-Contrariedad.-
Minato
miraba al rostro de su amigo con furia porque no le gustaba la forma en que
Fugaku le había hablado a causa de una baratija que le había afanado a un
simple doncel como él acostumbraba a hacer con sus amantes ocasionales y sin
duda, Itachi también había caído en su influjo y se había convertido en un
doncel más dentro de la lista de seducción.
– Este
medallón lo mandé a hacer hace diecinueve años para Mikoto como un regalo por
haber aceptado el compromiso conmigo. – Arrastró cada palabra destilando
veneno.
–
¿¡Qué!?. – Fue lo único que salió de la boca de Minato mientras su cabeza
asimilaba aquella información.
–
Minato… – Murmuró al mismo tiempo que soltaba a su compañero. – Tan solo dime
de dónde obtuviste esta joya.
– La tenía
un doncel. – Finalmente reveló porque comprendía el valor tan significativo que
debía tener aquel colgante para su amigo cuando escuchó el nombre de aquella
mujer.
– ¿Un
doncel?. – Repitió con incredulidad
porque no podía comprender como aquella joya había acabado en manos de un
desconocido.
–
Probablemente, ese doncel le robó el colgante o puede que fuera obligada a
deshacerse de tus regalos o simplemente, se parezca el aspecto del colgante que
tú le regalaste y, ahora, creas que es el mismo, ha pasado mucho tiempo como
para recordar a la perfección el colgante que le obsequiaste a tu amada. –
Intentó animar a su amigo.
– No, yo
recuerdo cada detalle. Además, Mikoto no haría eso, ella no se desprendería tan
fácilmente de este medallón y estaría dispuesta a enfrentarse por este regalo
para seguir conservándolo. La última vez que la vi, en sus ojos pude leer que
no podría olvidarse de mí. Incluso, esa última vez, en su cuello colgaba este
medallón y con su mano derecha lo sujetaba como solo puedes tener entres tus
manos un fino y beato rosario. Era como si esa noche le rezara a Dios a través
de este medallón para pedirle buenos deseos. – Fugaku apretó la joya con fuerza
con los ojos cerrado siendo capaz de recrear ese momento en que se despidió de
ella para siempre. – Ella no dejaría que le arrebatasen este medallón, de eso
estoy muy seguro.
– Será
mejor que me marche.
–
¡Espera!. – Detuvo a su compañero antes de que se moviese. – Se que no habitúas
a ver a tus amantes por una segunda vez pero te imploro que te presentes ante
ese doncel y lo traigas ante mí, yo... yo necesito conocer de quien se trata y
el por qué tiene el medallón.
– ¿Estás
seguro de tus palabras? Puede que todo se trate de una casualidad del
caprichoso destino y debes ser consciente de lo que me pides porque ese
encuentro podría ser muy arriesgado, ya que podría destruir nuestros planes,
sin mencionar que estaría la posibilidad de que ambos acabáramos muertos,
Fugaku. – El recelo ante la idea de su amigo era casi palpable en su tono de voz.
–
Estoy dispuesto a aventurarme aún y cuando puede que sea solo una coincidencia
pero entiende que no puedo dejar pasar lo que el mismo Dios me ha puesto ante
mis ojos, debo saber si esa persona ha tenido algún lazo con Mikoto. Si ese
doncel puede ofrecer información de lo acontecido en el palacio de la vida de
los Marqueses de Sharingan. – Fugaku volvió sus ojos a la baratija que tenía en
su mano derecha con una mirada que solo podía mostrar una persona cuando
observaba una inverosimilitud de la realidad. – Hasta que dispongas de ese
encuentro, yo guardaré este medallón.
Minato
no pronunció palabra ante la última declaración, solo gruñó un poco y por fin,
tuvo la oportunidad de abandonar la alcoba para ir a la suya propia mientras
pensaba en cómo actuar frente al joven de quien, no solo tuvo un momento
agradable sino, había obtenido aquel colgante que pensaba canjear junto al
camafeo por unas cuantas monedas para gastar en unas nuevas prendas de buen
corte o en un sombrero de pluma de pavo real pero que ahora, debía olvidar.
