porque sería impensable el creer que después de que Gaara lo
descubriese, este volviera al lugar de los hechos.
Había pasado los días y el domingo se
había hecho presente, un día en que Gaara debía posponer para más tarde el
salir en busca del doncel porque como todos los domingos debía ir junto a su madre, sus hermanos y Sasuke a
la pequeña iglesia cerca de su casa.
Ese día, no podía hacer otra cosa antes
de salir hacía el templo que sentir envidia hacia Shikamaru que se encontraría
haciendo lo que le apetecía por las calles de la ciudad sin tener la necesidad
de cumplir con las obligaciones sociales porque su única obligación era el
estar desde el atardecer hasta media noche tocando y cantando para entretener a
los clientes que iban a la taberna.
Gaara se vistió con sus mejores ropas y
bajó hasta la cocina de la taberna farfullando su mala suerte. Como todos los
domingos la taberna se cerraba por la mañana para que ellos pudieran acercarse
a la iglesia pero se volvía a abrir cuando volviesen todos del templo mientras
que en ese tiempo era su padre el que se quedaba para encargarse de la posada.
En la cocina estaban todos y antes de
salir, su madre le dio una colleja mientras lo reprendía al escuchar como por
su boca salía una "incoherencia".
Antes de entrar al edificio sagrado se
encontraron con Deidara, como todos los domingos, y todos entraron al templo.
Habían llegado temprano pero como era
de esperarse, la iglesia ya tenía gente orando en espera del sacerdote, pero a
Karura eso no pareció importarle y buscó rápidamente un buen asiento que
pudiesen ocupar.
El sacerdote comenzó su oratoria y
Gaara bostezó con disimulo su desgana mientras comenzaba a mirar a su alrededor
para ver a la gente que ya conocía hasta que en medio de la multitud se dio
cuenta de una persona que estaba oculta detrás de una de las columnas de mármol
blanco y la cual parecía que no se había percatado hasta aquel momento y es que
aquella persona se trataba del doncel violento que pudo distinguir cuando
mostró su rostro con aquello ojos hipnóticos y parecía estar buscando a alguien.
El doncel salió de su escondite
mientras seguía buscando con su mirada entre las persona y por primera vez,
Gaara, se percató de que aquel doncel no vestía con harapos como había pensado
sino que tenía una camisa de raso verde y un pantalón de algodón, indicándole
de que su suposición cuando lo vio por primera vez era errada pero creando la
pregunta de “¿por qué estaba mirando
oculto hacia la entrada principal de la posada y la taberna si no se trataba de
un delincuente?”. Esta pregunta tenía intención de descubrirla ese mismo
día porque Gaara no desaprovecharía la oportunidad que se le había presentado
frente a sus narices.
El aprendiz de herrero sonrió porque al
parecer el mismo Dios también quería ayudarlo en su búsqueda y esta vez, no se
le escaparía ese doncel como la vez anterior. Así que el pelirrojo con disimulo
se acercó más a su madre para poderle susurrar.
– Madre, no volveré a la casa con usted
después de que termine el salmo.
Gaara vio como su madre afirmó con su
cabeza antes de contestarle.
– No malogres tus ropas, son nuevas y
las más caras y bonitas que tienes.
Después de esa diminuta charla Gaara
esperó impaciente a que el clérigo terminara mientras que no apartaba su mirada
hacia el doncel que parecía haber desistido de seguir buscando con la mirada
entre las personas a quién quiera que fuese.
Cuando por fin el sacerdote terminó
dando su bendición todo los fieles se retiraron pero Gaara acompañó a su
familia hasta la salida de la iglesia y ahí, se quedó esperando al desconocido
doncel porque lo había visto dirigirse hacia el confesionario, de seguro tenía
mucho de que disculparse con Dios después de que a él casi lo matase al lado de
su casa.
El aprendiz de herrero sonrió, después
de una hora vio aparecer al doncel y aunque tuvo el impulso de abalanzarse
sobre él y llevárselo hasta un lugar en el que no solo lo interrogaría sino que
lo forzaría que se disculpase por haberle humillado de aquella manera tan
rastrera porque, Gaara, intuía que el joven no iba a disculparse tan fácilmente.
Siguió al doncel por las calles a
escondidas pero pronto se percató de que no había ningún hombre a su lado que
salvaguardase su virtud y eso era muy extraño pero aún así, el pelirrojo esperó
el momento indicado para presentarse frente al doncel, momento que aconteció
dos horas más tarde de ver como aquel joven se paseaba por la calle principal
de la ciudad mirando los adornos colocados para el desfile real e intercambiaba
algunas palabras con algunos vecinos.
Gaara sintió como una llamarada de
calor subía por su garganta porque el doncel lo había visto aunque intento ser
lo menos perceptible para su campo de visión pero al parecer, no lo había
conseguido porque como un acto de burla, lo estaba llevando hacia su casa.
