domingo, 28 de mayo de 2017

Repercusiones -17-


- Miedo.-

Deidara había abierto sus ojos con demasiada pereza esa mañana y antes de sentarse en el borde de la cama estiró vulgarmente su cuerpo mientras bostezaba sonoramente en el lecho cálido de su cama.

El doncel se llevó una mano a la cabeza recordando todo lo acontecido en la noche y el motivo de que se encontrase desnudo en la cama, sintiendo como si esos recuerdos fuera un doloroso mazazo en la cabeza, dejándolo aturdido y alarmado ante la realidad acontecida.

Las lágrimas salieron abundantemente de sus azules ojos y la furia lo envolvió como volátiles alas de pájaro.

Deidara miró toda su habitación donde aquel hombre ya no estaba pero en la que había quedado su presencia, su aroma seguía flotando en el aire y todo le parecía estar sucio, incluso, él era parte de esa suciedad que le provocaba nauseas.

El doncel aulló antes de comenzar a retirar de un fuerte tirón todas las cobijas, antes de rasgar las sabanas con fuerza y finalmente, escupir sobre el montón de tela donde había deshonrado su casa y su matrimonio pero eso no hizo que se sintiese mejor, ni que desapareciera lo ocurrido en la noche y mucho menos las sensaciones desagradables que le estaban devorando desde sus entrañas como diminutas e invisibles bestias hambrientas.

Otro grito salió de la boca de Deidara junto a más lágrimas antes de bajar la escalera de madera que lo llevaban a la planta baja y calentar agua mientras buscaba en el pequeño baño todo aquellos productos que servían para asearse.

Cuando, por fin, el agua había terminado de calentarse la vertió dentro de aquel enorme recipiente de madera que hacia la misma función que una bañera y donde no dudó en sumergirse mientras frotaba su piel con fuerza en un intento de limpiarse, de borrar el tacto de las caricias y los besos que aquel desconocido había ejercido en él y él había permitido que ocurriese esa ofensa hacia su matrimonio.

Sin embargo, por mucho jabón que utilizase y lo fuerte que frotase Deidara solo conseguía hacer que su blanca piel se volviese roja, llegando a hacerse rasguños porque aun cuando Deidara sabía que aquello no servía de nada, él necesitaba hacerlo, necesitaba intentar borrar los rastros que había dejado la infidelidad en su alma.

Cansado, empapado y con la piel enrojecida cubierta de arañazos, Deidara terminó el baño para con la misma brusquedad secar su cuerpo hasta que se miró a un pequeño espejo donde no era posible ver su total desnudez pero si su rostro, aquella cara que ahora era ensombrecida por aquel pecado y por tercera vez, volvió a gritar con ira antes de coger unas tijeras para comenzar a cortar su lago cabello hasta dejarlo a la altura de sus hombros mientras lloraba a causa del remordimiento ante su mala obra.

El doncel se recogió el pelo que luego cubrió con una red antes de salir del diminuto baño y vestirse con las prendas más recatadas que poseía. Aquellas prendas que la única piel que dejaba visible era la de la cara y las manos.

Los ojos perturbados por la culpa de Deidara solo evocaba a lo que iba a hacer a continuación, ese día en el que limpió a conciencia toda su casa para eliminar cualquier rastro de lo acontecido y con la ropa que había tenido puesta aquella noche junto al montón de trozos de telas que habían sido sábanas y mantas de su lecho y los enormes mechones de su propio cabello les prendió fuego hasta asegurarse de que no quedara rastro alguno. Solo deseando que todo desapareciera como si nunca hubiera ocurrido pero era algo imposible porque su conciencia estaba ahí para recordarle lo que había ocurrido día tras día.

Al final del día, Deidara había entrado en su casa y la miró a todos lados pero a pesar de lo limpia que se encontraba el sentimiento de incomodidad, culpa y deshonra no se iba de su pecho siendo como un puñal que parecía que a cada minuto se enterraba un poco más en su torso causando una herida, que aunque no sangraba, dolía muchísimo y se hacía poco a poco más grande y profunda.

