-Antología.-
Los
humanos han concebido diferentes nombres para referirse a mi especie y aunque
en el pasado, esos humanos, nos llegaron a considerar dioses o demonios. Ahora,
mi gente solo es parte de las historias que los humanos cuentan para infundirse
terror entre ellos y no importa el continente o ciudad e incluso, el más mísero
pueblo perdido en medio del planeta que me encuentre puedo oír como el pueblo
al que pertenezco solo es la sombra de un recuerdo que causa pesadillas a los
humanos.
La
historia de mi gente ha de comenzar cuando aún el planeta era joven y los
dinosaurios habían desaparecido de la superficie terrestre, dejando en herencia
el planeta a las diferentes especies de mamíferos y aves que habían comenzado a
evolucionar a un ritmo apresurado para adueñarse de todo el planeta hasta que,
finalmente, una especie sobresalió de entre todas, los homínidos.
Los
homínidos destacaron rápidamente por su inteligencia y continuaron
evolucionando. Además, fueron capaz de extenderse a todos los rincones de la
tierra a gran velocidad hasta que el transcurso de los años dio forma a aquel
ser en el humano actual pero ¿en realidad fueron los únicos en evolucionar con
raciocinio? O… ¿existía otra especie de los homínido que se transformó durante
todo esos años hasta terminar con un aspecto muy semejante al de los humanos y
a la vez eran tan diferente?. Pues dejadme que os responda a eso; Sí, ocurrió y
sucedió antes de que los humanos tomaran su aspecto actual, siendo una de las
especies homínidas que sobrevivieron en ese periodo evolutivo junto a los
humanos.
Esta
otra especie perteneciente a los homínidos, se denominaron a sí mismos alfas. Los
alfas fuimos los primeros seres con una apariencia afín a los humanos actuales
aunque estos, aún estaban en plena fase de mutación en sus rasgos pero a
diferencia de los humanos, lo que permitió que los alfas obtuviésemos ese
aspecto con prioridad fue el que desarrollamos otras capacidades que nos
permite estar en simbiosis con la naturaleza y los elementos mientras que el
ser humano desechó estás cualidades para solo centrarse en desarrollar otros atributos
que hermetizaban esta unión.
Sin
embargo, tanto alfas como humanos aprendimos a convivir en armonía y creamos
los primeros poblados en los que nos ayudábamos mutuamente, llegando al punto
que gracias a la alianza que existía entre los alfas y la naturaleza los humanos
comenzaron a relacionarnos como a un icono al cual debían venerar, ya que los
humanos creían en ese tiempo que éramos dioses o semidioses. Esto, propició la
creación de historias que al ser trasmitida de un humano a otro cada vez fueron
más exageradas e irrealista.
No
obstante, ese tiempo en el que los alfas y los humanos cohabitábamos en paz,
pronto terminó junto a la caída del famoso Imperio Romano, de lo cual los
humanos no dejaron de culpar a mi gente de ser la responsable de todos los
crímenes que los propios humanos cometieron y esto, nos acarreó problemas en la
posterioridad.
El
recelo y las mentiras que muchos humanos engendraron hacia nosotros, hizo que nos
empezasen a llamar demonios, monstruos despiadados que disfrutábamos ver el
sufrimiento de los humanos pero por supuesto, no éramos así. Los alfas nunca
fuimos seres de naturaleza violenta y preferíamos la diplomacia o huir de los lugares
en lo que comenzaban una guerra o altercados populares pero los humanos,
simples seres hambrientos de codicia y de subyugar a sus propios semejantes,
temían de mi gente por nuestra cualidades apegadas a la naturaleza.
Cuando
las mentiras infundidas por los humanos llegaron a su apogeo, también llegó
nuestro exterminio.
Mi
especie fue perseguida allá a donde fuera en busca de refugio y auxilio para no
ser asesinados sin piedad porque la única escusa en que se apoyaban los humanos
para haber comenzado aquella cruzada fue el que nos consideraron como seres
maléficos y de esa manera, hemos sido perseguidos como demonios durante siglos.
Los
pocos pueblos humanos que aún seguían adorándonos o apoyándonos intervinieron valerosamente
para que los alfas no muriéramos tan injustamente pero sus esfuerzos no
sirvieron de nada porque, también, fueron masacrados por sus propios congéneres
sin ningún tipo de contemplación al derramar la sangre de su propia especie con
afán de cumplir su objetivo y que terminó cuando los humanos creyeron que todos
los alfas habíamos sido aniquilados.