El muchacho completamente enfurecido se
acercó como un relámpago a la espalda del doncel y con toda la fuerza de su
enorme cuerpo dejó al desconocido inmovilizado contra una de las paredes de
aquella callejuela.
– ¿Te divierte jugar con los hombres o
es que solo te ríes de mí?. – Susurró Gaara en la oreja del doncel con tono
amenazante pero su capturado no respondió y no sabía si era porque estaba
absorto por ese movimiento inesperado que realizó o porque estaba disfrutando
lo que le había provocado. – Quiero saber quién eres y qué es lo que quieres de
mí o de mi familia. – Exigió presionando las muñecas del doncel ya que se las
tenía bien sujetas para que no volviese a sorprenderlo como la primera vez. –
¡Habla!.
– M-me llamo Sai... – Murmuró con voz
acongojada.
– No te he oído.
– ¡SAI!. – Gritó el doncel para acto
seguido dejar salir su llanto.
Gaara no se compadeció porque,
posiblemente, era una treta para escapar o, simplemente, para mofarse de él con
su llanto desconsolado.
– Yo... yo no he hecho... nada malo. –
Balbuceo.
– ¿No? ¿y entonces qué hacías hace
cuatro días atrás mirando oculto hacia donde estaba mi madre y hermana? y el
que me atacaras cuando te descubrí, ¿tampoco es hacer nada malo?. – Ironizó con
una malvada sonrisa. – Estoy seguro que si ahora te suelto volverás a escaparte
como un perro después de golpearme o, al menos, intentarlo.
– N-No... yo no voy... a hacerlo. Yo...
yo no quería atacarte... aquella vez pero... me asustó... Usted me asustó...
– ¿Y reaccionas como un animal
salvaje?. Eso no me lo puedo creer doncelito y ahora dime. ¿qué estás intento
hacer?.
– ¡Nada...! ¡Nada! – Gritó Sai pero
parecía que nadie escuchaba sus gritos porque a pesar de que sabía quién era
aquel mozo y todo lo que sentía por ese hombre, no creyó que lo estuviese
siguiendo y ahora él estaba aterrado, sintiendo la cólera de Gaara.
Después de lo que había ocurrido hacia
cuatro días atrás, en que Sai había ido a ver al aprendiz de herrero, ya que en
esos días el taller de Yamato no abriría, se vio descubierto por Gaara tras aquella
esquina y el susto solo hizo que reaccionara violentamente y saliera corriendo
tan rápido como podía hasta que llegó a su casa y durante esos cuatro días, no
abandonó su morada debido a lo acontecido. Por eso, ese domingo había ido a
confesar su falta, ya que siempre se sentía mejor el escuchar los salmos y el
confesar sus errores en la iglesia pero Sai no pensó que le fuese a ocurrir
eso, justo y cuando, Yamato no había ido a la iglesia.
– ¿¡Nada!?. ¿Y qué hacías, entonces?.
– Yo... yo... – Sai tragó saliva con
fuerza. – ¡Yo esperaba verte!. – Gritó tan fuerte, que por un momento, Sai
pensó que se desmayaría al sentir como en ese grito sacaba todo el aire de su
interior.
– ¿Verme?. – Repitió a la nada Gaara
porque de todas las posibilidades que existían y pudo haber dicho aquel doncel,
el pelirrojo no esperó oír aquellas palabras. – ¿Y para qué querías... – Pero
fue interrumpido abruptamente cuando sintió como su presa se liberaba ante su
descuido provocado por el desconcierto.
Sai pudo notar como su respuesta había desconcertado
a su opresor y había aflojado su agarre de sus muñecas. También, supuso que
Gaara no iba a creerle si le decía de sus sentimientos y aunque su llanto no
había menguado se soltó rápidamente y se giró para quedar cara a cara frente a
su opresor porque era evidente que no iba a tener ninguna oportunidad de huida.
Gaara había atrapado rápidamente la
cintura de Sai cuando sintió como se liberaba y se daba la vuelta para ver
aquel rostro, percatándose de que realmente aquel doncel estaba llorando, eso
lo hizo sentirse como un monstruo.
– L-Lo siento.... – Balbuceó sin
apartar sus ojos verdes de Sai que derramaba abundantes lágrimas y aunque no
quisiera admitirlo, Gaara volvió a sumergirse en los ojos del contrario como en
un mar oscuro y profundo.
Sin ser consciente y movido por una
fuerza inexplicable, Gaara continuó hundiéndose en los ojos de Sai y sin querer
detener a sus instintos, su rostro colisionó con suavidad del contrario,
palpando con sus labios los contrarios.
Por una vez, y después de escuchar
aquellas palabras del pelirrojo que lo miraba hipnotizado, Sai se abalanzó
hacia los labios de Gaara en un acto impulsivo, imprudente y descarado porque
esperaba que con ayuda de haberse osado a hacer eso supiese la verdad. Además,
aunque fuese apartado o rechazado quería hacer uno de sus más grandes deseos
realidad.
