-Pasado.-
Con sus ojos abiertos mirando el muro,
parecía estar disfrutando de un punto de la pared de piedra cubierta por moho y
viejas telarañas pero que en realidad, no estaba prestando atención a lo que
sus pupilas observaban porque su mente aún estaba torturándolo una y otra vez
con lo sucedido.
Ni siquiera el bullicioso ruido que a esas
horas se escuchaba del exterior, no lograba animarlo a salir de su escondrijo
donde se había refugiado después de haber cometido un fatal error que no hacía
más que repetirse una y otra vez en su cabeza con la fugaces imágenes que
aparecían en su mente como una maldición que estaba pagando.
Era como una horrible pesadilla de la cual,
sabía perfectamente, que no podía escapar porque ese mal sueño había ocurrido
en la realidad y lo peor, era que no se sentía capaz de ver a la cara a la
persona que estimaba como si fuera parte de su familia, que adoraba como a una
hermana, a quien encomendaba sus secretos en complicidad porque ya no podía
verla de la misma manera en la que la veía días atrás.
Sin embargo, él era un cobarde y lo sabía
porque no era capaz de enfrentar lo ocurrido para pedir disculpas. Había
buscado ese hueco de ratas para escapar a los ojos acusadores de su monstruoso
acontecimiento, no quería ver la desilusión en el rostro mancillado de la mujer
porque no tenía palabras que lo excusaran de haber hecho lo que hizo como si su
amiga fuera alguien sin importancia a la que no debía de darle más
explicaciones que una frase hecha en la que se hería el honor perdido de las
mujeres y donceles que se dejan seducir sin prever las consecuencias de su
entrega.
Minato volvió a remover sus sucios cabellos
con desesperación, implorando misericordia a Dios, a pesar, que no tenía
sentido que le rogara a la divinidad porque para un ladrón, la deidad solo
tenía juicios y condenas, no compasión por el sufrimiento que padecía como el
más acérrimo martirio.
El estómago vacío del muchacho se retorcía
dando grandes alaridos para pedir la comida a su propietario, quien desde hacía
dos semanas no había probado bocado y el hambre comenzaba a mostrar sus
síntomas en su delgado cuerpo adolescente. Las tripas de Minato agonizaron, estremeciéndose como una
serpiente que se retuerce de dolor en una bolsa para indicar la necesidad de
llenarse de alimentos.
Sabiendo que su cuerpo no soportaría más su
ayuno, Minato decidió abandonar ese día su escondrijo para ir en busca de
comida suplicando a la suprema entidad para no encontrarse con la mujer que se
había convertido en el tormento de sus problemas.
Sin embargo, Minato no contaba con la
protección de Dios y antes de poder estar preparado, se encontró a su amiga, quien
al verlo corrió hacia él con una deslumbrante sonrisa en la boca para contarle
lo tan preocupada que estaba por no haberlo visto en esos días y como era de
suponer, Minato daba mordaces y simples respuesta en un intento de apartarla y,
una vez, Kushina se despistaba o se
quedaba atrás debido al entorpecimiento de las multitudes en las calles que la
impedían seguirlo, Minato emprendía la huída corriendo tan rápido como le era
posible y escapar de los ojos de la mujer.
Un mes había pasado y la situación entre
Minato y Kushina no había cambiado, el mozo intentaba esquivar el encuentro con
la muchacha o emprendía la huía a cada oportunidad que tenía. De esa manera,
fue que Minato sin percatarse en donde se había ocultado de los ojos azules de
la moza, no se percató de que en el lugar que se había escogido ese día para
esconderse había alguien más.
Una mano fina de largos dedos fríos y blanquecinos,
perfumada de incienso mezclado con sándalo y lavanda se apoyó sobre el hombro
derecho de Minato.
Minato giró su rostro y antes sus ojos vió a
un hombre con medio rostro oculto, una apariencia muy extraña pero que debido a
la palidez tan extremada de su piel indicaba que se trataba de alguien
acaudalado y las caras ropas que vestía bajo la capa negra, de una tela
demasiado corriente, solo lo confirmaban.