Itachi
había estornudado por quinta vez esa noche pero no le importó en lo más mínimo,
en su rostro brillaba una gran sonrisa pensando en volver a estar junto aquel
hombre que era capaz de dejarlo sin aliento tan solo con una simple palabra
mientras se aproximaba con lentitud a la casa de Sai.
Sin
embargo, una luz brillaba del interior de la modesta casa indicando que el
dueño aún seguía despierto. Así que cuando por fin alcanzó la puerta y rebuscó
entre los bolsillos de su ropa la llave que le permitía acceder, no le
sorprendió en absoluto el ver como Sai bajaba en camisón las maltrechas
escaleras para comprobar que se trataba de su compañero.
–
Lamento el haber llegado a horas tan tardes. – Se disculpó Itachi moviéndose
con mucha lentitud para que el dueño de la casa no se percatara de su dolencia.
– Estaba tan ensimismado que no me he dado cuenta del transcurso del tiempo.
–
Estaba preocupado. – Afirmó Sai sin dejar de mirar a Itachi.
– No
fue mi intensión pero si me disculpas, voy a asearme. – Respondió Itachi
acercándose al fuego que siempre estaba encendido para poder cocinar.
–
Deberás calentar el agua, ya está fría la que yo había caldeado. – Le informó
Sai antes de subir las escaleras con la intensión de ir a la cama para poder
dormir.
Cuando
Sai desapareció de la vista del recién llegado, Itachi cogió un recipiente que
había con agua fría y lo llevó hasta el fuego para que el agua se calentase
para poder lavarse.
Itachi
suspiró porque estaba demasiado cansado como para contarle a Sai sobre lo que
había hecho y es que era probable que el otro doncel le recordara que había
obrado mal. Igualmente, no estaba con ánimos para escuchar una reprimenda por
haberse portado tan libremente como si se tratase de una persona obscena al
lado de Kurama porque para él, no era así. Él solo quería demostrarle sus
sentimientos al hombre que le hacía olvidar todo lo que ocurría a su alrededor.
Itachi
comenzó a desvestirse y descubrió una pequeña mancha en su ropa interior de
color rojo y sus pómulos adquirieron un color rosa ante aquella marca que destacaba
sobre la blanca tela como una luz en la oscuridad. En un rápido movimiento,
Itachi llevó la prenda al interior del recipiente con el agua tibia que aún
estaba calentándose en el fuego para poder asearse y con desesperación, froto
la tela hasta conseguir que aquella mancha desapareciera de su vista, borrando
la prueba de lo acontecido aquel día.
El
doncel cogió el recipiente, sin importarle que el agua no estuviese lo
suficientemente caliente, para poder limpiarse con calma y comenzó a borrar con
el jabón y el trozo de tela que utilizaba como esponja las caricias que Kurama
había brindado a su cuerpo pero en el que no dejó marcas visibles más que
aquella en aquel lugar oculto a la luz.
Al día
siguiente, cuando Itachi despertó le dolía todo su cuerpo y sus articulaciones
no respondían bien a sus órdenes, sin hacer mención al crujir de sus huesos,
por lo que no fue a trabajar a la casa de Tsunade para permanecer cobijado en
la única cama de aquel cuarto, en un leve intento de recuperarse del
sufrimiento en el que había sucumbido su cuerpo.
Sai se
despidió de Itachi, que presentaba una mala cara y pensó que habría enfermado a
causa de haber estado hasta tarde sirviendo en la casa de Tsunade, solo podía
sentir compasión de su inquilino mientras abandonaba su morada para ir a
encontrarse con Gaara, quien lo acompañaría hasta la orfebrería como buen
pretendiente.
Tan
solo salir Sai por la puerta, pudo ver al aprendiz de herrero recargado en la
pared en espera de que apareciese y eso le provocaba que su corazón
repiquetease con fuerza mientras su rostro se tiñese de un candente rosa.