Ambos labios se movieron a un ritmo
diferente, unos con timidez y torpeza, los otros como si volaran en caricias
hasta que el casto contacto dio paso a la pasión y aquel beso tierno se
convirtió en uno más brioso.
Las bocas se abrieron para dar paso a
una mayor profundidad y las lágrimas se mezclaron con el sabor de sus salivas
como una combinación de especias en una exótica sopa.
Para cuando el beso termino, fue
seguido de otro aún más apasionada pero en esta ocasión había sido Gaara quien
lo inició, embriagado por aquella boca sin ser consciente de como sus manos
apretaban el trasero de Sai, pegándolo más a su cuerpo como si intentase
fundirlo en su carne.
Sai, que continuaba abrazado al cuello
del otro joven tampoco se percataba de la fuerza que ejercía en el cuello de
Gaara, ya que ahí, había enredado sus brazos para retener al pelirrojo mientras,
por una vez en su vida, callaba a su sentido común y dejaba libre a sus impulsos
y deseos más profundos.
Tras ese segundo beso, Gaara recupero
la consciencia y se separó de Sai con un empujón hasta chocar con la pared a su
espalda, mirando con desconcierto al doncel que se había dejado caer en el
suelo sobre sus rodillas, pues Gaara aun no entendía que le había ocurrido para
terminar besándose con aquel doncel.
– Yo te amo. – La confesión de Sai
pareció otorgar un silencio en medio de aquel callejón mientras que él seguía
derramando lágrimas.
Aquellas palabras se clavaron como
flechas en el corazón de Gaara y dagas en su cabeza, dejando su razonamiento en
el olvido, incapaz de poder decir nada.
Sai esperó durante unos minutos pero al
comprender de que el pelirrojo no iba a hablar, se levantó del suelo frotándose
la cara para limpiar sus lágrimas y sintiéndose ridículo por lo había hecho y
dicho, se marchó corriendo hacia su
hogar con las manos en el pecho porque era en ese lugar de su cuerpo donde se
había instalado un fuerte dolor.
Había pasado tres horas y Gaara aún
seguía en aquel callejón, de la misma forma en la que había quedado cuando Sai
se había marchado, con sus ojos miraban a la nada.
Sin embargo, en esas tres horas nadie
había pasado por aquel callejón hasta ese momento, que apareció un grupo de
niños gritando y corriendo.
Gaara sacudió la cabeza atolondradamente
y comenzó a caminar preguntándose qué había sucedido con él, nunca se había
comportado de aquella manera, ni siquiera con sus conquistas o pequeños amoríos
que en realidad resultaba siendo atracción física y no amor pero el pelirrojo
sabía que si no llegaba a recuperar un poco la consciencia habría acabado
mancillando a aquel doncel en plena luz del día, en aquel sucio callejón cerca
de su casa.
El mozo siguió caminando por las calles
de la ciudad hasta el anochecer, sin dejar de cavilar y por fin, llegó a su
casa. Sin decir nada más que las palabras necesarias, Gaara se fue a su
habitación.
Pasaron dos días más pero Gaara continuaba
con aquel carácter taciturno a lo que nadie parecía haberse dado cuenta y llegó
el desfile de la realeza pero él ni siquiera se molestó en ir a presenciarlo
aunque el desfile había sido, su primo aun no había regresado a La Hoja. Por
ello, aún se encontraba en su casa, o mejor dicho, Gaara ahora se encontraba más
fuera de su casa, pues sentía la necesidad de andar y por ello, se le podía ver
vagando por las calles, intentando encontrar una respuesta a lo ocurrido y la
desesperación que había comenzado a albergar aunque no había vuelto a ver a
Sai, tampoco lo había intentado volver a buscar por la simple razón de que no
sabía que decirle.
Esa noche, Gaara estaba paseando por
una de las calles cerca a una de las salida de La Hoja y como últimamente le
ocurría, no dejaba de darle vuelta a lo sucedido el domingo, cuando escuchó
como un corcel se acercaba al oír el golpeteó de los cascos del equino sobre
los adoquines. Así que Gaara se apartó del centro de la calle hasta ponerse a
un lado para que el jamelgo pudiese pasar pero el caballo de pelaje tan rojizo
como el fuego se detuvo a su lado y el jinete descendió de un salto para
acercarse a él con las riendas de su caballo en una de sus manos.
– ¿Gaara?. – Preguntó el jinete dudoso.
El pelirrojo levantó su mirada del
suelo para ver la cara del jinete y por primera vez en esos días, su rostro
enmarcó unas muestras de expresividad, la cual era el asombro y la felicidad.
– Naruto. ¡Naruto!. – Terminó elevando
la voz para abrazar a su amigo.
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