Sin embargo, Minato no consiguió ver el
rostro completo del hombre que lo estaba tocando porque una máscara con escamas
de platas cubría parte del rostro del sujeto, impidiéndole averiguar la
identidad de esa misteriosa persona.
La voz susurrante del hombre, le decía a los
instintos de Minato de que tuviese cuidado y, no obstante, la conversación casi
ridícula y escasa que mantuvo con aquel desconocido consiguió converserlo para
aceptar la propuesta que se le ofrecía en ese momento. Minato no deseaba otra
cosa, en ese instante, más que el desaparecer de la ciudad, alejerase de
Kushina y ante lo que el hombre le ofrecía, parecía ser el único camino a
seguir porque él era un cobarde, incapaz de afrontar lo hecho, incapaz de poder
hacerse responsable de los sucedido.
Esa noche, Minato fue al lugar que el
desconocido y misterioso hombre le había dicho para encontrarse con que en él
pero allí, habían otros muchachos de diferentes edades, a pesar de que había
reconocido a algunos de aquellos mozos, la mayoría de ellos no los conocía y
podía asegurar, que no los había visto por las calles de La Hoja en su
miserable existencia.
– ¡Vaya…! otro nuevo y parece que eres
débil, ¿quién eres?. – Preguntó un mozo más bajo que Minato.
– No tengo que responder. – Se limitó a
contestar Minato, percatándose de cómo el resto de muchachos a su alrededor
tenían los ojos sobre ellos.
– ¡Maldito!. – Escupió el mozo para darse la
vuelta e internarse más en el interior de aquel lugar.
Después de esa corta discusión, Minato se
percató como había una escalera al fondo de la estancia, por donde vio salir al
hombre con máscara y donde comenzó a hablar, presentándose como la serpiente de
plata para acto seguido, dar un discurso en el que mucho de aquellos mozos
parecían oír maravillados antes de escuchar el plan que llevarían a cabo;
asaltar el carruaje de un noble.
A pesar de lo descabellado que era el plan,
a Minato no le importó si con ello, podría marcharse de la ciudad. Por eso,
Minato asistió a cada una de las reuniones que organizó la serpiente de plata y en la última reunión,
todos los mozos, incluido él, recibieron un arma.
Minato jamás había tocado una espada pero
allí entre sus manos había un sable, con una empuñadura libre de adornos u
ornamentos, para que fuera usada por sus manos.
Sin embargo, esa noche en que se procedería
a llevar a cabo el plan de la serpiente de plata y justamente, cuando iba a
dirigirse al lugar en el que se intercedería al carruaje, una voz lo detuvo.
– ¡Minato!. – El grito angustiado de Kushina
pareció paralizar el tiempo a su alrededor. – ¡Minato, no lo hagas!.
– Calla… – Susurró abrazando la espada a su
pecho. – No me digáis lo que debo o no debo hacer. – Habló sin mirar por un
momento a la pelirroja.
– No, no me hables así, yo…
– ¡Muchacha, este lugar no es para ti!. –
Intervino el enmascarado. – Joven, será mejor que os apresuréis.
Minato asintió con la cabeza y corrió fuera
del edificio para seguir al resto de muchachos que se dirigía a las afueras de
la ciudad, dejando a su amiga allí, a la cuál escuchaba sus gritos y ruegos
pidiéndole que no fuera, llamando su nombre una y otra vez.
Cuando Minato, al igual que el resto de
mozos, llegaron en plena oscuridad nocturna al lugar en espera del carruaje que
debían detener. Minato estaba nervioso y cualquier sonido, incluso el hecho por
sus compañeros, lo sobresaltaba.
La tensión entre los jóvenes estaba
comenzando a crear hostilidad pero antes de que una pelea se formara a causa de
la emoción o el miedo a morir esa noche, los pasos y los relinchos de un par de
caballos alertó al grupo.
Sin apenas hablar, todos los jóvenes
ocuparon un lugar cerca del camino, oculto por la maleza del paisaje o subido
en las ramas de los pocos árboles que
habían crecido cerca de la carretera.
Minato se ocultó detrás de unas rocas y un
arbusto, mirando como frente a él algunos mozos corrían agazapado cerca del
carruaje para poder tirar al lacayo que iba de pie, sujeto en la parte trasera
del carruaje y cuando consiguieron derribar al lacayo, Minato observó como los
mozos le dieron fin a la vida del hombre.