–
¡Buen día, Sai!. – Saludó Gaara acercándose velozmente para tomar una de las
manos del doncel y besar sutilmente el dorso de la pequeña mano blanquecina. –
¿Cómo habéis amanecido, mi amado?. – Preguntó al mismo tiempo que el cuerpo de
Sai comenzó a vibrar ante el delicado contacto que se produjo.
–
¡Buen día!. – Respondió en un susurro al saludo mientras se colocaba a un lado
de Gaara. – He amanecido bien aunque un poco preocupado por Itachi. Creo se ha
resfriado porque ayer llegó muy entrada la noche.
– No
te preocupes, si se trata de un resfriado pronto se recuperará porque Itachi
parece un doncel tan fuerte como su hermano Sasuke aunque su cuerpo parezca
frágil. – Animó Gaara mirando como Sai sonrió al mismo tiempo que asentía con
la cabeza.
Ambos
siguieron caminando en silencio pero el mozo parecía estar un poco inquieto
mientras miraba de reojo al doncel a su lado hasta que irrumpió la tranquilidad
que se había formado entre ellos.
– Sai…
yo quería saber si te… te gustaría que formalizáramos nuestra relación. –
Inquirió con nerviosismo y no por ser la primera vez que preguntara algo como
aquello sino por una posible negativa por parte de Sai, ya que hacía poco que
había pedido permiso a Yamato pero sus padres no sabían nada de que estaba
cortejando a un doncel.
El
doncel se detuvo y preguntó con inseguridad.
– ¿Formalizar
más nuestra relación?.
– Es
que pienso que deberías conocer a mi familia y ellos te conozcan. ¡Mis
intenciones son muy serias hacia ti!. – Terminó exclamando Gaara al percibir el
recelo en su compañero y se forzó a tranquilizarse. – Sai, nadie más que el
señor Yamato sabe que te pretendo y aunque no estamos haciendo nada malo, ya es
hora de que todos se den cuenta que si te busco en todos lados es porque voy
muy enserio y no eres un juego o un pasatiempo. Quiero que todos sepan que
estoy interesado en ti para que seas mi esposo.
– Yo
sé que no soy una diversión para ti, Gaara. – Respondió abochornado.
–
¿Entonces acepta el conocer a mi familia?.
– No
me siento preparado para ello, puede que no me acepten o… – Sin embargo Sai no
pudo continuar cuando sintió como Gaara lo cogía de los brazos con brusquedad.
– Te
equivocas con mi familia, no debes de tener miedo. No temas, si yo estoy a tu
lado. – Acabó hablando en un murmullo al percatarse de que había asustado a Sai
con su grosera acción por lo que soltó su agarre para abrazarlo y acariciarle
la cabeza. – Perdona, soy muy tosco y no sé controlar mis actos.
Sai se
abrazó al mozo y buscó en aquel cuerpo un lugar donde esconder su rostro para
comenzar a llorar porque no sabía que había hecho o dicho para que Gaara lo
cogiera tan violentamente mientras lo miraba con dureza en sus irises verdes y
aunque el aprendiz de herrero no le grito, se sintió herido.
– Lo
siento, Sai. Solo quiero demostrarte lo mucho que me importas pero solo he
conseguido asustarte. – Gaara, ahora
acariciaba la espalda del doncel que estaba entre sus brazos. – Yo no tengo
derecho a forzarte y está bien si no quieres ir, si no estás preparado para
conocer a mi familia, yo lo entiendo. – Besó una de las orejas de Sai sin dejar
de acariciarle la espalda. – Perdona, lo siento mucho pero ya no llores. – Rogó
mientras su mente no dejaba de gritarle un “¡eres
un mentecato! has asustado al pobre Sai”.
Cuando
Sai dejó de llorar después de escuchar un millar de disculpas por parte de
Gaara, emprendieron la marcha hasta el taller de orfebrería donde Gaara dejó a Sai
a cuidado de su maestro para ir a trabajar a la fragua. Gaara no volvió a ver a
Sai hasta la tarde cuando lo acompañó hasta su casa sin volver a retomar el
tema para después, él volver a la suya o mejor dicho, volver al negocio de su
familia donde se encontró con Naruto que estaba desmontando a su corcel para
comenzar su cita con Sasuke.