Esa noche, Deidara había tenido infinidad de pesadillas que le habían hecho despertar varias veces hasta que, finalmente, se decidió levantar de su cama a esperar que el sol saliese e ir a la iglesia para confesar su falta pero lo que el doncel no esperó, fue que una vez llegó del templo se encontrara cara a cara con que su esposo e hijo. Al parecer había llegado a la casa mientras el rezaba en la iglesia para obtener el perdón divino a su pecado y sintiéndose aún más nervioso y desesperado ante el temor de que él hombre al que amaba lo repudiase, tomó una decisión, no le contaría nada. Él no le diría nada a Sasori y conservaría en secreto, su infidelidad, hasta encontrar un momento apropiado y estuviese seguro de que el pelirrojo no se alejase de él, no lo echara a la calle como si fuese una alimaña rastrera porque lo amaba demasiado como para pensar en estar lejos de él y de su hijo porque cada vez que se marchaba Sasori por esas fechas no dejaba de añorarlo, desearlo y amarlo aunque era cierto que los celos siempre lo llenaban de inseguridades y miedos. Siempre aparecía el pensamiento de que su marido lo pudiese engañar en el camino mientras hacía ese viaje a las canteras provocaba que cuando llegara no solo lo recibiera enfadado sino, también, que lo deseará más de lo que lo hacia el resto del año y le demostrara que él era el mejor partido, el mejor doncel que cualquier hombre pudiese tener a su lado pero esta vez era diferente. Esta vez, él tenía miedo, Deidara temía que su cuerpo estuviese cubierto por la pasión de un desconocido, por mucho que intentó borrarla de su piel y tenía miedo de las consecuencias que sucederían si Sasori se enterase.

Sasori se acercó, como siempre acostumbraba, a dar un beso fugaz a su esposo como bienvenida de su regreso pero este, simplemente, giró su rostro demasiado preocupado y temeroso como para poder atreverse a recibir aquel beso en los labios. A pesar de la rara evasión de Deidara, Sasori intentó no mostrarse afectado por ser rechazado ya que suponía que su esposo estaba furioso por haberlo dejado solo por tanto tiempo y habría estado preocupado por su pequeño y por él, como siempre ocurría cuando salía de viaje pero esperaba que en la noche, Deidara lo acogiese con el lecho caliente y la pasión destilara de su cuerpo como manantial de montaña.

– Te he extrañado mucho, Deidara. – Susurró acariciándole la cara del contrario antes de continuar. – Voy a ir a por Gaara para poder descargar todo el metal que he conseguido. – Le indicó a su esposo antes de girarse y marcharse sin saber que en cuanto desapareció del campo de visión de Deidara este se dejó caer en el suelo mientras lloraba abrazando a su pequeño hijo que estaba muy confundido ante el comportamiento de su progenitor.

Sasori llegó a la posada de su tío para buscar a su primo, él cual no se encontraba allí, así que se marchó solo hasta la herrería donde comenzó a bajar todo el hierro que había conseguido a muy buen precio.

Ya había descargado medio carro del pesado metal cuando su primo hizo acto de presencia en la fragua para ayudarle con el trabajo.

– ¿Hace mucho que estas aquí?. – Preguntó Gaara acercándose a Sasori para darle la mano. – ¡Bienvenido!. – Le saludó al estrechar la mano de su primo y ponerse a ayudarlo a descargar la mercancía.

– Un par de horas y gracias. – Confesó el herrero mientras se detenía para secar el sudor que caía por su frente. – ¿Qué tal ha estado el desfile? ¿ha tenido alguna novedad?.

Gaara se encogió de hombros antes de responder mientras dejaba la pesada carga cerca del resto de la mercancía. – No fui a verlo pero dicen que estuvo muy bien. – Comentó distraído y sin demasiado énfasis en lo dicho.

– Hace años que no has podido presenciarlo y cuando tienes la oportunidad de ver el desfile nuevamente, ¿no te dignas verlo?. – Sasori se quedó mirando a su primo.

Gaara se encogió de hombros antes de continuar descargando la mercancía del carro.

El herrero no apartó la atención de Gaara y pudo percatarse de que no era el mismo muchacho del que se había despedido días atrás pero a pesar de que podía intuir que algo había afectado a su primo para que adoptase aquella actitud tan esquiva, no dijo nada porque percibía que cuando Gaara quisiera hablarlo, lo haría con la persona adecuada porque su primo era de esas personas que cuando ya había intentado todo para solucionar un problema, entonces era cuando buscaría ayuda.

Las semanas pasaban y Gaara no dejaba de estar en aquel estado de despiste provocando más de un accidente y en el que por suerte, no habían sido muy grabes pero sí, muy seguidos.

