viernes, 13 de enero de 2017

El último alfa. -Antalogía-


-Antología.-


Los humanos han concebido diferentes nombres para referirse a mi especie y aunque en el pasado, esos humanos, nos llegaron a considerar dioses o demonios. Ahora, mi gente solo es parte de las historias que los humanos cuentan para infundirse terror entre ellos y no importa el continente o ciudad e incluso, el más mísero pueblo perdido en medio del planeta que me encuentre puedo oír como el pueblo al que pertenezco solo es la sombra de un recuerdo que causa pesadillas a los humanos.

La historia de mi gente ha de comenzar cuando aún el planeta era joven y los dinosaurios habían desaparecido de la superficie terrestre, dejando en herencia el planeta a las diferentes especies de mamíferos y aves que habían comenzado a evolucionar a un ritmo apresurado para adueñarse de todo el planeta hasta que, finalmente, una especie sobresalió de entre todas, los homínidos.

Los homínidos destacaron rápidamente por su inteligencia y continuaron evolucionando. Además, fueron capaz de extenderse a todos los rincones de la tierra a gran velocidad hasta que el transcurso de los años dio forma a aquel ser en el humano actual pero ¿en realidad fueron los únicos en evolucionar con raciocinio? O… ¿existía otra especie de los homínido que se transformó durante todo esos años hasta terminar con un aspecto muy semejante al de los humanos y a la vez eran tan diferente?. Pues dejadme que os responda a eso; Sí, ocurrió y sucedió antes de que los humanos tomaran su aspecto actual, siendo una de las especies homínidas que sobrevivieron en ese periodo evolutivo junto a los humanos.

Esta otra especie perteneciente a los homínidos, se denominaron a sí mismos alfas. Los alfas fuimos los primeros seres con una apariencia afín a los humanos actuales aunque estos, aún estaban en plena fase de mutación en sus rasgos pero a diferencia de los humanos, lo que permitió que los alfas obtuviésemos ese aspecto con prioridad fue el que desarrollamos otras capacidades que nos permite estar en simbiosis con la naturaleza y los elementos mientras que el ser humano desechó estás cualidades para solo centrarse en desarrollar otros atributos que hermetizaban esta unión.

Sin embargo, tanto alfas como humanos aprendimos a convivir en armonía y creamos los primeros poblados en los que nos ayudábamos mutuamente, llegando al punto que gracias a la alianza que existía entre los alfas y la naturaleza los humanos comenzaron a relacionarnos como a un icono al cual debían venerar, ya que los humanos creían en ese tiempo que éramos dioses o semidioses. Esto, propició la creación de historias que al ser trasmitida de un humano a otro cada vez fueron más exageradas e irrealista.

No obstante, ese tiempo en el que los alfas y los humanos cohabitábamos en paz, pronto terminó junto a la caída del famoso Imperio Romano, de lo cual los humanos no dejaron de culpar a mi gente de ser la responsable de todos los crímenes que los propios humanos cometieron y esto, nos acarreó problemas en la posterioridad.

El recelo y las mentiras que muchos humanos engendraron hacia nosotros, hizo que nos empezasen a llamar demonios, monstruos despiadados que disfrutábamos ver el sufrimiento de los humanos pero por supuesto, no éramos así. Los alfas nunca fuimos seres de naturaleza violenta y preferíamos la diplomacia o huir de los lugares en lo que comenzaban una guerra o altercados populares pero los humanos, simples seres hambrientos de codicia y de subyugar a sus propios semejantes, temían de mi gente por nuestra cualidades apegadas a la naturaleza.

Cuando las mentiras infundidas por los humanos llegaron a su apogeo, también llegó nuestro exterminio.

Mi especie fue perseguida allá a donde fuera en busca de refugio y auxilio para no ser asesinados sin piedad porque la única escusa en que se apoyaban los humanos para haber comenzado aquella cruzada fue el que nos consideraron como seres maléficos y de esa manera, hemos sido perseguidos como demonios durante siglos.

Los pocos pueblos humanos que aún seguían adorándonos o apoyándonos intervinieron valerosamente para que los alfas no muriéramos tan injustamente pero sus esfuerzos no sirvieron de nada porque, también, fueron masacrados por sus propios congéneres sin ningún tipo de contemplación al derramar la sangre de su propia especie con afán de cumplir su objetivo y que terminó cuando los humanos creyeron que todos los alfas habíamos sido aniquilados.

