-Veneno.-
Sakura
caminaba triste por los pasillos de la enorme casa de su padre, su amante había
desaparecido de la noche a la mañana sin habérselo hecho saber y aunque era
consciente de que el hombre no volvería a su lado, había un pequeño vestigio de
esperanza en su alma que a cada instante le gritaba el que podría encontrarlo a
la vuelta de la esquina de la enorme morada.
Sin
embargo, la joven dama había perdido el apetito y no le apetecía escuchar los
consejos de la anciana que había sido su nana o los chismorreos de la
servidumbre que hablaban de ella porque había perdido todo el interés hacia
esos comentarios e igualmente, Sakura parecía no importarle el paradero de su
marido, este no la había vuelto a ver desde su noche de bodas donde consumó el
matrimonio y mostrarle a su padre de que ella ya era la esposa de Kakashi
irrevocablemente.
La
joven marquesa no había parado de suspirar en esa mañana como había hecho desde
que su amante la había abandonado mientras miraba desde el balcón al horizonte
donde las montañas cortaban el firmamento, recordando la voz que la hacía
sonrojar, las caricias que le había proporcionado en aquellas noche, el rostro
de su insomnio y la felicidad que en esas noches compartidas en su lecho, la
habían hecho sentirse amada.
–
Sakura. – Llamó una voz más que conocida para la mujer.
–
Padre. – Nombró haciendo una floritura respetuosa a su progenitor, el cual se
acercaba a ella.
Cuando
el duque estuvo al lado de su hija, también, dirigió su mirada al horizonte
para comprobar la tranquilidad que reinaba en sus tierras antes de volver su
huesudo rostro para mirar a la joven a la cara.
–
Sakura, pronto será la ceremonia del rey y nosotros debemos ir o sería una
descortesía de nuestra familia el no asistir a tan memorable evento. – Informó
Orochimaru.
– Lo
sé, padre. – Indicó la joven para ver
como su padre asentía. – ¡Que tengáis un buen día!. – Se apresuró a decir
Sakura cuando su padre se marchaba del lugar después de escuchar su respuesta.
Sakura
miró como su padre desaparecía del lugar y un nuevo suspiro salió de su pequeña
boca mientras volvía a recordar al
hombre que la había hecho sentir valorada en esa casa y que, desafortunadamente,
no era el hombre con el que se había casado.
Orochimaru
caminó por los pasillos hasta la escalera que descendía a las mazmorras. Cuando
llegó, los guardias se apresuraron a ponerse frente a él con firmeza ante la
presencia de su señor.
–
¡Señor!. – Dijeron los dos guardas como saludo al duque de Cerezos.
Orochimaru
no respondió y cogió uno de los candiles que estaban sobre la pequeña mesa en
la que los guardias habían estado jugando a las cartas segundos antes a que
apareciera.
Cuando
el duque encendió el candil, se internó en los oscuros pasillos que formaban
las celdas de castigo bajo su enorme casa y las cuales, se encontraban vacías,
hasta que finalmente, el hombre llegó al final del pasillo que había caminado,
donde una puerta de madera estaba incrustada en la pared de frías rocas.
Orochimaru
buscó en uno de sus bolsillos la llave que le permitiría entrar, cuando obtuvo la
pesada y larga llave de hierro que abría la puerta y conseguir entrar en la
habitación.
El
duque caminó hasta el medio de la habitación donde había un gran cilindro de cristal
que bajaba desde el techo al suelo donde introdujo el candil en el interior de
aquel cristal que se elevaba hasta el techo.
Una
vez, el duque consiguió trabar la argolla de la pequeña lámpara en el gancho de
la cadena que estaba en el interior del cilindro de cristal, comenzó a tirar de
una paralela donde las poleas en la que estaba enredada la cadena inició a
elevar el candil y al estar lo suficiente alto, la habitación quedó iluminada
debido a que el cristal podía conseguir que la pequeña luz de la lámpara fuese
más intensa y logrando alumbrar toda la sala.