Sasori no podía permitirle más tiempo a Gaara en aquel estado de divagación porque solo estaba obteniendo perdidas y siendo un gran peligro cada vez que Gaara estaba en la herrería, así que esa mañana después de ver cómo caía un trozo de metal ardiendo del yunque en el que debía darle una forma apropiada, decidió parar el trabajo y sentar a su primo en la pequeña mesa en la que comían sus almuerzos.

– ¿Te encuentras bien, Gaara?.

– Sí. ¿Por qué lo preguntas?.

Sasori miró a su primo por largo rato antes de suspirar y atreverse hablar.

– Gaara, no mientas. Puede que no sea tu padre pero te has criado a mi lado, has crecido en esta herrería aprendiendo cada uno de los procedimientos y considero que te conozco lo suficiente para darme cuenta de que algo te ocurrió en mi ausencia. Algo que no puedes sacar de tu cabeza y por consecuencia, está interfiriendo en tu trabajo y tu vida.

Gaara no se atrevió a discutir, simplemente apretó su mandíbula con fuerza ante las palabras de su primo.

– He estado esperando el tiempo suficiente a que te recuperases de lo que sea que te haya pasado pero al parecer tu estado no mejora y solo estas poniéndote a ti y a mí en peligro porque no puedes estar centrado en lo que haces aquí. – Acusó mientras extendía una de sus manos en dirección al centro de la herrería para recordarle que su lugar de trabajo no se trataba de un lugar pacifico.

– Lo lamento.

– Eso no es suficiente, Gaara. – Sasori negó con la cabeza. – Si continuas así, con ese comportamiento, no podré permitirte el dejarte trabajar, no quiero que suceda una desgracia porque aunque estas aquí en cuerpo, no lo estas con la cabeza. No prestas la suficiente atención a lo que haces y tampoco me escuchas cuando te indico como debes hacer para conseguir una buena curva o una planicie perfecta a las herramientas y armas que creamos.

Gaara apretó con fuerza sus puños porque comprendía el ultimátum por parte de su primo, sabía que tenía razón y él no dejaba de pensar en todo momento en el doncel misterioso del callejón.

Ante el silencio de Gaara, Sasori suspiró con fuerza antes de levantarse del pequeño taburete con cansancio para dejarle unos minutos de reflexión a su primo para que recapacitase y tomara una decisión.

Sin embargo, cuando nuevamente Sasori se volvió a acercar a Gaara, este ya le tenía una respuesta.

– Sasori, creo... creo que no puedo continuar con el trabajo aquí. – La voz apesadumbrada del aprendiz de herrero hizo que su maestro lo mirase con más atención de la que ya tenía. – No quiero que suceda un accidente lamentable por mi causa, eso no estaría bien. – Gaara cabeceó atolondradamente un poco antes de añadir. – Lo siento, te estoy dejando solo con todo el trabajo y estos días solo he sido un estorbo para la herrería, provocando que mucho hierro se perdiera. – Murmuró.

– Esperaba oír otras palabras pero si consideras que esa es la mejor opción, está bien. – Sasori se acercó a su alumno y apoyó su mano derecha en uno de los hombros de Gaara. – No te preocupes por mí, ni por la herrería antes de que tú aparecieras en el mundo ya me ocupaba yo solo de moldear el hierro y comercializar lo que obro con mis manos. – Presionó un poco el hombro de Gaara para añadir. – Estaré esperando pacientemente a regreses.

Gaara asintió con la cabeza para agradecer a su primo y después de despedirse de Sasori salió de la herrería.

Gaara estuvo vagando por la ciudad hasta que se encontró nuevamente a Naruto y este le contó que había encontrado un lugar para vivir pero que en esos momentos buscaba un trabajo, si su amigo le hubiese hecho esa misma declaración en el pasado, estaba seguro que no solo hubiese pensado que Naruto le estaba gastando una broma sino que, también, se hubiera mofado de ello ante la idea de imaginarse al muchacho desempeñando un simple trabajo que no fuese el hurto.

Había pasado cuatro días desde la última vez que Gaara había estado en la herrería pero, a pesar del tiempo trascurrido, el mozo no encontraba una respuesta a sus preguntas, así que pensó que sería conveniente hablar con alguien que lo pudiese ayudar pero él no sabía quién podía ser la persona adecuada.

En primer lugar intentó hablar con su hermano Kankuro pero este, no le había hecho el menor caso aunque probablemente era porque había ido a su encuentro en un momento bastante inadecuado, ya que debido a que últimamente la taberna estaba repleta, Kankuro estaba más atento a que la comida que iba a servirse a los clientes no se quemase que a lo que él decía.

