domingo, 28 de mayo de 2017

Repercusiones -37-


-Pasado.-

Con sus ojos abiertos mirando el muro, parecía estar disfrutando de un punto de la pared de piedra cubierta por moho y viejas telarañas pero que en realidad, no estaba prestando atención a lo que sus pupilas observaban porque su mente aún estaba torturándolo una y otra vez con lo sucedido.

Ni siquiera el bullicioso ruido que a esas horas se escuchaba del exterior, no lograba animarlo a salir de su escondrijo donde se había refugiado después de haber cometido un fatal error que no hacía más que repetirse una y otra vez en su cabeza con la fugaces imágenes que aparecían en su mente como una maldición que estaba pagando.

Era como una horrible pesadilla de la cual, sabía perfectamente, que no podía escapar porque ese mal sueño había ocurrido en la realidad y lo peor, era que no se sentía capaz de ver a la cara a la persona que estimaba como si fuera parte de su familia, que adoraba como a una hermana, a quien encomendaba sus secretos en complicidad porque ya no podía verla de la misma manera en la que la veía días atrás.

Sin embargo, él era un cobarde y lo sabía porque no era capaz de enfrentar lo ocurrido para pedir disculpas. Había buscado ese hueco de ratas para escapar a los ojos acusadores de su monstruoso acontecimiento, no quería ver la desilusión en el rostro mancillado de la mujer porque no tenía palabras que lo excusaran de haber hecho lo que hizo como si su amiga fuera alguien sin importancia a la que no debía de darle más explicaciones que una frase hecha en la que se hería el honor perdido de las mujeres y donceles que se dejan seducir sin prever las consecuencias de su entrega.

Minato volvió a remover sus sucios cabellos con desesperación, implorando misericordia a Dios, a pesar, que no tenía sentido que le rogara a la divinidad porque para un ladrón, la deidad solo tenía juicios y condenas, no compasión por el sufrimiento que padecía como el más acérrimo martirio.

El estómago vacío del muchacho se retorcía dando grandes alaridos para pedir la comida a su propietario, quien desde hacía dos semanas no había probado bocado y el hambre comenzaba a mostrar sus síntomas en su delgado cuerpo adolescente. Las tripas de  Minato agonizaron, estremeciéndose como una serpiente que se retuerce de dolor en una bolsa para indicar la necesidad de llenarse de alimentos.

Sabiendo que su cuerpo no soportaría más su ayuno, Minato decidió abandonar ese día su escondrijo para ir en busca de comida suplicando a la suprema entidad para no encontrarse con la mujer que se había convertido en el tormento de sus problemas.

Sin embargo, Minato no contaba con la protección de Dios y antes de poder estar preparado, se encontró a su amiga, quien al verlo corrió hacia él con una deslumbrante sonrisa en la boca para contarle lo tan preocupada que estaba por no haberlo visto en esos días y como era de suponer, Minato daba mordaces y simples respuesta en un intento de apartarla y, una vez,  Kushina se despistaba o se quedaba atrás debido al entorpecimiento de las multitudes en las calles que la impedían seguirlo, Minato emprendía la huída corriendo tan rápido como le era posible y escapar de los ojos de la mujer.

Un mes había pasado y la situación entre Minato y Kushina no había cambiado, el mozo intentaba esquivar el encuentro con la muchacha o emprendía la huía a cada oportunidad que tenía. De esa manera, fue que Minato sin percatarse en donde se había ocultado de los ojos azules de la moza, no se percató de que en el lugar que se había escogido ese día para esconderse había alguien más.

Una mano fina de largos dedos fríos y blanquecinos, perfumada de incienso mezclado con sándalo y lavanda se apoyó sobre el hombro derecho de Minato.

Minato giró su rostro y antes sus ojos vió a un hombre con medio rostro oculto, una apariencia muy extraña pero que debido a la palidez tan extremada de su piel indicaba que se trataba de alguien acaudalado y las caras ropas que vestía bajo la capa negra, de una tela demasiado corriente, solo lo confirmaban.