Las
paredes eran cubiertas por estanterías repletas de libros, tarros y votes de
cristal cerrados con extrañas sustancias o trozos de anatomía perteneciente de
algún animal y alrededor de aquel lugar donde había introducido el candil,
habían mesas con papeles, plumas, botes de tinta y frascos humeantes o
burbujeantes junto a extrañas herramientas sobre la superficie de los muebles,
hacían que aquel cuarto se viese aterrador.
Sin
embargo, Orochimaru pareció importarle poco lo que allí se encontraba o la
impresión que daba el cuarto y caminó hasta una de aquellas estanterías en
donde comenzó a buscar un libro con ahincó hasta que finalmente, lo encontró.
Se
trataba de un polvoriento libro de cubierta azul y hojas amarillas, escrito a
mano y cuyo nombre exterior que lo clasificaba, estaba tan degastado que a
duras penas se podría saber lo que decía.
Con
cuidado el duque de Cerezos abrió el pesado y antiguo libro y con sus huesudos
dedos comenzó a pasar las delicadas hojas escritas con minuciosidad hasta
encontrar lo que buscaba.
Orochimaru
sonrió cada vez más a cada palabra que leía con deleite en aquel libro, antes
de dirigirse a una de las mesas donde cogió algunos frascos con diferentes
sustancias en su interior y comenzar a mezclarlos con cuidad siguiendo con atención
y detenimiento la receta que exponía el libro.
Cuando
el duque logró terminar su mezcla y calentar hasta hervir el mejunje que
desprendía un fuerte olor, lo vertió con cuidado en el interior de un pequeño
frasco que se aseguró de cerrarlo bien para luego, mirarlo por un rato y
comenzar a reír ante los pensamientos que surcaban su cabeza.
–
Debería comprobar la efectividad para asegurarme de que todo salga como debe de
ser. – Murmuró Orochimaru y sin pensarlo más de lo necesario, guardo el pequeño
frasco en uno de sus bolsillos antes de acercarse al cilindro de cristal y
mover la cadena para que descendiera el candil que tomó antes de salir de la
habitación, detrás de cerrar la puerta, para que nadie, que no fuese él,
pudiese acceder a la sala.
Cuando
Orochimaru llegó nuevamente a donde se encontraban los guardias, dejó la
lámpara en manos de uno de sus guardas y subió las escaleras para percatarse
que la noche hacía mucho que se había instalado y él apenas se había percato al
estar todo el día entretenido en el cuarto subterráneo.
Ante
la obviedad, Orochimaru suspiró con resignación para encaminarse hacia su
alcoba donde lo esperaba su joven amante ya dormido sobre la cama debido al
extenuado día que había tenido pero que al duque poco le importaba y se encargó
de despertar para disfrutar de aquel joven cuerpo, al mismo tiempo que
saboreaba la mieles del triunfo ante sus planes.
La
mañana llegó y con ella un día ajetreado en la casa del duque de Cerezos para
los sirvientes mientras que los nobles dueños disfrutaban de las comodidades de
su alcobas por diferentes motivos.
Sin
embargo, la duquesa yacía aún despierta intentando normalizar su respiración
para poder conciliar el sueño después de haber tenido una muy entretenida noche
junto al marqués de Sharingan. Mientras tanto, la joven marquesa de Sharingan
amanecía con los ojos hinchados de derramar lágrimas por el abandono de su
amante hacía días.
Orochimaru
despertó a la hora del almuerzo pero eso no le detuvo en su propósito y sin
más, tomó el pequeño recipiente con el preparado que había hecho y dejó caer
unas gotas sobre el filete que le habían servido para luego, llamar a una de
las doncellas que estaban a su servicio.
–
¡Señor!. – Respondió la mujer ante el llamado del duque.
– Kin,
pareces que estás algo desmejorada ¿por qué no tomas asiento a mi lado?. –
Repuso Orochimaru mirando a la moza que se sonrojó ante esas palabras.
– Pe-pero
no está bien que… – Tartamudeaba Kin.
– Te
lo estoy mandando yo, el señor de esta casa. – Interrumpió Orochimaru
levantándose de su cómoda silla para sentar a la muchacha a la mesa.