–
¡Hola!. – Saludó a Naruto mientras se acercaba al lugar donde estaba atando las
riendas del caballo. – ¿Por qué no dejas a tu caballo en las caballerizas de la
posada?.
–
¡Buena tarde!. No quiero molestar más de lo que ya lo hago y estoy seguro que a
Kyubi no le importa esperar aquí por poco tiempo.
–
¿Pero podrían robártelo?.
– Eso
no puede ser, Kyubi solo me obedece a mí y si alguien va a quererlo hacer andar
a la fuerza, solo conseguirá que este animal lo tire de su lomo o podría recibir
una coz.
–
Estas muy seguro de ello, ¿cierto?. – Inquirió
mirando a su amigo que sonreía ante la conversación que mantenían.
– Yo
mismo lo he criado desde que me lo obsequiaron y en ese tiempo, Kiuby aun era
un potrillo por eso, lo conozco y él me conoce. – Concluyó la conversación para
entrar a la taberna, junto a su amigo, por la puerta de la cocina.
Gaara
saludó a su hermano antes de subir por la escalera y desaparecer mientras tanto,
Naruto después de saludar a Kankuro, se quedó esperando a que apareciese
Sasuke, el cual no tardó en hacer acto de presencia en la cocina llevando
consigo un cubo lleno de agua sucia, varios trapos y un cepillo con el que
fregaba el suelo de rodillas.
Naruto
se apresuró en mostrar su caballerosidad y le pidió al doncel el llevar el
pesado cubo porque el rostro de Sasuke mostraba cansancio debido al duro día de
trabajo que había tenido.
El
doncel se sonrojo y aunque en un principio no deseaba dejar que Naruto se
hiciera cargo de sus enseres de trabajo al escuchar como Kankuro reía desde el
horno donde asaba un gran trozo de carne de buey, permitió que el mozo se
ocupara de dejar los útiles donde debían quedar guardados.
Cuando
Naruto desapareció, Sasuke escuchaba la risa estridente de Kankuro hasta que
por algún motivo, el hombre cayó y cuando Sasuke se giró para ver que ocurría
se encontró con la sebera mirada de Karura pero antes de que el doncel hablase
la mujer se anticipó.
– Esta
casa es respetable, Sasuke y el que se haya aceptado que ese muchacho te pueda
cortejar no es de buen juicio el que estéis a solas los dos hasta que os caséis,
debe haber un carabinero* controlando el que no pequéis antes de sellar la
unión ante Dios. – Reprochó la matriarca.
–
Madre, yo he estado presente todo el tiempo. – Se entrometió Kankuro
acercándose a su madre. – No regañe a Sasuke, que os puedo asegurar que no ha
hecho nada malo y yo he estado al tanto de lo que ha hecho desde que entró por
la puerta.
Sasuke
se sintió agradecido por la intervención de Kankuro, pues si le confesaba lo
ocurrido a la señora Sabaku, esta no le creería y obtendría algún castigo como
la vez en que se marchó solo para poder verse con su hermano gemelo y ante el
recuerdo, un escalofrío surcó su espalda.
– Está
bien pero que no vuelva a ocurrir este incidente porque si a Temari no le he
permitido este tipo de actos, ten encuentra que tampoco te lo permitiré a ti,
Sasuke. – Acotó la mujer.
– Si,
señora. – Respondió rápidamente el doncel.
–
Kankuro, hijo, ya que te has ofrecido, serás el carabina de hoy de Sasuke y
procura que cuando el gallo del vecino cante indicando el anochecer, Naruto se
marche. No quiero a ningún hombre que este pretendiendo a una señorita o doncel
de esta casa se quede más tiempo de lo
necesario. – Ordenó Karura.
– Sí,
madre.