Sin embargo, Minato no consiguió ver el rostro completo del hombre que lo estaba tocando porque una máscara con escamas de platas cubría parte del rostro del sujeto, impidiéndole averiguar la identidad de esa misteriosa persona.

La voz susurrante del hombre, le decía a los instintos de Minato de que tuviese cuidado y, no obstante, la conversación casi ridícula y escasa que mantuvo con aquel desconocido consiguió converserlo para aceptar la propuesta que se le ofrecía en ese momento. Minato no deseaba otra cosa, en ese instante, más que el desaparecer de la ciudad, alejerase de Kushina y ante lo que el hombre le ofrecía, parecía ser el único camino a seguir porque él era un cobarde, incapaz de afrontar lo hecho, incapaz de poder hacerse responsable de los sucedido.

Esa noche, Minato fue al lugar que el desconocido y misterioso hombre le había dicho para encontrarse con que en él pero allí, habían otros muchachos de diferentes edades, a pesar de que había reconocido a algunos de aquellos mozos, la mayoría de ellos no los conocía y podía asegurar, que no los había visto por las calles de La Hoja en su miserable existencia.

– ¡Vaya…! otro nuevo y parece que eres débil, ¿quién eres?. – Preguntó un mozo más bajo que Minato.

– No tengo que responder. – Se limitó a contestar Minato, percatándose de cómo el resto de muchachos a su alrededor tenían los ojos sobre ellos.

– ¡Maldito!. – Escupió el mozo para darse la vuelta e internarse más en el interior de aquel lugar.

Después de esa corta discusión, Minato se percató como había una escalera al fondo de la estancia, por donde vio salir al hombre con máscara y donde comenzó a hablar, presentándose como la serpiente de plata para acto seguido, dar un discurso en el que mucho de aquellos mozos parecían oír maravillados antes de escuchar el plan que llevarían a cabo; asaltar el carruaje de un noble.

A pesar de lo descabellado que era el plan, a Minato no le importó si con ello, podría marcharse de la ciudad. Por eso, Minato asistió a cada una de las reuniones que organizó  la serpiente de plata y en la última reunión, todos los mozos, incluido él, recibieron un arma.

Minato jamás había tocado una espada pero allí entre sus manos había un sable, con una empuñadura libre de adornos u ornamentos, para que fuera usada por sus manos.

Sin embargo, esa noche en que se procedería a llevar a cabo el plan de la serpiente de plata y justamente, cuando iba a dirigirse al lugar en el que se intercedería al carruaje, una voz lo detuvo.

– ¡Minato!. – El grito angustiado de Kushina pareció paralizar el tiempo a su alrededor. – ¡Minato, no lo hagas!.

– Calla… – Susurró abrazando la espada a su pecho. – No me digáis lo que debo o no debo hacer. – Habló sin mirar por un momento a la pelirroja.

– No, no me hables así, yo…

– ¡Muchacha, este lugar no es para ti!. – Intervino el enmascarado. – Joven, será mejor que os apresuréis.

Minato asintió con la cabeza y corrió fuera del edificio para seguir al resto de muchachos que se dirigía a las afueras de la ciudad, dejando a su amiga allí, a la cuál escuchaba sus gritos y ruegos pidiéndole que no fuera, llamando su nombre una y otra vez.

Cuando Minato, al igual que el resto de mozos, llegaron en plena oscuridad nocturna al lugar en espera del carruaje que debían detener. Minato estaba nervioso y cualquier sonido, incluso el hecho por sus compañeros, lo sobresaltaba.

La tensión entre los jóvenes estaba comenzando a crear hostilidad pero antes de que una pelea se formara a causa de la emoción o el miedo a morir esa noche, los pasos y los relinchos de un par de caballos alertó al grupo.

Sin apenas hablar, todos los jóvenes ocuparon un lugar cerca del camino, oculto por la maleza del paisaje o subido en las ramas de los pocos árboles que  habían crecido cerca de la carretera.