Intentó  hablar con su padre y al igual que su hermano, no le prestó el menor caso, así que fue en busca de su madre pero una vez llegó a su lado, desestimó esta opción al encontrarla hablando confidencialmente con su hermana acerca de encajes y telas.

Pensó en ir junto a su amigo Naruto pero entonces, recordó que este estaba demasiado preocupado con su trabajo y la reconstrucción de su casa e intuía que le ocurriría lo mismo que le pasó con su hermano.

Otra semana más pasó y el muchacho de pelo rojo se dirigía hacia la herrería, a pesar de estar plenamente consciente de que su primo no le dejaría trabajar pero sí, que podría hablar con él. Pues en esos momentos, Sasori era la única persona en quien no había pensado y también, era la única persona que le quedaba para pedir ayuda.

Cuando llegó, Sasori estaba terminando de moldear una herradura pero en cuanto se percató de la presencia de su aprendiz, se apresuró en terminar la herradura que luego, sumergió en agua fría provocando que el vapor de agua subiese como humo blanco que alcanzaba el tejado del taller.

El herrero dejó la herradura sobre un pequeño muro de piedra para acercarse y saludar al recién llegado.

– No pareces que estés bien para venir a trabajar. – Afirmó al ver aquel estado pensativo que aún reflejaba el muchacho.

– Lo sé, lo sé. – Respondió para seguir a Sasori hasta la mesa. – No he venido a que me regañes por ello. – Rio un poco.

– Sé que no eres de esos a los que hay que decirle las cosas para entender lo que ocurre y tiene que hacer pero ¿solo has pasado a saludar?.

Gaara sonrió y se frotó la frente con el dedo pulgar y el anular al escuchar esa pregunta.

– Tienes razón y no he venido solo a ver cómo iba el trabajo por aquí. – Confesó dejando reposar sus brazos y manos sobre la superficie de la mesa.

– ¿Entonces?.

– Es que no sé a quién acudir y cuando he intentado hablar con los demás no me han hecho caso o sencillamente, están demasiado ocupados en sus propios asuntos.

– Así que soy tu última opción. – Dedujo con una sonrisa.

– No del todo.

– ¡Oh!. – Exclamó el herrero antes de reír a carcajadas. – Es un alago de tu parte el saber eso, pero dime ¿en qué puedo ayudarte?.

– Pues... – Gaara se rascó el lateral derecho de su cabeza. – Es sobre el por qué estoy así, tan distraído y aunque he intentado buscar una respuesta por mi mismo no la he encontrado. – Farfulló entre diente.

– Gaara, deja de farfullar como un niño miedoso y cuenta lo que has venido a hablar. – Ordenó Sasori cuando vio como Gaara solo estaba dando rodeos sin decir nada en absoluto.

Gaara suspiró y se quedó mirando sus manos encallecidas sobre la mesa.

– Cuando tú no estabas yo conocí a alguien.

– No es malo, es natural conocer a otras personas a lo largo de nuestra corta vida.

– Sí, lo sé pero no la conocí de las mejores maneras.

– ¿A qué te refieres? ¿Es que esa persona era un ladrón o un criminal?. – Inquirió el herrero mientras miraba como Gaara frotaba sus manos con fuerza y nerviosismo.

– No, no... – Se apresuró a decir. – Solo que cuando lo conocí, creí lo que no era y al final, cuando volví a tropezarme en el camino con esa persona actué como no debí hacerlo pero aún así, aún así... hizo algo que no esperaba y desde entonces, no dejo de pensar en lo ocurrido o... en él. – Terminó hablando en voz baja como si temiese de sus propias palabras y por lo que su compañero tuvo que concentrarse para poder oír bien lo que decía.

Sasori suspiró porque intuyó al instante lo que le pasaba a su primo pero que este parecía no darse cuenta y se lamentó de no haberse dado cuenta él también con anterioridad, pues todo el comportamiento de Gaara lo indicaba como el estar despistado, el que no prestase atención cuando le estaba explicando lo que debía hacer y el cómo debía hacerlo, los constantes suspiros eran señales bastante claras aunque era normal que el muchacho no se diese cuenta de su propia incertidumbre ya que no la había padecido antes.

– ¿Eso qué pasó entre esa persona  – Sasori se contuvo de decir la palabra adecuada. – y tú te provocó algo más que el dejarte en este estado de ausencia?.