Sin evitarlo, Minato se persignó ante la
muerte del desconocido, sin dejar de mirar a los mozos que después de dejar al
cuerpo sin vida del lacayo en el camino, corrieron hasta subirse en el
descansillo del carruaje para sujetarse de la pequeña barra de madera de la que
había estado sujetado el difunto lacayo.
Minato se disponía a cambiar de lugar para
seguir al carruaje cuando una flecha cruzó la oscuridad para clavarse en el
techo del carruaje, al mismo tiempo que uno de los mozos saltaba de un saliente,
haciéndole un placaje al cochero, quien soltó las riendas de los equinos al
caer al suelo donde sufrió el mismo destino que el lacayo, cuando sobre su
cuerpo las pesadas ruedas del vehículo le rompieron sus huesos y como si aquel
acto no fuera suficiente para alguno de los muchachos, se acercaron al cuerpo
del sirviente para clavar repetidas veces sus espadas.
Minato cerró sus ojos con fuerza durante un
rato y los abrió cuando gritos de dolor mezclados con los de guerra se habían
alzado en el silencio de la noche.
Minato no entendió a que se debía aquel
cambio de actitud, donde flechas volaban y había comenzado una batalla entre
ellos, hasta que se percató de la figura de un hombre que con agilidad se
escabullía entre la vegetación y la
oscuridad nocturna.
Minato rodeó al grupo de muchachos que se
estaba peleando entre sí, para seguir al hombre, quien a sus ojos debía de ser
un hechicero para lograr no ser percatado por el resto de mozos y escapar de
ser herido por algún arma.
No supo cuando su cuerpo comenzó a atacar al
hombre pero Minato sintió como su corazón se paraba cada vez que el florete lo
arañaba y rasgaba su hedionda ropas que se empapaba con su sangre hasta que,
finalmente, la espada que tenía, se escapó de sus manos y voló dando giros por
el aire hasta perderse en la oscuridad mientras que en su cuello el filo
afilado del florete le punzaba en su piel y la fría pared rocosa se incrustaba
en su espalda.
– Acaba de una vez. – Gritó Minato con
desesperación.
– ¿Quién os ha mandado?. – Preguntó entre
jadeos de cansancio por la batalla con el joven desconocido.
– Nadie, ¿es qué tengo cara de mercenario?.
– Respondió Minato sin entender el por qué ocultaba el nombre con el que se
hacía llamar el individuo que le había asegurado la victoria, como al resto de
mozos, para obtener tesoros con los que se pretendía ir de la ciudad pero, en
ese momento, se percataba de que esos tesoros solo eran farsas para convencerlo
de hacer lo que quería.
– Tú y tus amiguitos tenéis cara de que
alguien os a dado esas espada a cambio de mi vida. ¿Quién ha sido?. – Insistió
el hombre.
– Si así fuese, ¿qué obtengo yo a cambio por
decir un nombre?, ¿me matarás?. – Contestó Minato preguntándose de dónde sacaba
el valor del que había carecido en todo esos días para afrontar su
circunstancia con Kushina.
– No agotes mi paciencia muchacho y habla de
una vez. – Ordenó pero solo recibió como respuesta un escupitajo de Minato que le
manchó la ropa. Después de eso, Minato recibió la paliza más fuerte que había sufrido
en su vida.
Cuando Minato despertó, se percató que se
encontraba en una habitación hermosa y
estuvo a punto de creer que había muerto y se encontraba en el cielo
porque Dios se había apiadado de él hasta que por la puerta entró el hombre que
había enfrentado en la noche. El hombre con el que había peleado usando una
espada, el hombre que le había vencido y creyó que acabaría con su vida, el
hombre que lo había golpeado hasta perder el conocimiento y, también, había
sido el hombre que lo había llevado a ese lugar y lo había curado y vestido con
aquel camisón que él jamás se imaginaria ser capaz de portar.