Sin embargo, muy pocos alfas consiguieron sobrevivir a aquella matanza despiadada. Es por eso, que actualmente solo somos unos pocos en espera de desaparecer mientras continuamos caminando sin descanso por este planeta y temerosos de volver a ser perseguidos por la desconfianza humana que nos ha dejado en esta situación.

Mi nombre es Naruto y soy uno de los últimos alfas que quedan sobre la faz de la tierra. Posiblemente, mi especie estaba condenada a desaparecer de esta forma desde un principio y no se pueda hacer nada al respecto pero eso no deja de ser doloroso para mí porque allá a donde vaya puedo ver aún las huellas que dejó mi pueblo.

No sé cuál pueda ser mi futuro y solo viajo siguiendo los caminos que otros alfas han recorrido. Es por ello, que en este momento me encuentro en Japón, precisamente, en una de sus playas donde estoy sentado sobre la arena mientras miro el movimiento de las olas del mar que parecen querer alcanzarme y la brisa marina empapa mi rostro con el salitre que le a lamido a las olas.

Cerré por un instante mis párpados para poder disfrutar de aquellas agradables ráfagas de viento salado, cuando escuché una risita que interrumpió mi momento de relajación y mientras buscaba con mis ojos a la dueña de aquella voz pero no había nadie más en aquella playa que yo.

– ¡Hola…! – Susurró una voz femenina cerca de mí pero cuando me giré para ver si estaba a mi espalda no vi a nadie y, nuevamente, volví a dirigir mi mirada al mar.

Quizás la soledad me estaba induciendo a la locura y sonreí divertido al pensar en ello, porque sería el primer alfa que padeciese de demencia.

– ¡Hola…! – Y el susurro volvió a flotar en el aire cerca de mí oreja.

Me levanté de la arena y aparté mis ojos de las olas del mar cuando me giré pero seguía sin haber nadie allí, o al menos, alguien que pudiese ver.

– ¿Quién eres?. – Pregunté mirando a todos los lados pero la playa estaba desierta y el viento marino no dejaba de formar pequeños remolidos en la arena.

Obtuve como respuesta una risa infantil que pareció envolverme, al mismo tiempo que una ráfaga de viento me acogió para bailotear con mi ropa y mi cabello, provocando que cerrase mis ojos a causa de la arena que traía flotando consigo.

Cuando la ráfaga de viento dejó de juguetear en mi cuerpo y pude abrir mis ojos, la vi y era extraño porque pocas veces se presentaba ante un alfa uno de aquellos tímidos seres. Aunque al principio era un remolino de aire y arena esta comenzó a girar para forma el cuerpo invisible de una mujer que me miraba sonriente porque ese ser era una ninfa, un hada del viento, un ser demasiado desconfiado y que pocas veces se mostraba frente a los alfas.

Podía apreciar como el viento giraba formando la anatomía del hada, dándole aquella forma humana trasparente mientras los pequeños granos de arena flotaban en su interior para marcar sus facciones.

– ¡Hola…! – Volvió a saludar en un susurro silbante aquel ser formado de aire y arena. – He venido a traerte esto, hombre vacio… – Me dijo para estirar su mano hacia mí y pude notar como el aire limpio, que se desprendía como una chimenea de humo de la palma de su mano, entraba por mi nariz y llenaba mis pulmones mientras reía grácilmente aquel ente. – Ve al sur de esta tierra y encontrarás el olor que te he traído, hombre solitario… – A duras penas conseguí escucharla cuando estaba sintiendo que me estaba asfixiando con el soplo que entraba en mis pulmones con tanta rapidez.

La ninfa desapareció riendo divertida cuando mis pulmones quedaron llenos de aire y comencé a toser en un intento de deshinchar mi pecho de todo aquel viento, en él que me había percatado de un débil aroma muy peculiar. Un olor muy diferente a cualquier otro que antes hubiese podido olfatear y sonreí cuando percibí que mi corazón latía con fuerza y mi estómago se retorcía inquieto. Fue, entonces, que entendí porque había venido aquella ninfa hasta mí y no podía esperar para dirigirme al sur hasta que mi nariz pudiese oler nuevamente aquel débil aroma.

Esa tarde, había marcado un nuevo sentido en mi vida y la esperanza comenzaba a crecer en mi interior como una pequeña luz que poco a poco se iba intensificando.

– Gracias. – Agradecí a la ninfa del aire mirando hacia el cielo y haciendo un movimiento con la mano en forma de despedida porque sabía que estaría viéndome y escuchándome a pesar de que no pudiese verla  pero ella me respondió con su risita antes de marcharme de aquella playa solitaria.