El mozo dio un respingo en su asiento y miró a todos lados antes de atreverse a abrir la boca.

– He perdido el apetito, ya ni siquiera puedo comerme entero un buen filete de ternera, la verdad que ya ni el olor de los guisos me dan hambre y...

– ¿Y...?.

– Y hace días que no me he acercado a ninguna mujer o doncel porque no puedo dejar de pensar en él y lo que pasó una y otra vez. – Gaara miró con desesperación en los ojos a su primo. – Si continuo así voy a enloquecer.

– Gaara eres un muchacho listo y me parece que es muy extraño que no te hayas dado cuenta de lo que te ocurre cuando es bastante obvio y podría asegurar de que demasiado común en los mozos de tu edad.

– Yo no veo la normalidad a esto. – Gruñó y escuchó como Sasori reía ante su repentino enfado.

– Gaara, estas enamorado. – Acotó levantándose para apoya una de sus manos en el hombro izquierdo de su primo. – La gente dice que cuando el amor llega nos cubrimos con una venda los ojos para solo pensar en esa persona especial. – Terminó de hablar para ir frente la fragua y seguir haciendo su trabajo.

Gaara se levantó de su asiento y se marchó pensando en si las palabras de su primo eran ciertas, entonces ¿él mismo había cavado su propia tumba con lo ocurrido la última vez?.

Sin pensar lo que haría o como lo haría, buscó a Sai por toda la ciudad pero no fue hasta mes y medio más tarde que lo encontró caminando por las calles cerca a donde él vivía. Gaara lo siguió y de esa manera descubrió donde vivía el doncel y en qué lugar trabajaba pero se sorprendió cuando descubrió que Itachi, el hermano de Sasuke, convivía con Sai.

Durante un mes más, intentó acercarse a Sai de forma casual pero todos sus intentos solo se quedaron en meros pensamientos hasta que tres semanas más tarde, se percató de un hombre que se acercaba al doncel muy descaradamente y el cual, no era su maestro de orfebrería, así que esos días terminaba enfurecido como perro rabioso.

Sin embargo, uno de esos días en que seguía y vigilaba a Sai se percató de que aquel desconocido se había acercado y descaradamente había hecho flotar su mano hasta el trasero de Sai. Ese día, Gaara echó espuma por la boca e iba a caminar para golpear al descarado hombre pero entonces, alguien se le anticipó.

Yamato, el maestro orfebre, había golpeado a aquel sujeto con una botella de vino,  dejándolo inconsciente en el suelo para luego, abrazar como un padre al doncel.

Gaara no sabía lo que Yamato le decía a Sai pero suponía de que se traba de palabras tranquilizadoras para después ver como el doncel se marchaba, por lo que intuyó que Yamato le había dado el resto del día libre a Sai. Aún preocupado y sin pensar lo que hacía, Gaara siguió por las calles a Sai porque quería hablar con él, quería saber que se encontraba bien y de esa manera, impulsado por sus instintos sin ser consecuente con lo que podría ocasionar, Gaara olvidó sus miedos y agarró a Sai de un brazo.

– Ven conmigo, tenemos que hablar. – Susurró parco Gaara sin ser plenamente consciente de como esas palabras actuaron en el doncel.

Sai no tuvo tiempo de reaccionar solo sintiendo un escalofrió que atravesó su espalda como un rayo y cuando se dio cuenta de todo lo que sucedía, estaba siendo llevado a rastras por las calles de la ciudad hasta un callejón sin salida, en la que no habían nadie más que él y el pelirrojo.

Gaara tragó saliva antes de girar su rostro y evitó mirar aquellos ojos que parecían tener el poder de que perdiese la conciencia pero eso no evitó el que no se diese cuenta de que el doncel estaba temblando y llorando silenciosamente, por lo que la situación aún se veía muy comprometida y tensa mientras el muchacho pelirrojo no dejaba de recriminarse el poco tacto que había tenido a causa de su preocupación.

– No voy a hacerte nada. – Aseguró en voz baja y trémula el muchacho de pelo carmesí. – Deja de llorar, por favor. –Murmuró ahogando las últimas palabras. – No llores más, solo quería ver que te encontrabas bien, así que no llores. – Murmuró para acariciar la mejilla derecha de Sai con el dorso de la mano.