– Creo que hace dos días no nos presentamos
como debíamos. Me llamo Fugaku Uchiha, Varón de la Llama y dueño de esta casa y
todas las tierras que puedes ver desde aquí. Estas en mi casa y me gusta la
educación, así que debido a la cortesía que he tenido contigo al perdonarte la
vida, quiero que me cuentes quien te ha enviado, a ti y a tus amigos. – Exigió
Fugaku mirando con severidad al mozo y cogiendo la vaina donde descansaba su
florete sujeto a su cuerpo.
Sin embargo, Minato no respondió y eso,
enfureció a Fugaku que lo abofeteó antes de marcharse.
Durante dos meses, Fugaku había ido cada
mañana a la habitación en la que había hospedado a Minato, pidiéndole una
respuesta pero el mozo parecía haberse quedado sin lengua porque se había sumergido
en el mutismo.
Aunque una mañana, Minato después de
comprender que no iba a llegar a ninguna parte permaneciendo en silencio y
esperando ser libre después de dos meses, volvió a hablar para contarle a
Fugaku lo que quería saber.
– Serpiente de plata… eso es un sobrenombre,
¿me pregunto quién seréis para ser capaz de hacer esa atrocidad con jóvenes y
contra mi persona?. – Murmuró Fugaku en voz alta, pensando en quién podría ser
esa persona.
Los días pasaban y Minato se había
convertido en el protegido de Fugaku, así que no era extraño verlo caminando
detrás de él o aprendiendo a usar las armas donde se percató que el arco o la
ballesta, era excepcional mientras que en el manejo de la espada mostraba
torpeza. También, Minato, aprendió modales, reglas de comportamiento y a leer
como a escribir.
Sin embargo, el día que Minato acompañó a
Fugaku al castillo del monarca como uno de sus sirvientes debido a un
comunicado urgente del rey para el Varón de la Llama, el mozo no esperaba tener
que escuchar una voz que reconocería al instante y cuando encontró al
propietario de de aquella voz se sintió nervioso e incomodo en su lugar porque
el nombre de su amiga apareció en su cabeza, por primera vez en meses, la forma
en que la había abandonado a manos del hombre que la retenía para que no lo
siguiera y pudiese convencerlo de la demencia que iba a hacer, sin olvidar, lo
avergonzado que estaba por haber sido un cobarde que no pudo darle la cara a la
mujer de cabellos rojos.
Fugaku repentinamente, se disculpó con el soberano
del reino y cogió por un brazo a Minato para llevarlo a uno de los pasillos que
daban al patio interior donde una gran fuente servía de bebedero para los
pequeños pajarillos que jugueteaban y revoloteaba en el patio.
– ¿Qué te ocurre?. – Inquirió Fugaku dejando
libre a Minato.
– ¿A qué se refiere?. – Prácticamente
murmuró Minato.
– No me evadas, sabes a que me refiero y ya
puedo asegurar que te conozco lo suficiente para percatarme en el cambio de tu
actitud, muchacho. – Afirmó Fugaku con molestia.
– El hombre que estaba al lado del rey
Danzou. Ese hombre tiene la misma voz que la serpiente de plata. – Susurró
retorciéndose las manos impetuosamente por lo que acababa de soltar por su
boca.
– ¡Eso no puede ser!. Estás hablando del Duque
Orochimaru, un hombre que tiene más sangre azul en sus venas que cualquier otro
noble de este reino, no puedes estar diciendo esas patrañas tan libremente,
Minato. Un hombre con la estirpe del Duque Orochimaru goza de un lugar
privilegiado, incluso entre el resto de nobles, no puede tener intenciones de
querer cometer semejante acto descabellado. – Se escandalizó el Varón. – No
puedo dejar esto así, espero que lo comprendas pero cuando regresemos recibirás
tu castigo, Minato.
Tal como Fugaku le había anunciado, cuando regresaron
a la casa, Minato recibió su castigo con cinco latigazos en su espalda por
difamar el nombre de un hombre
perteneciente a la nobleza y estuvo encerrado en lo alto de la torre de castigo de la casa
para que reflexionara sobre lo que había dicho.