Sin
embargo, muy pocos alfas consiguieron sobrevivir a aquella matanza despiadada. Es
por eso, que actualmente solo somos unos pocos en espera de desaparecer mientras
continuamos caminando sin descanso por este planeta y temerosos de volver a ser
perseguidos por la desconfianza humana que nos ha dejado en esta situación.
Mi
nombre es Naruto y soy uno de los últimos alfas que quedan sobre la faz de la
tierra. Posiblemente, mi especie estaba condenada a desaparecer de esta forma desde
un principio y no se pueda hacer nada al respecto pero eso no deja de ser
doloroso para mí porque allá a donde vaya puedo ver aún las huellas que dejó mi
pueblo.
No sé
cuál pueda ser mi futuro y solo viajo siguiendo los caminos que otros alfas han
recorrido. Es por ello, que en este momento me encuentro en Japón, precisamente,
en una de sus playas donde estoy sentado sobre la arena mientras miro el
movimiento de las olas del mar que parecen querer alcanzarme y la brisa marina
empapa mi rostro con el salitre que le a lamido a las olas.
Cerré
por un instante mis párpados para poder disfrutar de aquellas agradables
ráfagas de viento salado, cuando escuché una risita que interrumpió mi momento
de relajación y mientras buscaba con mis ojos a la dueña de aquella voz pero no
había nadie más en aquella playa que yo.
–
¡Hola…! – Susurró una voz femenina cerca de mí pero cuando me giré para ver si
estaba a mi espalda no vi a nadie y, nuevamente, volví a dirigir mi mirada al
mar.
Quizás
la soledad me estaba induciendo a la locura y sonreí divertido al pensar en
ello, porque sería el primer alfa que padeciese de demencia.
–
¡Hola…! – Y el susurro volvió a flotar en el aire cerca de mí oreja.
Me
levanté de la arena y aparté mis ojos de las olas del mar cuando me giré pero
seguía sin haber nadie allí, o al menos, alguien que pudiese ver.
–
¿Quién eres?. – Pregunté mirando a todos los lados pero la playa estaba desierta
y el viento marino no dejaba de formar pequeños remolidos en la arena.
Obtuve
como respuesta una risa infantil que pareció envolverme, al mismo tiempo que
una ráfaga de viento me acogió para bailotear con mi ropa y mi cabello, provocando
que cerrase mis ojos a causa de la arena que traía flotando consigo.
Cuando
la ráfaga de viento dejó de juguetear en mi cuerpo y pude abrir mis ojos, la vi
y era extraño porque pocas veces se presentaba ante un alfa uno de aquellos tímidos
seres. Aunque al principio era un remolino de aire y arena esta comenzó a girar
para forma el cuerpo invisible de una mujer que me miraba sonriente porque ese
ser era una ninfa, un hada del viento, un ser demasiado desconfiado y que pocas
veces se mostraba frente a los alfas.
Podía
apreciar como el viento giraba formando la anatomía del hada, dándole aquella
forma humana trasparente mientras los pequeños granos de arena flotaban en su
interior para marcar sus facciones.
–
¡Hola…! – Volvió a saludar en un susurro silbante aquel ser formado de aire y
arena. – He venido a traerte esto, hombre vacio… – Me dijo para estirar su mano
hacia mí y pude notar como el aire limpio, que se desprendía como una chimenea
de humo de la palma de su mano, entraba por mi nariz y llenaba mis pulmones mientras
reía grácilmente aquel ente. – Ve al sur de esta tierra y encontrarás el olor
que te he traído, hombre solitario… – A duras penas conseguí escucharla cuando estaba
sintiendo que me estaba asfixiando con el soplo que entraba en mis pulmones con
tanta rapidez.
La
ninfa desapareció riendo divertida cuando mis pulmones quedaron llenos de aire y
comencé a toser en un intento de deshinchar mi pecho de todo aquel viento, en él
que me había percatado de un débil aroma muy peculiar. Un olor muy diferente a
cualquier otro que antes hubiese podido olfatear y sonreí cuando percibí que mi
corazón latía con fuerza y mi estómago se retorcía inquieto. Fue, entonces, que
entendí porque había venido aquella ninfa hasta mí y no podía esperar para
dirigirme al sur hasta que mi nariz pudiese oler nuevamente aquel débil aroma.
Esa
tarde, había marcado un nuevo sentido en mi vida y la esperanza comenzaba a
crecer en mi interior como una pequeña luz que poco a poco se iba
intensificando.
–
Gracias. – Agradecí a la ninfa del aire mirando hacia el cielo y haciendo un
movimiento con la mano en forma de despedida porque sabía que estaría viéndome
y escuchándome a pesar de que no pudiese verla
pero ella me respondió con su risita antes de marcharme de aquella playa
solitaria.