Era cierto, que Gaara no iba a tratar a Sai como aquella vez pero aún y cuando el doncel lo sabía, no podía comportarse con tranquilidad sintiendo como el miedo por lo que escasos minutos había ocurrido con aquel hombre aunado a los recuerdos y la manera en que fue rechazado por Gaara le hacía comportarse tan vacilantemente, incapaz de enfrentar las consecuencias. Sai solo podía sentirse vulnerable y demasiado débil como un polluelo.

Gaara soltó el brazo que había apresado a Sai para llevarlo hasta ese lugar y observó como con brusquedad se limpiaba el rostro aunque él no había dejado de acariciar su rostro para, por fin, dejar salir sus sollozos haciendo que el aprendiz de herrero se pusiera más nervioso y preocupado. Realmente, era un bruto que no sabía comportarse con la persona de la cual estaba enamorado.

En un acto impulsivo, Gaara abrazó a Sai y por primera vez, se percató del olor que desprendía el doncel. Un olor dulce como la vainilla, limpio igual que el agua que brotaba a través de las rocas desde las entrañas de la tierra y fresco como el rocío del alba sobre los pétalos de las flores, un olor que debía de estar ajustado con la personalidad del doncel. Un olor que embriagó a Gaara hasta aturdirlo.

De repente, Sai fue apresado por los musculosos brazos de Gaara pero contra todo pronóstico no intentó separarse y aunque seguía liberando todo su temor a través del llanto, al mismo tiempo, Sai se comenzó a sentir seguro, protegido ante el agradable calor que desprendía el cuerpo del muchacho pelirrojo.

Después de unos minutos, Sai se tranquilizó y dejó de sollozar, Gaara no lo soltó y continuó abrazándolo, pegándolo más a su cuerpo y disfrutando de aquel peculiar aroma, deseando permanecer de aquella manera para siempre pero sabía que eso no era probable, ni posible.

Lentamente, el abrazo se deshizo en un rictus perezoso y las miradas chocaron un instante antes de que Gaara se abalanzara sin pedir permiso hacia la boca contraria en un desesperado beso en él que marcó su dominancia ante aquella incauta boca.

Sai abrió sus ojos a más no poder ante el inesperado beso y aunque estaba retrocediendo para alejarse de Gaara sentía como este no dejaba que sus bocas se separaran y cuando su espalda encontró una de las paredes que formaban aquel callejón sintió como aquel hombre, al cual anhelaba y amaba en secreto pero que lo había rechazado, cortó el contacto.

Gaara sonrió cuando se percató como aquel rostro blanco mostraba un intenso rubor.

– La otra vez... eran ciertas tus palabras. – Gaara cogió el mentón de Sai y lo elevó para obligarlo a que lo mirase. – Me amas. – Se humedeció los labios antes de susurrar sobre los contrarios. – ¿Me quieres? ¿Me deseas, en verdad?.

– Y-yo... – Tartamudeaba Sai ante lo dicho pero la cercanía le impedía concentrarse y responder adecuadamente al contrario.

– La primera vez pensé que eras un ladrón, después creí que era alguien que pretendía difamar mentiras sobre mi familia pero ahora... estos días no he podido dejar de pensar en ti, en lo que pasó, en lo que dijiste, en aquel beso que aparece en mis sueños todas las noche. – Contó Gaara antes de dejarse llevar por sus emociones y besar al doncel nuevamente.

El beso se acabó y cuando Gaara se separó de Sai sintió como este caía, se había desmayado a causa de la tensión.

Gaara se maldijo a sí mismo por haber causado aquel desmayo y odió los imprevistos de la vida como en ese instante que iba a decirle al doncel que lo amaba, que deseaba pretenderlo.

Gaara cargó Sai en sus brazos protectoramente y lo llevó hasta su casa pero se quedó en las caballerizas de la posada donde recostó a Sai sobre el heno y esperó a que este despertara.

Después de dos horas de espera en que no se separó de Sai, Gaara vio como este despertaba y se apresuró a callar su grito con un beso.

– Tranquilo estas en las caballerizas de la posada de mi familia. – Le informó en voz baja. – Te he traído aquí porque te desmayaste y no me dejaste terminar lo que te estaba diciendo.

– ¿Qué me ha pasado?. – Preguntó Sai al percatarse que Gaara le estaba hablando, solo recordaba que había estado en la calle y había aparecido como por arte magia en un lugar completamente diferente pero cuando se percató de que había alguien a su lado se había asustado e intentó gritar y su boca había sido atrapado por otra. Cuando el beso terminó, Sai había quedado aturdido mientras se percataba que su captor, si es que tenía que denominarlo de alguna manera, se trataba del hombre que más quería y el que más daño le había hecho.