Caminé hasta el edificio en el que estaba siendo hospedado por otro alfa y, también, mi amigo, quien había estado viajando mucho tiempo a mi lado hasta que un día encontró a su pareja, con la cual convive.

Para mi suerte, un vecino estaba saliendo del edificio y no me hizo falta pulsar el timbre del telefonillo para poder subir hasta donde se encontraba la puerta que pertenecía a la vivienda de Gaara y toqué con suavidad la puerta para que me abriese.

Gaara fue el que me abrió la puerta y después de dejarme entrar a la vivienda la cerró como si supiera ya que algo había ocurrido.

– Naruto, puedo sentirte diferente. ¿A ocurrido algo?. – Me preguntó sin apartar su mirada de mí.
– Sí. Un hada del aire ha venido a traerme un regalo y mañana iré a la estación de trenes porque debo marchar hacia el sur. – Revelé lo suficiente para que mi viejo amigo comprendiera, pues no tenía ninguna necesidad de que le ocultara algo como eso a Gaara.

– ¿Una ninfa?, pero si a penas se dejan ver y mucho menos se acercan a los alfas o los humanos a menos que… – Gaara cayó abruptamente antes de sonreírme y abrazarme con alegría podía percibir la felicidad que desprendía su cuerpo hacia mí. – ¡Felicidades!, ¡felicidades, amigo!. – Me felicitó palmeando mi espalda. – Tendremos que celebrarlo ahora mismo. Voy a buscar a Sai para ir a ese restaurante que acaban de abrir. – Me dijo mientras se separaba para ir en busca de Sai, su pareja.

Cuando Gaara volvió venía junto al chico que parecía estar ausente aunque no era algo extraño en Sai, siempre parecía estar retraído en su mente más que en lo que ocurría a su alrededor y muy pocas veces solía tomar parte en alguna conversación aunque podía sentir el aura relajado que irradiaba el cuerpo de Sai.

Los tres salimos del edificio y fuimos caminando hasta el restaurante donde rápidamente nos atendieron y nos dieron una mesa en la que, además de comer y charlar, empezamos a tomar sake.

Sin embargo, a pesar de que Gaara y yo nos habíamos bebido más licor que Sai, no habíamos sufrido las consecuencias que en el chico ocasionó. Tuvimos que llevarlo hasta la casa mientras cantaba e intentaba soltarse para mostrarnos algún estúpido movimiento de baile que recordaba haber visto por televisión o una fiesta.

A la mañana siguiente, después de haber cogido mis pocas pertenencias, me despedía solamente de Gaara para dirigirme hasta la estación de trenes donde compre mi billete hasta la siguiente ciudad o pueblo y en los que me quedaba por un tiempo en busca de aquel olor que parecía no poder olfatear hasta que llegué a Tokio.

En la ciudad de Tokio, difuminado entre todos aquellos olores desagradables de la polución, pude captar el débil aroma que aquel ente me había llevado.

Pasaron semanas hasta que conseguí dar con el humano que poseía ese perfume, ya que se trataba de un hombre pero eso era insignificante en comparación a todo lo que podía sentir con solo captar su aroma.

Sabía que no podía ir directamente hacia el humano y contarle todo porque parecería que estuviese tomándole el pelo, por lo que tuve que idear una estrategia para poder conocerlo.

Al cabo de tres días, estaba preparado para por fin conocer su nombre de una vez ya que no podía esperar más y es que a penas conseguía dormir por las noches debido a su olor o al imaginar la clase de humano que sería o el tono de voz que tendría.

Lo vi abandonar aquella cafetería en la que había ido a comer después de salir a la hora del almuerzo del edificio de oficinas en el que trabaja y fue cuando puse en marcha mi actuación.

Abrí el periódico que llevaba en mis manos y hacia unas horas había comprado. Resoplé con fuerza para alejar cualquier duda en mí cabeza y me encaminé hacia él apresuradamente para que todo ocurriese como esperaba.

– ¡Lo siento!, lo siento. – Me disculpé con rapidez y le ofrecí mi mano para ayudarle a levantar pero cuando él aceptó mi mano pude notar como pequeñas electrocuciones recorría mi cuerpo. También, me di cuenta de cómo su rostro se coloreaba de rojo y su respiración comenzaba a acelerarse.