Minato se ocultó detrás de unas rocas y un arbusto, mirando como frente a él algunos mozos corrían agazapado cerca del carruaje para poder tirar al lacayo que iba de pie, sujeto en la parte trasera del carruaje y cuando consiguieron derribar al lacayo, Minato observó como los mozos le dieron fin a la vida del hombre.

Sin evitarlo, Minato se persignó ante la muerte del desconocido, sin dejar de mirar a los mozos que después de dejar al cuerpo sin vida del lacayo en el camino, corrieron hasta subirse en el descansillo del carruaje para sujetarse de la pequeña barra de madera de la que había estado sujetado el difunto lacayo.

Minato se disponía a cambiar de lugar para seguir al carruaje cuando una flecha cruzó la oscuridad para clavarse en el techo del carruaje, al mismo tiempo que uno de los mozos saltaba de un saliente, haciéndole un placaje al cochero, quien soltó las riendas de los equinos al caer al suelo donde sufrió el mismo destino que el lacayo, cuando sobre su cuerpo las pesadas ruedas del vehículo le rompieron sus huesos y como si aquel acto no fuera suficiente para alguno de los muchachos, se acercaron al cuerpo del sirviente para clavar repetidas veces sus espadas.

Minato cerró sus ojos con fuerza durante un rato y los abrió cuando gritos de dolor mezclados con los de guerra se habían alzado en el silencio de la noche.

Minato no entendió a que se debía aquel cambio de actitud, donde flechas volaban y había comenzado una batalla entre ellos, hasta que se percató de la figura de un hombre que con agilidad se escabullía entre  la vegetación y la oscuridad nocturna.

Minato rodeó al grupo de muchachos que se estaba peleando entre sí, para seguir al hombre, quien a sus ojos debía de ser un hechicero para lograr no ser percatado por el resto de mozos y escapar de ser herido por algún arma.

No supo cuando su cuerpo comenzó a atacar al hombre pero Minato sintió como su corazón se paraba cada vez que el florete lo arañaba y rasgaba su hedionda ropas que se empapaba con su sangre hasta que, finalmente, la espada que tenía, se escapó de sus manos y voló dando giros por el aire hasta perderse en la oscuridad mientras que en su cuello el filo afilado del florete le punzaba en su piel y la fría pared rocosa se incrustaba en su espalda.

– Acaba de una vez. – Gritó Minato con desesperación.

– ¿Quién os ha mandado?. – Preguntó entre jadeos de cansancio por la batalla con el joven desconocido.

– Nadie, ¿es qué tengo cara de mercenario?. – Respondió Minato sin entender el por qué ocultaba el nombre con el que se hacía llamar el individuo que le había asegurado la victoria, como al resto de mozos, para obtener tesoros con los que se pretendía ir de la ciudad pero, en ese momento, se percataba de que esos tesoros solo eran farsas para convencerlo de hacer lo que quería.

– Tú y tus amiguitos tenéis cara de que alguien os a dado esas espada a cambio de mi vida. ¿Quién ha sido?. – Insistió el hombre.

– Si así fuese, ¿qué obtengo yo a cambio por decir un nombre?, ¿me matarás?. – Contestó Minato preguntándose de dónde sacaba el valor del que había carecido en todo esos días para afrontar su circunstancia con Kushina.

– No agotes mi paciencia muchacho y habla de una vez. – Ordenó pero solo recibió como respuesta un escupitajo de Minato que le manchó la ropa. Después de eso, Minato recibió la paliza más fuerte que había sufrido en su vida.

Cuando Minato despertó, se percató que se encontraba en una habitación hermosa y  estuvo a punto de creer que había muerto y se encontraba en el cielo porque Dios se había apiadado de él hasta que por la puerta entró el hombre que había enfrentado en la noche. El hombre con el que había peleado usando una espada, el hombre que le había vencido y creyó que acabaría con su vida, el hombre que lo había golpeado hasta perder el conocimiento y, también, había sido el hombre que lo había llevado a ese lugar y lo había curado y vestido con aquel camisón que él jamás se imaginaria ser capaz de portar.