Caminé
hasta el edificio en el que estaba siendo hospedado por otro alfa y, también,
mi amigo, quien había estado viajando mucho tiempo a mi lado hasta que un día
encontró a su pareja, con la cual convive.
Para
mi suerte, un vecino estaba saliendo del edificio y no me hizo falta pulsar el
timbre del telefonillo para poder subir hasta donde se encontraba la puerta que
pertenecía a la vivienda de Gaara y toqué con suavidad la puerta para que me
abriese.
Gaara
fue el que me abrió la puerta y después de dejarme entrar a la vivienda la
cerró como si supiera ya que algo había ocurrido.
–
Naruto, puedo sentirte diferente. ¿A ocurrido algo?. – Me preguntó sin apartar
su mirada de mí.
– Sí.
Un hada del aire ha venido a traerme un regalo y mañana iré a la estación de
trenes porque debo marchar hacia el sur. – Revelé lo suficiente para que mi
viejo amigo comprendiera, pues no tenía ninguna necesidad de que le ocultara
algo como eso a Gaara.
– ¿Una
ninfa?, pero si a penas se dejan ver y mucho menos se acercan a los alfas o los
humanos a menos que… – Gaara cayó abruptamente antes de sonreírme y abrazarme
con alegría podía percibir la felicidad que desprendía su cuerpo hacia mí. –
¡Felicidades!, ¡felicidades, amigo!. – Me felicitó palmeando mi espalda. –
Tendremos que celebrarlo ahora mismo. Voy a buscar a Sai para ir a ese
restaurante que acaban de abrir. – Me dijo mientras se separaba para ir en
busca de Sai, su pareja.
Cuando
Gaara volvió venía junto al chico que parecía estar ausente aunque no era algo
extraño en Sai, siempre parecía estar retraído en su mente más que en lo que
ocurría a su alrededor y muy pocas veces solía tomar parte en alguna
conversación aunque podía sentir el aura relajado que irradiaba el cuerpo de
Sai.
Los
tres salimos del edificio y fuimos caminando hasta el restaurante donde
rápidamente nos atendieron y nos dieron una mesa en la que, además de comer y
charlar, empezamos a tomar sake.
Sin
embargo, a pesar de que Gaara y yo nos habíamos bebido más licor que Sai, no
habíamos sufrido las consecuencias que en el chico ocasionó. Tuvimos que
llevarlo hasta la casa mientras cantaba e intentaba soltarse para mostrarnos
algún estúpido movimiento de baile que recordaba haber visto por televisión o
una fiesta.
A la
mañana siguiente, después de haber cogido mis pocas pertenencias, me despedía
solamente de Gaara para dirigirme hasta la estación de trenes donde compre mi
billete hasta la siguiente ciudad o pueblo y en los que me quedaba por un
tiempo en busca de aquel olor que parecía no poder olfatear hasta que llegué a
Tokio.
En la
ciudad de Tokio, difuminado entre todos aquellos olores desagradables de la
polución, pude captar el débil aroma que aquel ente me había llevado.
Pasaron
semanas hasta que conseguí dar con el humano que poseía ese perfume, ya que se
trataba de un hombre pero eso era insignificante en comparación a todo lo que
podía sentir con solo captar su aroma.
Sabía
que no podía ir directamente hacia el humano y contarle todo porque parecería
que estuviese tomándole el pelo, por lo que tuve que idear una estrategia para
poder conocerlo.
Al
cabo de tres días, estaba preparado para por fin conocer su nombre de una vez ya
que no podía esperar más y es que a penas conseguía dormir por las noches
debido a su olor o al imaginar la clase de humano que sería o el tono de voz
que tendría.
Lo vi abandonar
aquella cafetería en la que había ido a comer después de salir a la hora del
almuerzo del edificio de oficinas en el que trabaja y fue cuando puse en marcha
mi actuación.
Abrí
el periódico que llevaba en mis manos y hacia unas horas había comprado.
Resoplé con fuerza para alejar cualquier duda en mí cabeza y me encaminé hacia
él apresuradamente para que todo ocurriese como esperaba.
– ¡Lo
siento!, lo siento. – Me disculpé con rapidez y le ofrecí mi mano para ayudarle
a levantar pero cuando él aceptó mi mano pude notar como pequeñas
electrocuciones recorría mi cuerpo. También, me di cuenta de cómo su rostro se
coloreaba de rojo y su respiración comenzaba a acelerarse.
– No
se preocupe, la culpa también fue mía por no haberlo visto. – Respondió
apartando su mano de la mía apresuradamente.