– Te traje aquí después de que te desmayaras y lo siento, no quería ocasionar el que te desvaneciera pero estaba muy preocupado por ti, después de que aquel sujeto se te había acercado tan indecorosamente.

– Tú, tú viste lo... – Intentó decir Sai al enterarse por la propia boca del pelirrojo que había presenciado aquella escena.

– Sí. – Afirmó pero rápidamente se arrepintió de haberle hecho recordar al doncel todo lo que le había pasado horas atrás cuando vio que iba otra vez a llorar, así que velozmente lo abrazó. – No, no llores no quiero que llores. Perdóname, soy un imprudente y solo estoy haciéndote recordar un mal momento. – Gaara repartió un centenar de besos por la frente de Sai hasta que el doncel dejó de llorar.

Sai sintió como Gaara se separaba de él y pudo sentarse sobre el heno aunque sentir que el pelirrojo no lo abrigaba con su cuerpo le dejaba una sensación de vacío pero aún así, no hizo nada e intentó ponerse de pie pero fue retenido.

– Espera, quiero decirte algo. – Habló el aprendiz de herrero con un leve rubor en su rostro.

– ¿Decirme algo?.

– Sai, yo quería disculparme contigo por todo y porque he sido muy rudo contigo. Perdóname.

– No tienes que... – Pero fue interrumpido.

– Por favor déjame terminar. – Rogó Gaara. – También quiero disculparme por ser un atolondrado y hasta hace poco no reconocer lo que sentía hacia ti, además de hacerte daño cuando me dijiste que me amabas. – Gaara cerró los ojos con fuerza y con su rostro completamente colorado dijo. – Te amo y quisiera saber a quién debo de pedirle permiso para comenzar a cortejarte.

Sai ante las palabras de Gaara se había vuelto a desmayar, así que el aprendiz de herrero tuvo que volver a esperar a que despertara para volver a repetir su propuesta siendo bien aceptada por el doncel y compartir algunos besos más junto a caricias antes de acompañarlo hasta la casa en la que vivía Sai para asegurarse de que nada ni nadie intentaría dañarlo.

Al día siguiente, Gaara esperó a Sai en el mismo lugar que lo encontró por primera vez y donde lo había confundido por un ladrón y lo acompañó hasta el taller de orfebrería, en donde entró junto a él, para pedirle permiso a Yamato después de explicarle sus intenciones hacia su protegido y alumno.

– Así, que quieres mi permiso. – Afirmó sin dejar de examinar a aquel muchacho de pelo rojo. – ¿Y a qué te dedicas? ¿Crees ser capaz de llevar un compromiso adecuado? No voy a permitir que cualquiera se acerque a Sai, sus padres me lo confiaron y no quiero voy a confiar su cuidado a cualquiera.

– Soy aprendiz de herrero en la herrería de mi primo Sasori y la cual, será mía en el futuro. – Confesó Gaara para indicarle a Yamato de que era un buen hombre que podría hacerse cargo de Sai y formar una familia. – Mi padre posee una posada y una taberna que heredará mi hermano mayor pero en el caso de que el negocio de herrero no sea suficiente, siempre puedo entrar en uno de los negocios familiares. Mis intensiones con su protegido son honestas y pretendo llevar un cortejo decente.

Yamato no demostró que estaba impresionado pero sonrió antes de asentir con la cabeza.

– Muy bien, tienes mi permiso para comenzar a cortejar a Sai, Gaara Sabaku*.

– Gracias por permitirme esta oportunidad, señor. – Respondió estrechando la mano del tutor de Sai antes de marcharse hacia la herrería de su primo donde podría volver a trabajar ya que las preocupaciones habían menguado.

Durante meses, detrás de terminar el trabajo Gaara iba por las tardes a encontrarse con Sai donde intentaba conocer todo acerca del doncel y los tres días semanales en que Yamato había restringido el cortejo, Gaara la pasaba ayudando a su buen amigo Naruto hasta que finalmente, terminó la casa que había encontrado y comenzado a acondicionar.

Ese día Gaara había despertado temprano y se había marchado a la herrería, en la tarde se encontraría con Sai y espera encontrar en la noche a Naruto en su casa junto a Sasuke. Ese día Gaara quería notificar a su familia acerca de su relación y para que la felicidad fuera más intensa, también, comunicaría su intención de que iba a pedir la mano de Sai, así que se encontraba muy nervioso.