– Creo que hace dos días no nos presentamos como debíamos. Me llamo Fugaku Uchiha, Varón de la Llama y dueño de esta casa y todas las tierras que puedes ver desde aquí. Estas en mi casa y me gusta la educación, así que debido a la cortesía que he tenido contigo al perdonarte la vida, quiero que me cuentes quien te ha enviado, a ti y a tus amigos. – Exigió Fugaku mirando con severidad al mozo y cogiendo la vaina donde descansaba su florete sujeto a su cuerpo.

Sin embargo, Minato no respondió y eso, enfureció a Fugaku que lo abofeteó antes de marcharse.

Durante dos meses, Fugaku había ido cada mañana a la habitación en la que había hospedado a Minato, pidiéndole una respuesta pero el mozo parecía haberse quedado sin lengua porque se había sumergido en el mutismo.

Aunque una mañana, Minato después de comprender que no iba a llegar a ninguna parte permaneciendo en silencio y esperando ser libre después de dos meses, volvió a hablar para contarle a Fugaku lo que quería saber.

– Serpiente de plata… eso es un sobrenombre, ¿me pregunto quién seréis para ser capaz de hacer esa atrocidad con jóvenes y contra mi persona?. – Murmuró Fugaku en voz alta, pensando en quién podría ser esa persona.

Los días pasaban y Minato se había convertido en el protegido de Fugaku, así que no era extraño verlo caminando detrás de él o aprendiendo a usar las armas donde se percató que el arco o la ballesta, era excepcional mientras que en el manejo de la espada mostraba torpeza. También, Minato, aprendió modales, reglas de comportamiento y a leer como a escribir.

Sin embargo, el día que Minato acompañó a Fugaku al castillo del monarca como uno de sus sirvientes debido a un comunicado urgente del rey para el Varón de la Llama, el mozo no esperaba tener que escuchar una voz que reconocería al instante y cuando encontró al propietario de de aquella voz se sintió nervioso e incomodo en su lugar porque el nombre de su amiga apareció en su cabeza, por primera vez en meses, la forma en que la había abandonado a manos del hombre que la retenía para que no lo siguiera y pudiese convencerlo de la demencia que iba a hacer, sin olvidar, lo avergonzado que estaba por haber sido un cobarde que no pudo darle la cara a la mujer de cabellos rojos.

Fugaku repentinamente, se disculpó con el soberano del reino y cogió por un brazo a Minato para llevarlo a uno de los pasillos que daban al patio interior donde una gran fuente servía de bebedero para los pequeños pajarillos que jugueteaban y revoloteaba en el patio.

– ¿Qué te ocurre?. – Inquirió Fugaku dejando libre a Minato.

– ¿A qué se refiere?. – Prácticamente murmuró Minato.

– No me evadas, sabes a que me refiero y ya puedo asegurar que te conozco lo suficiente para percatarme en el cambio de tu actitud, muchacho. – Afirmó Fugaku con molestia.

– El hombre que estaba al lado del rey Danzou. Ese hombre tiene la misma voz que la serpiente de plata. – Susurró retorciéndose las manos impetuosamente por lo que acababa de soltar por su boca.

– ¡Eso no puede ser!. Estás hablando del Duque Orochimaru, un hombre que tiene más sangre azul en sus venas que cualquier otro noble de este reino, no puedes estar diciendo esas patrañas tan libremente, Minato. Un hombre con la estirpe del Duque Orochimaru goza de un lugar privilegiado, incluso entre el resto de nobles, no puede tener intenciones de querer cometer semejante acto descabellado. – Se escandalizó el Varón. – No puedo dejar esto así, espero que lo comprendas pero cuando regresemos recibirás tu castigo, Minato.

Tal como Fugaku le había anunciado, cuando regresaron a la casa, Minato recibió su castigo con cinco latigazos en su espalda por difamar el nombre de un hombre  perteneciente a la nobleza y estuvo encerrado en  lo alto de la torre de castigo de la casa para que reflexionara sobre lo que había dicho.