– Nada
de eso, es mi culpa. Hasta le he derramado su café y machado su traje. Por
favor, déjeme arreglarlo pagándole la tintorería y comprándole otro café. –
Exigí teatralmente como si realmente estuviese indignado por lo que había
hecho. – Por favor, permítame hacerlo o no podría dejar de recordármelo, señor…
– Terminé en espera de que me dijese su nombre.
–
Itachi, Uchiha Itachi. – Se presentó haciendo la tradicional reverencia. – Realmente
no es necesario pero si usted se pone de esa manera no creo que tenga otra
opción, señor…
–
Naruto, Uzumaki Naruto. – Me apresuré en presentarme, pues me encontraba
emocionado porque por fin conocía su nombre.
Después
de ese día, Itachi y yo nos comenzamos a ver en la cafetería donde iba a
almorzar y descubría algo nuevo de él, un gesto, una mirada, una sonrisa, sus
gustos de música o su comida preferida.
Sin
embargo, yo aún no podía contarle quién era en realidad y qué significaba él
para mí porque quería que Itachi se diese cuenta por sí mismo o estar seguro de
que no se asustaría de lo que soy.
Al
cabo de un año, Itachi y yo nos dimos el primer beso y cuando tan solo había
transcurrido cinco meses hicimos el amor por primera vez pero aunque eso hubiese
pasado podía sentir como algo en Itachi no estaba bien.
Era
como si me ocultase algo y eso me impidiese revelarle mi verdad pero que pronto
descubrí, Itachi estaba de novio con una chica antes de que lo conociese e iba
a casarse con ella.
Cuando
Itachi por fin me contó la verdad, me destrozó pero aún con todo el dolor del
mundo escuché todo lo que tenía que decirme y es que al parecer yo había
surgido en su vida cuando el comenzaba a sentir dudas sobre su relación pero
que gracias a mí, se había percatado de cuanto amaba a su novia y yo solo podía
fingir, mi amargura, en alegría que no sentía.
Todas aquellas
palabras fueron como pequeñas agujas que se clavaron en mi pecho sin
misericordia pero aún así, conociendo lo que verdaderamente era para Itachi no
podía alejarme de él demasiado tiempo porque su olor me lo impedía, me gritaba
que él era mi pareja.
El día
que se casó con aquella mujer no había dejado que la sonrisa se esfumara de mi
cara, pues ante todo, yo deseaba que fuese feliz con la humana, a pesar, de que
durante dos años y medio fuimos amantes a espalda de aquella chica.
La
luna de miel de Itachi duró dos semanas en los que había estado sumergido en mi
sufrimiento y había dejado de responder a los e-mails de Gaara porque no tenía
ánimos de decirle que todo había resultado ser un autentico fracaso.
Contrario
de mi dolor, mi naturaleza no me permitía marcharme del lado de Itachi y
terminaba regresando de todos mis viajes, pues no lo había hecho mi pareja y
eso nos convertía a los alfas en seres dependientes a nuestros destinados a
parejas. Por eso, todos los días iba a visitar a Itachi e incluso, me quedaba a
comer con ellos, por no decir que acabé creando un lazo de amistad con Kim, la
esposa de Itachi.
Era
consciente de que Kim no sabía nada de lo que había ocurrido entre Itachi y yo
y cuando la conocí, sabía que no podía decirle la verdad porque la mujer no lo
merecía.
Ella
era poseedora de un aura que pocas veces había visto en los humanos adultos
pero muy comunes en los niños. Kim tenía un aura candorosa y no quería
destrozarla con lo que ocurrió entre su esposo y yo.
Cuando
había transcurrido un año desde que Itachi y Kim se casaron, Itachi apareció
aporreando la puerta del ático en el que vivía. Lo dejé pasar aunque lo veía
muy nervioso pero cuando le pregunté acerca de su estado él me reveló que
estaba enfermo, los médicos le diagnosticaron cáncer y había acudido a mí
porque era la primera persona en la que había pensado.
Durante
semanas, Itachi había estado haciéndose todo tipo de pruebas porque había
comenzado a sentirse mal hasta que finalmente los últimos análisis dieron con la
causa, tenía cáncer de páncreas.
Consolé
a Itachi y le di palabras de aliento a pesar de que yo estaba devastado por la
noticia e incluso, accedí a su petición de acompañarlo a su casa y estar
presente mientras se lo contaba a su esposa.
En
esos meses, yo acompañaba al matrimonio a las consultas médicas que debía
asistir Itachi, dándole apoyo al matrimonio. También a la intervención
quirúrgica a la que debió de someterse y aunque la operación salió bien, Itachi
tuvo que asistir a terapias.