– No se preocupe, la culpa también fue mía por no haberlo visto. – Respondió apartando su mano de la mía apresuradamente.

– Nada de eso, es mi culpa. Hasta le he derramado su café y machado su traje. Por favor, déjeme arreglarlo pagándole la tintorería y comprándole otro café. – Exigí teatralmente como si realmente estuviese indignado por lo que había hecho. – Por favor, permítame hacerlo o no podría dejar de recordármelo, señor… – Terminé en espera de que me dijese su nombre.

– Itachi, Uchiha Itachi. – Se presentó haciendo la tradicional reverencia. – Realmente no es necesario pero si usted se pone de esa manera no creo que tenga otra opción, señor…

– Naruto, Uzumaki Naruto. – Me apresuré en presentarme, pues me encontraba emocionado porque por fin conocía su nombre.

Después de ese día, Itachi y yo nos comenzamos a ver en la cafetería donde iba a almorzar y descubría algo nuevo de él, un gesto, una mirada, una sonrisa, sus gustos de música o su comida preferida.

Sin embargo, yo aún no podía contarle quién era en realidad y qué significaba él para mí porque quería que Itachi se diese cuenta por sí mismo o estar seguro de que no se asustaría de lo que soy.

Al cabo de un año, Itachi y yo nos dimos el primer beso y cuando tan solo había transcurrido cinco meses hicimos el amor por primera vez pero aunque eso hubiese pasado podía sentir como algo en Itachi no estaba bien.

Era como si me ocultase algo y eso me impidiese revelarle mi verdad pero que pronto descubrí, Itachi estaba de novio con una chica antes de que lo conociese e iba a casarse con ella.

Cuando Itachi por fin me contó la verdad, me destrozó pero aún con todo el dolor del mundo escuché todo lo que tenía que decirme y es que al parecer yo había surgido en su vida cuando el comenzaba a sentir dudas sobre su relación pero que gracias a mí, se había percatado de cuanto amaba a su novia y yo solo podía fingir, mi amargura, en alegría que no sentía.

Todas aquellas palabras fueron como pequeñas agujas que se clavaron en mi pecho sin misericordia pero aún así, conociendo lo que verdaderamente era para Itachi no podía alejarme de él demasiado tiempo porque su olor me lo impedía, me gritaba que él era mi pareja.

El día que se casó con aquella mujer no había dejado que la sonrisa se esfumara de mi cara, pues ante todo, yo deseaba que fuese feliz con la humana, a pesar, de que durante dos años y medio fuimos amantes a espalda de aquella chica.

La luna de miel de Itachi duró dos semanas en los que había estado sumergido en mi sufrimiento y había dejado de responder a los e-mails de Gaara porque no tenía ánimos de decirle que todo había resultado ser un autentico fracaso.

Contrario de mi dolor, mi naturaleza no me permitía marcharme del lado de Itachi y terminaba regresando de todos mis viajes, pues no lo había hecho mi pareja y eso nos convertía a los alfas en seres dependientes a nuestros destinados a parejas. Por eso, todos los días iba a visitar a Itachi e incluso, me quedaba a comer con ellos, por no decir que acabé creando un lazo de amistad con Kim, la esposa de Itachi.

Era consciente de que Kim no sabía nada de lo que había ocurrido entre Itachi y yo y cuando la conocí, sabía que no podía decirle la verdad porque la mujer no lo merecía.

Ella era poseedora de un aura que pocas veces había visto en los humanos adultos pero muy comunes en los niños. Kim tenía un aura candorosa y no quería destrozarla con lo que ocurrió entre su esposo y yo.

Cuando había transcurrido un año desde que Itachi y Kim se casaron, Itachi apareció aporreando la puerta del ático en el que vivía. Lo dejé pasar aunque lo veía muy nervioso pero cuando le pregunté acerca de su estado él me reveló que estaba enfermo, los médicos le diagnosticaron cáncer y había acudido a mí porque era la primera persona en la que había pensado.

Durante semanas, Itachi había estado haciéndose todo tipo de pruebas porque había comenzado a sentirse mal hasta que finalmente los últimos análisis dieron con la causa, tenía cáncer de páncreas.

Consolé a Itachi y le di palabras de aliento a pesar de que yo estaba devastado por la noticia e incluso, accedí a su petición de acompañarlo a su casa y estar presente mientras se lo contaba a su esposa.