Cuando los días de su encierro terminaron, Minato se percató que la mayoría de las personas que trabajaban al servicio del Varón de la Llama se había marchado y en los días siguientes, Minato se percató como día tras día los empleados se marchaban para no volver más pero él no preguntó el por qué, ya que si había aprendido de educación y reglas era que un sirviente no tenía que cuestionar a su señor.

No obstante, Fugaku le reveló en una noche de embriague a Minato todo lo que pesaba en su alma debido a que se había enterado esa tarde del anulamiento de su compromiso con Mikoto a causa de los rumores que estaban castigando a su buen nombre.

Esa noche, Minato comprendió todo lo que ocurría y el por qué se había quedado solo atendiendo a su señor pero la deuda que sentía con él era tan grande, que esa noche cuando se ocupó de que Fugaku estuviera reposando en el lecho de su alcoba, Minato  cogió uno de los caballos de las caballerizas y galopó hasta las tierras del marquesado de Sharingan donde al visualizar el palacio, el muchacho desmontó del jamelgo y buscó por donde colarse al interior del castillo.

Unas verjas en el jardín trasero, ocultas por las enredaderas, le permitieron el paso a Minato y con el temor de ser descubierto a cada paso, entró al palacio por una de las puertas del servicio. Teniendo cuidado de no ser visto, Minato consiguió llegar has un pasillo donde vio a una mujer salir con una bandeja de plata y al encontrarse con otra mucama, quien comenzó a hablar sobre la tristeza que estaba padeciendo su señora. El muchacho no necesitó escuchar más la conversación de las mujeres para adentrarse a la habitación donde Minato creyó ver a una de esas caras muñecas de porcelana.

Mikoto se encontraba en camisón, sentada sobre el colchón de su cama, apoyando su espalda a los grandes almohadones de pluma de oca por donde su larga cabellera negra reposaba como raíces de árbol.

Las mantas cubrían hasta la cintura de la dama y sus manos reposaban con sus dedos entrelazados donde debían de comenzar sus piernas.

Minato se percató de cómo la mujer de piel tan blanca como el mármol lo miraba con sus ojos húmedos, grandes y negros, llenos de tristeza bordeados por los párpados sonrojados e hinchados por el llanto derramado y los labios sonrojados y secos que parecían pronunciar palabras pero no conseguían salir la voz atorada en su garganta.

Minato sacudió su cabeza para recobrar el juicio y sus intenciones para ayudar a su señor, para que pudiese reencontrarse con la dama. El muchacho se presentó mientras se acercaba a la cama, luego le habló de su señor y le hizo la promesa de que pudiese ver a Fugaku después de explicarle a Mikoto como podía escabullirse del castillo hasta el bosquecillo que se encontraba detrás del palacio donde debería esperar al Varón a media noche, si así lo deseaba.

Contento ante lo que había conseguido, Minato volvió a la casa de su señor, a quien le informó de su  proeza para que pudiera ver a  su amada una vez más y de esa manera, cada noche Fugaku iba hasta el bosque que estaba a la espalda del palacio del Marqués de Sharingan a reunirse con Mikoto.

Sin embargo, los rumores se intensificaron hasta el punto de que alguien cometió un delito que molestó al rey y todos los indicios presentados al monarca acusaban a Fugaku como el autor de dicho crimen, por lo que Fugaku fue apresado consiguiendo que Minato escapara para que el joven no corriera su misma suerte.

Después de que Fugaku fuese obligado a renunciar a su título nobiliario, fue azotado veinte veces en el patio central del castillo del monarca por atreverse a deshonrar un nobiliario nombre para luego, ser encarcelado en espera de ser ejecutado por el verdugo del reino en la plaza principal de la ciudad de La Hoja y en presencia del rey.

Minato, que había ido a contarle a Mikoto en la noche lo ocurrido con Fugaku, esta le imploró que ayudara a su amado, que lo ayudase a librarse de ese destino.