–
Sasuke. – Llamó antes de marcharse de la cocina. – Espero sepas actuar frente
al hombre que tiene intenciones hacia ti, piensa que si te comportas
adecuadamente pronto querrá pedir tu mano. – Aconsejó antes de desaparecer de
la cocina dejando a su hijo junto al doncel.
En ese
instante en que Karura había desaparecido de la estancia apareció Naruto que,
rápidamente, se percató de la tensión que emanaba Sasuke.
– ¿A
ocurrido algo en mi ausencia?. – Preguntó para mirar a Kankuro ya que Sasuke
había desviado la mirada para no afrontar la pregunta.
– Nada
de lo que preocuparse y ¿por qué no os sentías en la mesa?. Ahí estaréis más
cómodos que aquí en medio. – Propuso Kankuro y tal como había aconsejado el primogénito
de los Sabaku la pareja fue hacia la mesa donde ambos tomaron asiento quedando
uno frente al otro.
En
todo el tiempo que Naruto estuvo en casa de los Sabaku, Sasuke no pronuncio
palabra siendo nula la conversación con el hombre que había pedido cortejarlo
por el hecho de que Kankuro, su carabina, había sido quien estuvo manteniendo
la charla con Naruto haciéndole preguntas sobre su trabajo y contándole alguna
anécdota o broma a Naruto quedando Sasuke como simple espectador al dialogo de
los dos hombre. El doncel solo cruzó palabra con Naruto cuando este se despidió
antes de marchar a su casa.
Ese
día ninguno de los dos implicados, Sasuke y Naruto, se sintió satisfecho por no
haber podido dedicarse más palabras que los saludos y deseando que la próxima
vez pudiera entablar una conversación en la que ambos deseaban preguntarse un
millar de cosas.
Cuando
Naruto se marchó, Kankuro fue a la recepción de la posada donde se encontraba
su madre para contarle lo sucedido en la cita de Sasuke, tal y como Karura le
había ordenado hacer pero en ese instante, también hacia acto de presencia uno
de sus huéspedes, Kurama que solo dedicó un sencillo saludo antes de subir las
escaleras.
Minato
caminó hasta su alcoba pasando de largo el cuarto de su amigo. Una vez entró en
el aposento que tenía alquilado se despojó de su pesada capa y sus botas para
dejarse caer sobre la cama después de haber intentado en todo el día encontrar
al doncel al que le había quitado aquel medallón, tan solo para complacer a su
amigo de llevarle ante sus ojos al amante que había seducido por esa joya.
Minato
suspiró antes de caer dormido donde su sueño en realidad eran recuerdos del
pasado, de su pasado y cuando despertó se podía percibir en su rostro la
tristeza de haber llegado a conocer lo dura que puede ser la vida humana.
Caminó
hasta el mueble en donde estaba la jarra con agua para poderse lavar la cara y
aquellas zonas de su cuerpo que requerían ser limpiadas para volverse a poner
las botas y la capa para salir de la habitación e ir a buscar a Itachi.
El
viajero caminó por las calles que el doncel debía atravesar para llegar a la
casa donde trabajaba y cuando Minato pensó que esa mañana tampoco volvería a
dar con el joven, lo encontró dirigiéndose hacia la gran morada de Tsunade.
Itachi
tenía su rostro más pálido de lo habitual, esa mañana había amanecido con
arcadas que lo habían hecho vomitar lo poco que había desayunado y a pesar de
que había estado en la cama todo el día de ayer su cuerpo aún se encontraba
adolorido por lo que su caminar era lento y tortuoso.
–
¡Itachi!. – Llamó sin ningún tipo de modales el hombre mientras se acercaba al
joven.
–
¡Buen día!. – Saludó Itachi tan sonriente como siempre hacía cuando se
encontraba con Kurama al mismo tiempo que se detenía.
–
¡Buen día!. – Se forzó a responder antes de continuar. – Os he buscado por toda
la ciudad y no es hasta ahora que os he encatrado. – Confesó viendo como el
doncel se sonrojaba por cada palabra dicha. – Quiero que me acompañéis y no
puedo permitiros el negaros. – Indicó mientras pasaba su mano por la cintura de
Itachi para empujarlo un poco e incitarlo a andar pero este acto, solo ocasionó
que el doncel emitiera un quejido y callera al suelo estrepitosamente.