Cuando los días de su encierro terminaron,
Minato se percató que la mayoría de las personas que trabajaban al servicio del
Varón de la Llama se había marchado y en los días siguientes, Minato se percató
como día tras día los empleados se marchaban para no volver más pero él no
preguntó el por qué, ya que si había aprendido de educación y reglas era que un
sirviente no tenía que cuestionar a su señor.
No obstante, Fugaku le reveló en una noche
de embriague a Minato todo lo que pesaba en su alma debido a que se había
enterado esa tarde del anulamiento de su compromiso con Mikoto a causa de los
rumores que estaban castigando a su buen nombre.
Esa noche, Minato comprendió todo lo que
ocurría y el por qué se había quedado solo atendiendo a su señor pero la deuda
que sentía con él era tan grande, que esa noche cuando se ocupó de que Fugaku
estuviera reposando en el lecho de su alcoba, Minato cogió uno de los caballos de las caballerizas
y galopó hasta las tierras del marquesado de Sharingan donde al visualizar el
palacio, el muchacho desmontó del jamelgo y buscó por donde colarse al interior
del castillo.
Unas verjas en el jardín trasero, ocultas
por las enredaderas, le permitieron el paso a Minato y con el temor de ser
descubierto a cada paso, entró al palacio por una de las puertas del servicio.
Teniendo cuidado de no ser visto, Minato consiguió llegar has un pasillo donde
vio a una mujer salir con una bandeja de plata y al encontrarse con otra mucama,
quien comenzó a hablar sobre la tristeza que estaba padeciendo su señora. El
muchacho no necesitó escuchar más la conversación de las mujeres para
adentrarse a la habitación donde Minato creyó ver a una de esas caras muñecas
de porcelana.
Mikoto se encontraba en camisón, sentada
sobre el colchón de su cama, apoyando su espalda a los grandes almohadones de
pluma de oca por donde su larga cabellera negra reposaba como raíces de árbol.
Las mantas cubrían hasta la cintura de la
dama y sus manos reposaban con sus dedos entrelazados donde debían de comenzar
sus piernas.
Minato se percató de cómo la mujer de piel
tan blanca como el mármol lo miraba con sus ojos húmedos, grandes y negros,
llenos de tristeza bordeados por los párpados sonrojados e hinchados por el
llanto derramado y los labios sonrojados y secos que parecían pronunciar
palabras pero no conseguían salir la voz atorada en su garganta.
Minato sacudió su cabeza para recobrar el
juicio y sus intenciones para ayudar a su señor, para que pudiese reencontrarse
con la dama. El muchacho se presentó mientras se acercaba a la cama, luego le
habló de su señor y le hizo la promesa de que pudiese ver a Fugaku después de
explicarle a Mikoto como podía escabullirse del castillo hasta el bosquecillo
que se encontraba detrás del palacio donde debería esperar al Varón a media
noche, si así lo deseaba.
Contento ante lo que había conseguido,
Minato volvió a la casa de su señor, a quien le informó de su proeza para que pudiera ver a su amada una vez más y de esa manera, cada
noche Fugaku iba hasta el bosque que estaba a la espalda del palacio del
Marqués de Sharingan a reunirse con Mikoto.
Sin embargo, los rumores se intensificaron
hasta el punto de que alguien cometió un delito que molestó al rey y todos los
indicios presentados al monarca acusaban a Fugaku como el autor de dicho crimen,
por lo que Fugaku fue apresado consiguiendo que Minato escapara para que el
joven no corriera su misma suerte.
Después de que Fugaku fuese obligado a
renunciar a su título nobiliario, fue azotado veinte veces en el patio central
del castillo del monarca por atreverse a deshonrar un nobiliario nombre para
luego, ser encarcelado en espera de ser ejecutado por el verdugo del reino en
la plaza principal de la ciudad de La Hoja y en presencia del rey.
Minato, que había ido a contarle a Mikoto en
la noche lo ocurrido con Fugaku, esta le imploró que ayudara a su amado, que lo
ayudase a librarse de ese destino.