Durante esa semana, cada noche Minato se encontraba con Mikoto para contarle acercas de las nuevas sobre Fugaku y los planes que se le habían ocurrido para liberar a su señor. Hasta que, finalmente, lo inminente estaba a horas de ocurrir y esa noche, Minato había acudido a una de las tabernas a ahogar su dolor por no saber cómo informar a Fugaku de que estuviese preparado para ser liberado, hasta que escuchó en una de las mesas contiguas a la suya a un sacerdote jactarse de las almas a las que le daba la oportunidad de arrepentirse de sus fechorías antes de morir.

Sin pensarlo, Minato tomo su botella de vino y su vaso para sentarse en la misma mesa que el clérigo, él cual, parecía regocijarse en sí mismo y su labor de predicarle las divinas palabras a los condenados a muerte.

Siendo Minato un joven despierto, supo que ahí estaba su oportunidad y no dudo en que el sacerdote continuara con su aburrida perorata mientras las botellas de vino tinto se vaciaban con cada palabra orgullosa del hombre, así que no tardó mucho tiempo en que el clérigo se embriagara con el licor y Minato se ocupó de sacar al sacerdote de la taberna y llevarlo hasta uno de los callejones oscuros donde se ocupó de desnudar al hombre para él ponerse las ropas e ir a los calabozo de la guardia donde entró hasta encontrar a su señor.

– No es necesario que se quede aquí, padre. – Pidió Fugaku sin siquiera mirarlo.

– No diga eso, hijo, que a todos nos hace bien escuchar las palabras de Dios. – Murmuró Minato con un tono picaresco.

Fugaku se volvió rápidamente hacia el sacerdote y en su rostro se reflejaba la incredulidad antes de apresurarse a aproximarse las rejas de la celda.

– ¿¡Tu…!? ¿Pero qué haces así vestido?, ¿y qué ha pasado con el verdadero sacerdote?¿cómo es que nadie se ha dado cuenta?. – Acribilló a preguntas mostrándose asombrado.

– Sí, soy yo pero no hables tan alto o todos se darán cuenta que soy un impostor. Digamos que el padre ha disfrutado de un buen vino en la taberna cerca a su iglesia y ahora, se encuentra reposando. – Reveló antes de mirar a todos lados para percatarse de que nadie le estaba observando. – Solo he venido para decirte que voy a sacarte de aquí.

– No digas disparates, eso es imposible. Bien sabes que el rey ha pedido mi cabeza porque cree que le he traicionado. – Le recordó Fugaku.

– Pero yo sé que eso no es cierto. – Aseguró con convicción. – Tengo un plan para librarte de la horca.

– ¿Cómo lo harás? pronto amanecerá y el verdugo preparará la cuerda. No tienes tiempo suficiente para demostrar mi inocencia o salvarme de mi destino.

– Ya lo verás, ahora tengo que irme.

– Espera Minato. – Dijo deteniendo a la otra persona. – Le distes mi mensaje a ella.

– Sí. – Afirmó.

– ¿Y te creyó?.

– Me dijo que ya lo sabía. – Reveló antes de agregar. – Tengo que irme.

Minato se marchó del lugar para ir hasta donde se encontraba el verdadero sacerdote y devolverle sus ropas, pues ya faltaba poco para que amaneciera y poder ejecutar su plan.

El muchacho corrió hasta una de las casas abandonadas y media derruida donde se estaba quedando a dormir y estaban los caballos que había conseguido salvar antes de que incendiaran la morada del Varón de la Llama.

Aprovechando la niebla de la mañana, Minato dejó un espantapájaros en medio de la calle por la que pasaría el carromato con los presos que iban a ser ejecutados y él, se ocultó en uno de los callejones lleno de escombros y basuras en espera del carromato.

Tardó un rato esperando hasta que escuchó los cascos* de los caballos y el sonido de las lanzas que llevaban los guardias que iban caminando debido a que las apoyaban en el suelo como si fuera un bastón.

Los guardas que iban escoltando el carromato se acercaron al supuesto individuó que obstaculizaba su camino, sin percatarse de cómo Minato se acercó al carromato tan rápido como un rayo y golpeó al conductor con tanta fuerza que se desmayó sin tener tiempo a dar un grito de sobreaviso para quitarle las llaves de la puerta enrejada del carromato y acercarse a Fugaku que liberó de sus grilletes y ambos poder escapar hasta el callejón  en el que había estado escondido y donde uno de los caballos esperaba.