–
Señor… – Suspiró Kin al sentir las manos frías y de dedos largos del duque
sobre sus hombros, presionando los suficiente para que se sentase.
La
joven doncella no pudo evitar sonrojarse ante el atrevimiento del hombre
mientras que una vez estuvo sentada la moza, Orochimaru volvió a ocupar el
asiento en el que había estado sentado.
–
¡Kin!. – Llamó percatándose de que la atención de la mujer estaba en él. – No
he podido prestarte las atenciones suficientes y el alabar tu laborioso trabajo
realizado en esta casa pero hoy he observado como no te encuentras tan lozana,
a pesar de tu juventud, tu salud parece haber decaído. – Comentó mientras
acercaba el plato con el filete que minutos antes había añadido el brebaje que
había creado el día anterior. – Toma, come un poco. La carne hará que tus
fuerzas vuelvan y tus mejillas recobren el color perdido.
– Yo…
– Es
una orden, no querrás molestar a tu señor, desobedecer mi consigna, ¿cierto?. –
Habló Orochimaru mirando a la sirvienta con un brillo amenazante en sus ojos
dorados.
– No,
no. – Se apresuró a decir Kin y sin pensarlo cogió el cuchillo y el tenedor con
el que cortó un trozo de carne del jugoso filete y se lo llevó a la boca que
engulló sin apenas masticar el alimento.
El
duque sonrió, mirando como la muchacha comía todo lo que había en el plato que
le había dado hasta que no quedó ni una sola migaja.
–
¿Estaba a tu gusto?. – Preguntó el duque de Cerezos.
– Sí,
señor estaba mu… – Kin se interrumpió a si misma cuando un fuerte dolor aquejó
su estómago.
– Me
alegra. ¿Quieres un poco de vino?, es bueno para la digestión. – Inquirió
llenando la copa de plata que había a su lado con el carmesí líquido antes de
llevárselo a su boca y sorber un poco del preciado líquido.
–
Seño… – Pero la joven no pudo continuar porque se derrumbó muerta al intentar
levantarse de la silla sin apartar sus ojos negros de los complacientes ojos
dorados de su señor.
Orochimaru
miró a la mujer con desdén antes de beber otro trago de vino de la copa en sus
manos para acto seguido, dejar la copa en la mesa y retirarse de aquella
habitación con una sonrisa jovial.
Sin
embargo, el duque fue detenido por uno de los sirvientes para informarle que el
rey lo esperaba en la habitación de audiencia de su casa y no dudó en ir para
atender a tan preciada visita.
–
¡Majestad!, es un gran honor teneros en mi humilde morada horas antes al
preciado baile de compromiso de vuestra excelencia. – Saludó Orochimaru
haciendo una floritura cuando entró en la habitación.
–
Duque Orochimaru, he venido hasta aquí para entregaros esto. – Habló el monarca
mientras se acercaba al hombre y entregarle en sus manos una insignia. – Esto
os acreditará como uno de mis más preciados invitados esta noche ya que gracias
a vuestra magnánima ayuda, he conseguido este compromiso con la princesa del
Reino del Nieve.
–
Sabéis que estoy a vuestro servicio como súbdito y noble de este honorable
reino, sería desconsiderado de mi persona el no disponer para mi rey. –
Respondió el duque respetuosamente mientras volvía a hacer una floritura.
– No
esperaba menos de vuestras palabras, Duque, os espero esta noche para disfrutar
en vuestra compañía del festín en honor a mi futura reina y el baile en
conmemoración a mi compromiso. – Recordó el rey con una sonrisa antes de
prender sus pasos para marcharse de la casa.
– ¡Que
tengáis un buen día, majestad!. –Se despidió Orochimaru con cortesía mientras
hacía una reverencia para despedir al soberano.
El día
pasó para el duque de Cerezos con tranquilidad hasta llegar el ocaso del día,
justo cuando debía partir hacia el castillo real, Orochimaru se encontraba en
la misma sala en que había atendido al monarca, en espera de que su sirvienta
hiciera su trabajo y la puesta de la sala fuera abierta por la persona que
esperaba.