Durante esa semana, cada noche Minato se
encontraba con Mikoto para contarle acercas de las nuevas sobre Fugaku y los
planes que se le habían ocurrido para liberar a su señor. Hasta que,
finalmente, lo inminente estaba a horas de ocurrir y esa noche, Minato había
acudido a una de las tabernas a ahogar su dolor por no saber cómo informar a
Fugaku de que estuviese preparado para ser liberado, hasta que escuchó en una
de las mesas contiguas a la suya a un sacerdote jactarse de las almas a las que
le daba la oportunidad de arrepentirse de sus fechorías antes de morir.
Sin pensarlo, Minato tomo su botella de vino
y su vaso para sentarse en la misma mesa que el clérigo, él cual, parecía
regocijarse en sí mismo y su labor de predicarle las divinas palabras a los
condenados a muerte.
Siendo Minato un joven despierto, supo que
ahí estaba su oportunidad y no dudo en que el sacerdote continuara con su
aburrida perorata mientras las botellas de vino tinto se vaciaban con cada
palabra orgullosa del hombre, así que no tardó mucho tiempo en que el clérigo
se embriagara con el licor y Minato se ocupó de sacar al sacerdote de la
taberna y llevarlo hasta uno de los callejones oscuros donde se ocupó de
desnudar al hombre para él ponerse las ropas e ir a los calabozo de la guardia
donde entró hasta encontrar a su señor.
– No es necesario que se quede aquí, padre.
– Pidió Fugaku sin siquiera mirarlo.
– No diga eso, hijo, que a todos nos hace
bien escuchar las palabras de Dios. – Murmuró Minato con un tono picaresco.
Fugaku se volvió rápidamente hacia el
sacerdote y en su rostro se reflejaba la incredulidad antes de apresurarse a
aproximarse las rejas de la celda.
– ¿¡Tu…!? ¿Pero qué haces así vestido?, ¿y
qué ha pasado con el verdadero sacerdote?¿cómo es que nadie se ha dado cuenta?.
– Acribilló a preguntas mostrándose asombrado.
– Sí, soy yo pero no hables tan alto o todos
se darán cuenta que soy un impostor. Digamos que el padre ha disfrutado de un
buen vino en la taberna cerca a su iglesia y ahora, se encuentra reposando. –
Reveló antes de mirar a todos lados para percatarse de que nadie le estaba
observando. – Solo he venido para decirte que voy a sacarte de aquí.
– No digas disparates, eso es imposible.
Bien sabes que el rey ha pedido mi cabeza porque cree que le he traicionado. –
Le recordó Fugaku.
– Pero yo sé que eso no es cierto. – Aseguró
con convicción. – Tengo un plan para librarte de la horca.
– ¿Cómo lo harás? pronto amanecerá y el
verdugo preparará la cuerda. No tienes tiempo suficiente para demostrar mi
inocencia o salvarme de mi destino.
– Ya lo verás, ahora tengo que irme.
– Espera Minato. – Dijo deteniendo a la otra
persona. – Le distes mi mensaje a ella.
– Sí. – Afirmó.
– ¿Y te creyó?.
– Me dijo que ya lo sabía. – Reveló antes de
agregar. – Tengo que irme.
Minato se marchó del lugar para ir hasta
donde se encontraba el verdadero sacerdote y devolverle sus ropas, pues ya
faltaba poco para que amaneciera y poder ejecutar su plan.
El muchacho corrió hasta una de las casas
abandonadas y media derruida donde se estaba quedando a dormir y estaban los
caballos que había conseguido salvar antes de que incendiaran la morada del
Varón de la Llama.
Aprovechando la niebla de la mañana, Minato
dejó un espantapájaros en medio de la calle por la que pasaría el carromato con
los presos que iban a ser ejecutados y él, se ocultó en uno de los callejones
lleno de escombros y basuras en espera del carromato.
Tardó un rato esperando hasta que escuchó
los cascos* de los caballos y el sonido de las lanzas que llevaban los guardias
que iban caminando debido a que las apoyaban en el suelo como si fuera un
bastón.
Los guardas que iban escoltando el carromato
se acercaron al supuesto individuó que obstaculizaba su camino, sin percatarse
de cómo Minato se acercó al carromato tan rápido como un rayo y golpeó al
conductor con tanta fuerza que se desmayó sin tener tiempo a dar un grito de
sobreaviso para quitarle las llaves de la puerta enrejada del carromato y
acercarse a Fugaku que liberó de sus grilletes y ambos poder escapar hasta el
callejón en el que había estado
escondido y donde uno de los caballos esperaba.