En esos meses, yo acompañaba al matrimonio a las consultas médicas que debía asistir Itachi, dándole apoyo al matrimonio. También a la intervención quirúrgica a la que debió de someterse y aunque la operación salió bien, Itachi tuvo que asistir a terapias.

Sin embargo, el cuerpo de Itachi estaba demasiado delicado después de haber sufrido aquella cirugía y las sesiones de quimioterapia fueron demasiado agresivas ocasionándole la muerte.

No hubo momento más duro para mí que ver como el hombre destinado a mí había muerto y sin decir nada a nadie, me marché de Japón para no volver en mucho tiempo.

Hacía noventa y cinco años que Itachi había muerto y que yo había estado vagando por el mundo, observando cómo los humanos progresaban, creando diferentes inventos que le ayudaban a tener una vida más cómoda.

Ese día había vuelto a aquel país y al poner un pie en aquella tierra me dirigí a la tumba de Itachi para dejarle un lirio blanco.

Permanecí allí por un instante cuando sentí como una ráfaga de aire me golpeó y en ella traía un intenso olor, por lo que abrí mis ojos asombrados y miré al frente para encontrarme con aquel ser de aire que me sonreía, igual que lo había hecho años atrás.

– Ya ha llegado, hombre errante… - Me susurró señalarme el camino por el que había venido y entonces vi como una mujer llevaba en sus brazos a un recién nacido.

La mujer se sorprendió al darse cuenta que la estaba mirando fijamente y me sonrió, un acto que correspondí antes de hacer la formal reverencia.

Sin embargo, no me di cuenta hasta que estuvo a mi lado que el olor no provenía de ella sino de aquel bebé.

– ¡Buenos días!. – Saludé cortésmente.

– ¡Buenos días!, ¿no es usual ver a hombres jóvenes a estas horas por aquí?. – No le respondí y presté más atención a aquel bebé envuelto en una manta que dormitaba. – ¡Oh!. – La escuché exclamar y cuando la miré parecía asustada, posiblemente porque se percató de que solo miraba a su vástago.

– ¡Disculpe!. – Me apresuré a disculparme mientras hacía, nuevamente, una reverencia. – Pero no he podido mirar lo bella que es su hija.

– Es un niño. – Me corrigió rápidamente con una sonrisa. – Aunque… yo esperaba que fuese niña por eso en vez de comprar ropa de niño, compre de niña aunque ya sabía de un principio que se trataría de un varón. – Explicó la mujer mientras reía y no pude evitar pensar de que era extraña.

– ¡Perdóneme!, no me he presentado. Soy Naruto. – Me presenté haciendo una reverencia.

– Mi nombre es Mikoto Uchiha. – Cuando escuché el apellido de la mujer no pude evitar sorprenderme e intenté que mi rostro no mostrara mi asombro. – Y mi bebé se llama Sasuke.

Sonreí y miré a la lápida de Itachi cuando, nuevamente, volví a escuchar la voz de aquella mujer.
– Ese es un familiar de mi esposo pero alguien ha dejado una flor. Es extraño.

– Quizás alguien quería agradecerle.

Mikoto sonrió y asintió con la cabeza y después de cruzar unas palabras más, la acompañé hasta la salida de aquel lugar.

Los siguientes días comencé a forjar una amistad con aquella mujer y conocí a su esposo, descendiente directo de Itachi, Fugaku Uchiha.

Fugaku era un hombre muy severo y serio a diferencia de Mikoto que era una mujer muy dulce. Además, eran una familia bien acomodada ya que tenían empleados de hogar.

Pero una noche ocurrió una tragedia, pues había entrado un ladrón y al encontrarse con el matrimonio en la casa los asesinó cuando le hicieron frente en un intento de proteger a su hijo y sus pertenencias.

Sin embargo, el ladrón consiguió escapar y no fue detenido hasta una semana después. Por otro lado, el pequeño Sasuke fue llevado a un orfanato y los familiares del pequeño aseguraron no poder hacerse cargo de él, así que fui yo quien lo acogió porque no quería que conviviese en un lugar tan hostil o en el seno de una familia que pudieran ser muy duros con él.

Aunque, admito que no fue nada sencillo todo aquel papeleo que tuve que rellenar y solicitar para que, al final, me dieran el acta de adopción del pequeño Sasuke aceptada pero, sin lugar a dudas, valió la pena.

– No te preocupes, Sasuke, yo cuidaré de ti, siempre. – Le murmuré mientras lo sostenía en mis brazos y vi como el pequeño abría sus diminutos ojitos para mirarme y sonreír.


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