– Monta rápido y sal de la ciudad por el este, es por donde menos guardias hay y podrás huir con más facilidad. – Indicó Minato dándole una capa con capucha para que nadie pudiese reconocerlo con facilidad y que Fugaku se puso al instante para subir al corcel.

– ¿Qué vas a hacer?. Si te ven aquí sabrán que fuiste quien me ayudaste a escapar y te ahorcaran después de torturarte. – Advirtió al joven que lo estaba ayudando a escapar.

– No te preocupes por mí, se cuidarme en esta calles y debo devolver esto antes de marcharme. – Respondió con una sonrisa mientras le mostraba la argolla llena de llaves que le había arrebatado al conductor del carromato.

Fugaku asintió con la cabeza antes de golpear con sus talones al caballo que salió al galope con dirección al este.

Cuando Fugaku se perdió de su vista, Minato volvió a correr hasta donde estaba el desmayado conductor para devolverle la argolla llena de llaves pero los guardias lo advirtieron y tuvo que huir recordando lugares por donde esconderse para despistar a los guardias hasta que por fin, lo consiguió.

Minato, antes de dar alcance a Fugaku se dirigió hasta la plaza donde se celebraría las ejecuciones y donde el rey ocupaba su lugar privilegiado para ver perfectamente como daban muerte a los condenados. Por ello, Minato decidió subir a los tejados, ayudándose de una vieja chimenea llena de rendijas entre sus paredes de ladrillos por el que meter la mano y acercarse a la plaza para apreciar con sus ojos como el monarca se enfurecía debido a que Fugaku no estaba y exigía una explicación a los guardias de cómo había desaparecido Fugaku.

Minato una vez satisfecho con lo que había visto se marchó por los tejados hasta llegar a la chimenea por la que había subido para descender de los tejados y dirigirse hasta donde le esperaba el otro caballo, teniendo la prevención de que los guardias no lo vieran.

Cerca del pueblo de La Cesta, Minato dio alcance a Fugaku.

– Me alegra verte. – Afirmó Fugaku.

– Debemos apresurarnos en salir de este reino porque el rey cuando se percató de tu ausencia encolerizó. – Le informó al mismo tiempo que ordenaba a su caballo a que volviese a caminar pero en esta ocasión más lento.

Fugaku asintió con la cabeza y siguió al mozo después de indicarle a su corcel que también caminara.

Durante todo ese tiempo, Fugaku y Minato vagaron por los diferentes reinos e hicieron todo tipo de trabajos para poder comer u hospedarse pero esa tranquilidad llegó a su fin cuando las noticias provenientes del Reino del Fuego sobre la tragedia ocurrida con los Marqueses de Sharingan llegaron a sus oídos. Siéndoles una obligación regresar para saber si era cierto o no lo que había llegado a escuchar y cuando regresaron a la ciudad de La Hoja, Fugaku y Minato no solo sabían que se trataba de una verdad lo ocurrido con los Marqueses de Sharingan sino que los indicios que encontraron los forzaron a quedarse en esa ciudad para saber lo que realmente había ocurrido.

Más tarde, Minato y Fugaku descubrieron que Orochimaru era el causante de lo ocurrido en su pasado y también, con los Marqueses de Sharingan, que todo había sido un plan del Duque de Cerezos para poder llegar al poder y este finalmente, lo había conseguido la noche que Fugaku murió, huyendo Naruto y Minato perseguidos por la guardia después de la muerte del monarca, su prometida y los recientes Marqueses de Sharingan, al ser coronado Orochimaru como rey.




Aclaración de  los términos:


* Cascos: En realidad es una uña endurecida gracias al trabajo de la evolución en el caballo, un rasgo que también comparte con jirafas, vacas, etc., y es la parte de la pata de los caballos que está al final de la extremidad y donde se le ponen las herraduras al caballo, es decir, la parte con la que el caballo pisa el suelo.

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