– Monta rápido y sal de la ciudad por el
este, es por donde menos guardias hay y podrás huir con más facilidad. – Indicó
Minato dándole una capa con capucha para que nadie pudiese reconocerlo con
facilidad y que Fugaku se puso al instante para subir al corcel.
– ¿Qué vas a hacer?. Si te ven aquí sabrán
que fuiste quien me ayudaste a escapar y te ahorcaran después de torturarte. –
Advirtió al joven que lo estaba ayudando a escapar.
– No te preocupes por mí, se cuidarme en
esta calles y debo devolver esto antes de marcharme. – Respondió con una
sonrisa mientras le mostraba la argolla llena de llaves que le había arrebatado
al conductor del carromato.
Fugaku asintió con la cabeza antes de
golpear con sus talones al caballo que salió al galope con dirección al este.
Cuando Fugaku se perdió de su vista, Minato
volvió a correr hasta donde estaba el desmayado conductor para devolverle la
argolla llena de llaves pero los guardias lo advirtieron y tuvo que huir
recordando lugares por donde esconderse para despistar a los guardias hasta que
por fin, lo consiguió.
Minato, antes de dar alcance a Fugaku se
dirigió hasta la plaza donde se celebraría las ejecuciones y donde el rey
ocupaba su lugar privilegiado para ver perfectamente como daban muerte a los
condenados. Por ello, Minato decidió subir a los tejados, ayudándose de una
vieja chimenea llena de rendijas entre sus paredes de ladrillos por el que
meter la mano y acercarse a la plaza para apreciar con sus ojos como el monarca
se enfurecía debido a que Fugaku no estaba y exigía una explicación a los
guardias de cómo había desaparecido Fugaku.
Minato una vez satisfecho con lo que había
visto se marchó por los tejados hasta llegar a la chimenea por la que había
subido para descender de los tejados y dirigirse hasta donde le esperaba el
otro caballo, teniendo la prevención de que los guardias no lo vieran.
Cerca del pueblo de La Cesta, Minato dio
alcance a Fugaku.
– Me alegra verte. – Afirmó Fugaku.
– Debemos apresurarnos en salir de este
reino porque el rey cuando se percató de tu ausencia encolerizó. – Le informó
al mismo tiempo que ordenaba a su caballo a que volviese a caminar pero en esta
ocasión más lento.
Fugaku asintió con la cabeza y siguió al
mozo después de indicarle a su corcel que también caminara.
Durante todo ese tiempo, Fugaku y Minato vagaron
por los diferentes reinos e hicieron todo tipo de trabajos para poder comer u
hospedarse pero esa tranquilidad llegó a su fin cuando las noticias provenientes
del Reino del Fuego sobre la tragedia ocurrida con los Marqueses de Sharingan
llegaron a sus oídos. Siéndoles una obligación regresar para saber si era
cierto o no lo que había llegado a escuchar y cuando regresaron a la ciudad de
La Hoja, Fugaku y Minato no solo sabían que se trataba de una verdad lo
ocurrido con los Marqueses de Sharingan sino que los indicios que encontraron
los forzaron a quedarse en esa ciudad para saber lo que realmente había
ocurrido.
Más tarde, Minato y Fugaku descubrieron que
Orochimaru era el causante de lo ocurrido en su pasado y también, con los
Marqueses de Sharingan, que todo había sido un plan del Duque de Cerezos para poder
llegar al poder y este finalmente, lo había conseguido la noche que Fugaku
murió, huyendo Naruto y Minato perseguidos por la guardia después de la muerte
del monarca, su prometida y los recientes Marqueses de Sharingan, al ser
coronado Orochimaru como rey.
Aclaración de los términos:
* Cascos:
En realidad es una uña endurecida gracias al trabajo de la evolución en el
caballo, un rasgo que también comparte con jirafas, vacas, etc., y es la parte
de la pata de los caballos que está al final de la extremidad y donde se le
ponen las herraduras al caballo, es decir, la parte con la que el caballo pisa
el suelo.
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