Minato
suspiró con molestia al escuchar como Itachi comenzaba a sollozar, ya que se
había dado un buen golpe, y se apresuró a ayudarlo a levantar para sentir como
el doncel se abrazaba a él en busca de consuelo.
– Lo
lamento pero debemos irnos. – Le susurró mientras recordaba el por qué el
doncel se encontraba de esa manera y es que precisamente por ello, cuando iba a
tener sexo con un doncel prefería que este no fuese virgen porque las
consecuencias en los donceles les llevaban a que tuviese ese estado torpe y
enfermizo como ahora presentaba Itachi. Un estado anímico que solo revelaba que
hacía poco había perdido su pureza.
– Lo
siento pero no me siento muy bien. – Se excusó Itachi limpiando las lágrimas de
su rostro con el dorso de su mano derecha.
– No
te preocupes, te ayudaré a caminar. – Respondió.
–
Gracias, Kurama. – Agradeció con un intenso sonrojo en su rostro al sentir como
su cuerpo era rodeado por aquellos fuertes brazos.
Minato
dirigió a Itachi hasta la posada de los Sabaku pero antes de entrar al edificio,
se quitó la pesada capa con la que cubrió al doncel para que nadie supiera que
quien lo acompañaba se trataba de Itachi.
Sin
embargo, nadie pareció importarle quién era el acompañante que había traído
consigo y Minato condujo a Itachi hasta su alcoba donde, una vez entraron,
acercó al doncel hasta la cama donde tomó asiento mostrando una mueca de dolor
en su cara.
– Debo
salir un instante, espera aquí. – Ordenó al mismo tiempo que retiraba la capa
del doncel para volver a colocársela.
Itachi
no tuvo tiempo de hablar porque ya Kurama había abandonado la habitación
dejándolo solo.
Durante
unos minutos Itachi permaneció solo dentro de aquel cuarto, observando cada
rincón pero cuando la puerta se abrió Kurama no apareció solo sino que venía
acompañado de otro hombre.
–
Itachi, te presento a Jin, un amigo. – Presentó a su acompañante después de
asegurarse que la puerta de la habitación estaba cerrada.
Antes
de que Itachi pudiese decir algo, el hombre que lo estaba escudriñando con sus
fríos ojos desde el instante que entró a
la habitación, se adelantó a hablar mientras hurgaba en el bolsillo de su
pantalón para sacar el medallón que tenía oculto.
– ¿De
dónde has sacado esto?. – Preguntó sin apartar la vista del doncel que
rápidamente se llevó las manos al pecho y el cuello para descubrir que su
colgante no se encontraba allí y ni siquiera se había percatado de su
desaparición hasta ese momento que lo veía en manos ajenas a las suyas. – ¿A
quién has robado esto, doncel?. – Exigió adelantándose un paso. – ¿Eres
consciente que por hurtar este tipo de joyas puedes ir directo a la horca?.
– No,
no lo he robado ese medallón me pertenece. ¡Es mío!. – Terminó exclamando con desesperación
y levantándose tan bruscamente que volvió a caer sobre la cama debido al punzante
dolor para luego, buscar con la mirada a Kurama en un intento de pedirle su
ayuda y lo encontró recargado sobre la puerta que daba acceso a la habitación,
observando como si lo que estaba ocurriendo no fuera digno para su intromisión
con aquel hombre que lo estaba acusando de ladrón.
– No
mientas. Alguien como tú no tiene el suficiente dinero para tener este tipo de
joya en su poder. – Aseguró.
– ¡No
estoy mintiendo!. – Gritó desesperado. – Ese medallón me pertenece… mi madre me
lo regalo. – Confesó comenzando a llorar porque cada vez que intentaba
levantarse de la cama solo sentía un terrible dolor que lo volvía a dejar
sentado sobre el colchón del mueble.