Sasori, el único que sabía del padecimiento de Gaara, así como de que había comenzado a cortejar a un doncel, le permitió a su primo que se marchase antes ya que este le había confesado el comunicar su relación a sus padres como su intención de comprometerse.

Aún faltaba una hora para ir en busca de Sai, por lo que se dirigió hacia su hogar y como acostumbraba entró por la puerta que llevaba a la cocina de la taberna donde su hermano lo vio y esperaba que le gritara acerca de la llegada de Naruto aunque él sabía que desde hacía meses que su amigo estaba en La Hoja pero contradictoriamente, lo que esperaba no ocurrió.

– Kankuro. – Llamó a su hermano. – ¿Hoy no ha ocurrido nada especial?. – Preguntó en espera de la nueva pero simplemente recibió una mirada confundida por parte de su hermano.

– No sé a qué te refieres o si es que esperabas que hoy ocurriese algo pero ha sido un día normal, salvo por el que tú has llegado temprano. – Contestó antes de continuar con su tarea de preparar la masa para hornear pan.

– Creo que el día ha sido tan bueno que me he dejado llevar. – Intentó disimular su preocupación. – ¿Y Sasuke?.

– Es raro que preguntes por él ahora pero está como siempre, limpiando las habitaciones de la posada y no aparecerá hasta que sea la hora de la comida. – Kankuro se detuvo un instante para mirar a su hermano. – No pareces tú, Gaara, con tanta pregunta ¿es qué ha sucedido algo?.

– No, no. – Negó antes de ir a su habitación a prepara el baño y asearse antes de marcharse.

Bastante preocupado, Gaara fue junto a Sai y aunque intentó estar más interesado a lo que le decía el doncel, no lo logró, así que cuando acompañó y despidió a Sai. Él volvió a su hogar pero parecía que Naruto no había pasado por allí en todo el día.

Por algún motivo, la preocupación se transformó en ansiedad y salió del edificio en el que habitaba su familia para llegar a la casa de su amigo donde golpeó con fuerza la puerta pero esta no se abrió aún y cuando lo llamaba a gritos pero nadie respondió desde el interior de la casa.

Sintiéndose incapaz de marcharse sin saber de su amigo, Gaara se quedó frente al pórtico a esperar a que apareciera Naruto o alguna noticia sobre algo pero su amigo no apareció hasta que la noche se hizo presente.

Gaara examinó a Naruto y este presentaba un estado lamentable, sus ropas estaban sucias, su pelo revuelto y sus grandes ojos azules parecían que estaban hundidos en su cara.

Gaara se acercó mientras Naruto bajaba de su montura.

– Creía que hoy iba a estar en mi casa. ¿Qué ha pasado?¿Qué te ha ocurrido, Naruto?. – Preguntó con denotada preocupación hacia su compañero.

Naruto abrió la puerta de su casa.

– Naruto, me estas preocupando. ¿Qué es lo que ocurre?. – Exigió Gaara sujetando a su amigo por los brazos e impidiendo que siguiera caminando en ese estado de ausencia sin hacerle caso alguno.

– Debiste decirme que ya no tenía esperanzas. – Murmuró Naruto y Gaara pudo sentir el dolor que emanaba su amigo aunque no sabía a qué se refería con esas palabras.

– ¿Qué...? ¿Pero de qué hablas?.

– Sasuke... Sasuke ama a otro hombre. Lo vi, yo lo vi. – Añadió Naruto mientras que Gaara lo dejaba ir.

Sin siquiera pensar las cosas, Gaara abandonó la casa de su amigo para ir en busca de Sasuke, quería hablar con él y saber si era verdad, quería saber si realmente había estado tan ausente con lo que ocurría a su alrededor a causa de su enamoramiento que no se percató de algo así.

Cuando Gaara llegó a su hogar, se encontró con que la taberna estaba cerrada a esa hora y cuando entró al edificio, se sorprendió al percatarse de que sus padres estaba celebrando algo y en la mesa de la cocina de la taberna estaban sentado todos, sus padres, sus hermanos, Sasuke, Itachi, Shikamaru, Sasori junto a su esposo e hijo y un hombre, un desconocido.

Y Gaara se quedó paralizado ante la presencia de ese misterioso hombre.



Aclaración de  los términos:


* Como os habréis dado cuenta el apellido de Gaara lo he puesto en toda la historia como Sabaku y no como es frecuente encontrarlo al completo (Sabaku no).

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