Cuando
la puerta se abrió después de haber sido golpeada con suavidad, apareció la
duquesa de Cerezos vestida con un elegante traje y un recogido extravagante en
su melena castaña que desafiaba las leyes de la gravedad.
– Mi
señor, ¿me habéis llamado?. – Inquirió la mujer haciendo una leve floritura
hacia su esposo.
– Así
es, Ayame. – Arrastró el nombre de su mujer con aspereza. – Antes de partir
deseaba hablar con mi encantadora y hermosa esposa, así que toma asiento
querida, quiero que estés cómoda para que puedas escuchar lo que tengo que comunicarte
antes de partir. – Pidió Orochimaru mientras se le ofrecía con un gesto asiento
a la mujer.
La
duquesa no dudó en sentarse en la silla que su marido le indicaba porque
conocía perfectamente el carácter del duque de Cerezos como para rechazar sus
palabras y observó como Orochimaru se sentó también en la pequeña mesa donde
cogió la pequeña tetera de porcelana y sirvió té en ambas tazas frente a ellos.
– Ayame,
solo quería decirte que sé todo lo que has hecho y lo que estás haciendo. No es
que me agrade que mi esposa sea tan… ¿cuáles serían las palabra correctas para
expresarme?. ¡Ah!¡sí!. No me agrada tener una esposa tan voluble a las
intenciones de otros hombres que no soy yo pero te he dejado que hicieras lo
que deseabas porque, después de todo, yo tampoco soy un predicador de la
fidelidad pero sí que esperaba eso de la mujer con la que me he casado. –
Confesó Orochimaru sirviendo dos terrones de azúcar en la tasa de su esposa.
– No
comprendo vuestras palabras. – Afirmó la mujer antes de beber un sorbo de té.
–
¡Oh…! Discúlpame, querida y deja que mis palabras sean trasparentes como el
agua. – Ironizó con una maliciosa sonrisa Orochimaru. – No soy ningún ingenuo y
al igual que tú has conocidos a muchas y muchos de mis amantes, yo he tenido la
preocupación de saber lo que mi querida esposa realiza todo el día y eso
implica el que conozca de tus aventuras, a cada uno de los hombres con los que
has compartido tu calor, querida. – El duque arrojó su taza de té al suelo
haciéndola añicos y provocando que el cálido líquido se derramase en el suelo.
– Sé lo que has estado tramando desde que hice desaparecer a los marqueses de
Sharingan, sé que has engatusado el crédulo de Kakashi y sé lo que has hecho
cada uno de tus días desde que te traje convertida en mi esposa. – Orochimaru
entrecerró los ojos y alargó su mano hasta tocar la taza que Ayame tenía sujeta
con una de sus manos para acercársela a los labios y la duquesa por instinto
ingirió el líquido que contenía. – Seguramente, te estarás preguntando el por
qué te estoy revelando todas tus proezas en estos momentos, pues la respuesta
es simple mi amada esposa, quiero que escuches bien todo lo que tengo que
decirte. – Informó Orochimaru antes de levantarse de su asiento y ponerse
detrás de su mujer a la que cogió por los hombros mientras bajaba sus rostros
hasta que su boca quedó al mismo nivel de la oreja de la duquesa y comenzar a
susurrarle.
Ayame
había comenzado a temblar a cada palabra que su marido le revelaba con júbilo y
al mismo tiempo comenzaba a sentirse mal, su estómago le ardía y lo entendió
cuando escuchó las últimas palabras del duque.
– No
te preocupes por tu estado, es absolutamente normal sentir como tu aliento se
va extinguiendo cuando has bebido veneno, querida. – Espetó con malicia
escuchando como la taza que sostenía entre sus manos Ayame caía al suelo y se
hacía añicos.
–
E…res… – Fue lo único que consiguió pronunciar la duquesa antes de fallecer.
Orochimaru
no pudo contener la risa mientras abandonaba la habitación y se dirigía al
carruaje que le esperaba para partir al castillo del rey en compañía de su
Sakura y Kakashi.
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