– ¿¡Tu
madre!?. – Prácticamente se enfureció antes de pronunciar esas palabras. – Tu
madre sería incapaz de tener esta reliquia entre sus manos sino es que se debió
comportar como una mujer sucia para poder recibir un objeto como este.
– No,
no diga eso de mi madre. Ella no era ese
tipo de persona. ¡Usted no la conocía como para referirse de esa manera a mi
madre!. – Gritó Itachi para levantarse movido por la furia que sintió al
escuchar aquellas palabras sobre el buen nombre de la mujer que le dio la vida,
sin importarle el dolor que le provocó el poderse poner en pie.
Un
puñetazo interrumpió a Fugaku, sin dejarle hablar para seguir con la discusión
y sorprendiendo a Itachi que abrió tanto sus ojos como le era posible mientras
que el medallón cayó al suelo abriéndose y revelando el grabado que guardaba en
el interior mientras que Minato seguía con su brazo estirado y su mano formando
un puño.
–
Estas actuando como un demente solo por tus recuerdo. – Se dignó a hablar
Minato aprovechando aquel momento de confusión que había creado. – ¡Míralo!. –
Indicó señalando al doncel que estaba temblando debido a la dolencia de su
cuerpo. – Itachi aún es muy joven y en comparación contigo, se trata de un crío.
– Se llevó la mano con la que había golpeado a su amigo al rostro para frotarse
el puente de la nariz con cansancio. – Hice lo que me pediste, a pesar de que
Itachi no está en condiciones de sobre esforzarse, pero no pensé que te ibas a
comportar de esta manera. Has estado discutiendo con un doncel que no es nada a
ti y para colmo de males, estoy seguro que el resto de huéspedes estará dando
sus quejas a los dueños. Solo espero que haya intervenido a tiempo o tendremos
un problema. – Suspiró con fuerza. – Con lo que acabas de hacer vamos a tener
que buscar otro lugar para pasar la noche.
Fugaku
gruñó porque sabía que Minato tenía toda la razón, había sido un imprudente y
se había dejado llevar por sus emociones al comprobar que el doncel era
demasiado joven pero no podía aceptar su culpa en totalidad porque sentía que
el doncel lo había incitado a que terminará de aquella forma.
–
Tienes razón sobre el que me he dejado llevar pero no pediré perdón a este
doncel porque me es difícil creerle. – Contestó.
– Eres
muy tozudo cuando te lo propones. – Dijo antes de acercarse a Itachi para
abrazarlo y sentir como el joven le correspondió al abrazo mientras su cuerpo
temblaba debido a la tensión que había acumulado. – ¿Estás bien?. – Le susurró
en un intento de que el doncel pudiera calmarse y liberar la tensión que había
en su cuerpo producto de la discusión.
– Me
duele. – Farfulló para comenzar a llorar. – No dejes que me quite el medallón,
es el único recuerdo que tengo de mi madre. – Rogó entre hipidos mientras
apretaba la camisa de seda que vestía Kurama.
Fugaku
fue capaz de escuchar las palabras de Itachi y se sintió mal por haber
comenzado aquel altercado con tanta agresividad y haber puesto en riesgo a su
amigo y a él mismo. Se agachó para recoger el medallón que estaba abierto y ver
el grabado que mostraba por primera vez desde que tenía ese medallón entre sus
manos porque en el tiempo que lo había guardado no se había atrevido a abrirlo
pero ahora, estaba abierto y la imagen que allí estaba tallada no era la misma que
en su día él había mandado a grabar porque en ese medallón no solo estaba
Mikoto sino también aparecía dos jóvenes y uno de ellos era el mismo doncel que
su amigo estaba recostando en su cama para que descansase.
Aclaración de los términos:
* Carabinero
o carabina: Se trata de la persona que debía estar como intermediario de una
pareja y la cual monitoreaba a la pareja. También puede llamarse como
institutriz o dama de compañía (normalmente se trataba de una sirvienta de gran
confianza).
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