Sin
embargo, el cuerpo de Itachi estaba demasiado delicado después de haber sufrido
aquella cirugía y las sesiones de quimioterapia fueron demasiado agresivas
ocasionándole la muerte.
No
hubo momento más duro para mí que ver como el hombre destinado a mí había
muerto y sin decir nada a nadie, me marché de Japón para no volver en mucho
tiempo.
Hacía
noventa y cinco años que Itachi había muerto y que yo había estado vagando por
el mundo, observando cómo los humanos progresaban, creando diferentes inventos
que le ayudaban a tener una vida más cómoda.
Ese
día había vuelto a aquel país y al poner un pie en aquella tierra me dirigí a
la tumba de Itachi para dejarle un lirio blanco.
Permanecí
allí por un instante cuando sentí como una ráfaga de aire me golpeó y en ella
traía un intenso olor, por lo que abrí mis ojos asombrados y miré al frente
para encontrarme con aquel ser de aire que me sonreía, igual que lo había hecho
años atrás.
– Ya
ha llegado, hombre errante… - Me susurró señalarme el camino por el que había
venido y entonces vi como una mujer llevaba en sus brazos a un recién nacido.
La
mujer se sorprendió al darse cuenta que la estaba mirando fijamente y me
sonrió, un acto que correspondí antes de hacer la formal reverencia.
Sin
embargo, no me di cuenta hasta que estuvo a mi lado que el olor no provenía de
ella sino de aquel bebé.
–
¡Buenos días!. – Saludé cortésmente.
–
¡Buenos días!, ¿no es usual ver a hombres jóvenes a estas horas por aquí?. – No
le respondí y presté más atención a aquel bebé envuelto en una manta que
dormitaba. – ¡Oh!. – La escuché exclamar y cuando la miré parecía asustada,
posiblemente porque se percató de que solo miraba a su vástago.
–
¡Disculpe!. – Me apresuré a disculparme mientras hacía, nuevamente, una
reverencia. – Pero no he podido mirar lo bella que es su hija.
– Es
un niño. – Me corrigió rápidamente con una sonrisa. – Aunque… yo esperaba que
fuese niña por eso en vez de comprar ropa de niño, compre de niña aunque ya
sabía de un principio que se trataría de un varón. – Explicó la mujer mientras
reía y no pude evitar pensar de que era extraña.
–
¡Perdóneme!, no me he presentado. Soy Naruto. – Me presenté haciendo una
reverencia.
– Mi
nombre es Mikoto Uchiha. – Cuando escuché el apellido de la mujer no pude
evitar sorprenderme e intenté que mi rostro no mostrara mi asombro. – Y mi bebé
se llama Sasuke.
Sonreí
y miré a la lápida de Itachi cuando, nuevamente, volví a escuchar la voz de
aquella mujer.
– Ese
es un familiar de mi esposo pero alguien ha dejado una flor. Es extraño.
–
Quizás alguien quería agradecerle.
Mikoto
sonrió y asintió con la cabeza y después de cruzar unas palabras más, la
acompañé hasta la salida de aquel lugar.
Los
siguientes días comencé a forjar una amistad con aquella mujer y conocí a su
esposo, descendiente directo de Itachi, Fugaku Uchiha.
Fugaku
era un hombre muy severo y serio a diferencia de Mikoto que era una mujer muy
dulce. Además, eran una familia bien acomodada ya que tenían empleados de
hogar.
Pero
una noche ocurrió una tragedia, pues había entrado un ladrón y al encontrarse
con el matrimonio en la casa los asesinó cuando le hicieron frente en un
intento de proteger a su hijo y sus pertenencias.
Sin
embargo, el ladrón consiguió escapar y no fue detenido hasta una semana
después. Por otro lado, el pequeño Sasuke fue llevado a un orfanato y los
familiares del pequeño aseguraron no poder hacerse cargo de él, así que fui yo
quien lo acogió porque no quería que conviviese en un lugar tan hostil o en el
seno de una familia que pudieran ser muy duros con él.
Aunque,
admito que no fue nada sencillo todo aquel papeleo que tuve que rellenar y
solicitar para que, al final, me dieran el acta de adopción del pequeño Sasuke
aceptada pero, sin lugar a dudas, valió la pena.
– No
te preocupes, Sasuke, yo cuidaré de ti, siempre. – Le murmuré mientras lo
sostenía en mis brazos y vi como el pequeño abría sus diminutos ojitos para
mirarme y sonreír.
No hay comentarios:
Publicar un comentario